jueves, 13 de septiembre de 2007

VACILACIONES DEL FISCAL



Por: Gerardo Delgado Silva


Es fundamental para la comprensión de la masacre diabólica de la conquista, el hecho evidente de la personalidad psicopática de la mayoría de los conquistadores, fruto de la guerra de siete siglos, que invirtió los valores de la nación española llamando hidalgos a sus antisociales y villanos a los hombres que amaban la paz.

Se trasmitió un genotipo por generaciones, con todos los vicios y deformaciones propios de la guerra, atizados por los prejuicios de casta y de sangre; las injusticias; la explotación humana que se hizo y se hace del indio, del negro, de los humildes hasta la catástrofe humanitaria, increíble realidad de nuestra patria de hoy.

La violencia salvaje, abominable y primitiva, bien se sabe, ha sido el común denominador de nuestra historia. Las madrugadas amanecen temprano cargadas de odios, desenfrenos y abusos; de genocidios canallas de paramilitares, guerrilleros, delincuencia común y de algunos miembros de la fuerza pública. Madrugadas de desesperanza y agonía.

Y dentro de esa interminable perversión, hace 22 años, se produjo el holocausto bárbaro del Palacio de Justicia, que comenzó con el asalto del M19, a ese templo de sabios magistrados, que velaban por “lo bueno y lo justo”.

No es necesario describir esos horrores. Empero, si los subversivos delirantes desconocieron los derechos humanos y la preceptiva del Derecho Internacional, el gobierno también estuvo al margen de sus postulados, pues la protección de los civiles ajenos a un conflicto fue uno de los propósitos de la Convención de Ginebra de 1949, y los protocolos anexos.

Con la refulgente cola del Estado de sitio, insensiblemente el General Samudio expresó: “R. Entiendo que no han llegado los de la Cruz Roja. Por consiguiente estamos con toda libertad de acción y jugando contra el tiempo. Por favor apurar, apurar a consolidar, y acabar con todo” (La negrilla fuera de texto. “El Espectador”, 24 de junio de 1986).

Así se llevó a cabo la cruenta recuperación del Palacio, con la muerte de once magistrados y la desaparición de numerosas personas que se hallaban dentro.

Por eso, el Capitán (R.) Elías Escobar Salamanca, conceptuó: “El ejército actuó improvisadamente… olvidando que lo más importante era la vida de los rehenes. ¿Qué timbre de orgullo puede ser para un cuerpo armado, decir: Ahí entrego esos cadáveres?”

“Las malas acciones, - nos dice Shakespeare – aunque toda la tierra las oculte, se descubren al fin a la vista humana”.

El caudal probatorio permitió a la Fiscalía señalar inequívocamente, la forma como se cometió el crimen de lesa humanidad contra el Magistrado Carlos Horacio Urán, asesinado luego de salir vivo del Palacio y retornado a éste, para que el fuego destruyera las pruebas portadoras de certeza. Mientras tanto, los desaparecidos, comparten el rincón oscuro de la injusticia.

De tal suerte, que causa perplejidad que el señor Fiscal General de la Nación, tenga dubitaciones acerca del imposible jurídico de la prescripción de la acción, en el atroz episodio contemplado, como si la injusticia fuese un mal natural.

Y no puede titubear, porque con antelación dijo este alto funcionario: “La Corte Interamericana nos recordó que los crímenes que estén relacionados con delitos de lesa humanidad no prescriben” (Semana Junio 18 a 25 de 2007 Edición 1311).

¿Es el camino del olvido, que conduce al cieno de la impunidad?.

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