jueves, 9 de agosto de 2007

EL SIGNIFICADO DEL AMOR





Por: Gerardo Delgado Silva

“Hay un instante en el crepúsculo en que las cosas brillan más”, nos dice Guillermo Valencia, en uno de sus más intensos versos.

Indudablemente, en medio del crepúsculo de la Patria, se destaca con claridad vivificadora y sorprendente, el dramático peregrinaje del maestro Gustavo Moncayo, como una proyección en el espacio de su arraigada esperanza: la liberación de su hijo Pablo Emilio, mediante un acuerdo humanitario con los subversivos de las FARC, que lo mantienen secuestrado desde 1997.

La marcha como faro generoso de solidaridad y convivencia, trasciende el amor a su hijo, es un testimonio que revela su respeto y apreciación de la dignidad humana. Ese valor supremo que la Constitución le otorga, justificando la máxima protección que al Estado le exige, cuando se trata de la vida y de la integridad física y moral de los individuos.

Se situó con su humildad, más allá del murmullo de aplausos de Colombia, en las regiones en donde Homero convivió con los héroes. Y encarna, un mundo de valores, símbolos poderosos que hacen honor a la especie humana.

Su formidable empresa, está ligada a principios fundamentales y eternos. A Dios, a la patria de los mayores y los hijos, al amor que es ley del universo.

En efecto, ha hecho profesión de fe inconmovible a las asechanzas del dolor, fe gigantesca, como las montañas que a pie tuvo que bordear. Y ha vuelto por el fuero de los ideales en este espacio inalienable de los hondos y venerados recuerdos, que es la Patria.

Y el amor le inspiró los pasos para la liberación de su hijo, dándole un sentido a la vida, irradiando cálidamente su temperamento heroico, cobrando el valor de las vidas ejemplares.

Esta tragedia estremecedora y la de tantos miles de colombianos, a nadie puede serle extraña, ni al ambivalente Comisionado de Paz, que con su lógica burguesa de marginación, calificó al maestro Moncayo, como “un hombre de pensamiento simple”.

El acuerdo humanitario, sería un acto de solidaridad y fortaleza moral con las víctimas, una verdadera exaltación de la dignidad del ser humano.

La protección de civiles en conflictos internos, es obligatoria para Colombia, según la Convención de Ginebra y los protocolos anexos. Allí están contemplados los acuerdos para el intercambio y la obligación perentoria, en este caso para las FARC, de devolver a los “rehenes”, civiles o militares, incondicionalmente.

El príncipe Pedro Kropotkin, criticando al dictador comunista Lenin, en 1920, le escribió: “…No ha habido nadie para que os explique qué es un rehén?”. Y el mismo contestó: “…es conducir a una persona al lugar del patíbulo y decirle siempre que debe esperar, que quizás morirá más tarde, más tarde siempre…”.

Empero, el Presidente Uribe no desactiva el dolor, la indeleble tristeza de los secuestrados, sus familiares y quienes no somos insensibles en la sociedad, formalizando el acuerdo humanitario. Se presume que opta, por lo que le sobra a Colombia, guerra, fuego y pérdida de vidas humanas.

Entretanto, lanza denuestos contra la Corte Suprema de Justicia, porque legítimamente no subsumió la conducta genocida de los paramilitares en el delito de sedición.

Dolorosas ironías del destino que establecen un punzante contraste entre la cuota de dicha que a muchos padres e hijos les es dada, y la que a otros, con sevicia, se les niega.
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Comentario:
Carlos dijo...
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12 de agosto de 2007 12:58 PM

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