viernes, 29 de febrero de 2008

Crímenes de lesa humanidad



Por ALirio Gomez M

Hace pocos días tuve la ocasión de leer una información generada en una reiterada y cínica mentira de las FARC. En ella la organización narcoguerrillera, vergüenza para Colombia, aseguraba por Internet que ellos "no reclutaban menores de edad". Todo parece indicar que con esa falsedad tratan de tapar el sol con las manos y de esa forma eludir su responsabilidad internacional frente a los crímenes de lesa humanidad que el reclutamiento de niños genera y por los que tarde o temprano tendrán que responder. Lo impresionante es que el problema no solo afecta a Colombia, también a Venezuela, Brasil y Ecuador.
"Por lo menos 14 mil niños colombianos hacen parte de los grupos armados ilegales; una suma que anualmente crece", dice el informe de la Misión Diplomática Internacional Humanitaria Ruanda 1994, correspondiente al año 2008. Aquí tiene un agravante: "…mientras los grupos armados ilegales reclutaban menores a partir de los 12 años, la edad de incorporación se ha reducido y ahora hay niños reclutados desde los seis años de edad", revela el aterrador documento. "Será presentado en Londres y servirá de base para denunciar los hechos ante la Corte Penal Internacional para su juzgamiento como crimen de lesa humanidad".
El argentino Sergio Tapia, presidente de la organización para América Latina, dijo que "la situación es crítica, especialmente en las zonas de frontera con Venezuela, Brazil y Ecuador, donde los grupos incorporan a la guerra, de manera forzosa a niños indígenas o afrodescendientes. Las FARC tienen la mayor responsabilidad. "La mayor parte de menores en la guerra corresponde a niñas, que no solo están en trabajos serviles sino que son tratadas como esclavas sexuales, como mujeres de los comandantes y obligadas a abortar en muchas oportunidades", dentro de lo que Tapia llama "una guerra prostituta que ahora solo tiene interés económico".
Entre creerle a las FARC o a la Misión Diplomática Internacional Humanitaria Ruanda 1994, el gran grueso de la humanidad le cree ala segunda organización. Posiblemente Chávez y Ortega, presidentes de Venezuela y Nicaragua sean los únicos que le den fe a las narcoguerrillas Colombianas. La afirmación de que las FARC no reclutan menores de edad no satisface a nadie, es lo mismo que cuando dicen que las FARC no secuestran ni atacan civiles y que no son terroristas sino tímidos y sacrificados "activistas políticos" que nada tienen que ver con el narcotráfico. Con mentiras no se pueden hacer desaparecer los crímenes de lesa humanidad.
Ahora, "Reclutarlos no es solo ponerles un fusil, pues la mayor parte están destinados para actuar como mulas del narcotráfico. La cifra de los niños en la guerra crece año por año en Colombia, que ocupa lugar preferente y preocupante en el escalafón mundial. Ya no son armados ilegales, como se creía, sino grupos narcoarmados". Regresar Inicio o Titulares

martes, 5 de febrero de 2008

UN PAÍS ENFERMO




Por: Gerardo Delgado Silva

Quienes somos esencialmente pacifistas por honda convicción moral, y que hemos buscado insomnemente el bien de la patria, rindiéndole culto a la ley y a la dignidad de la justicia, rechazamos como siempre la violencia y el terrorismo de la subversión y el paramilitarismo, en contubernio con la mafia. Como también esas conductas punibles desatadas a veces por miembros de la fuerza pública. Todos vulnerando las reglas del Derecho Internacional Humanitario.

A nadie sensato pueden serle extrañas estas tragedias, atadas al prejuicio, a la venganza y al odio, en escandalosa oposición a la moral cristiana, traducida en los principios básicos de nuestras leyes.

Y como certeramente dijo López Michelsen: “Nos estamos desintitucionalizando…”.

Si bien es cierto que “toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente…”, como reza la Constitución, se está manipulando, utilizando, protervamente la cruzada contra el terrorismo, que nos compete a todos, para disfrazar la sed de poder del Presidente Uribe. La plausible marcha contra las FARC, emerge como un dividendo político para la segunda reelección que implicaría otra violación de la soberanía constituyente, plasmada en la Constitución, con un Estado de Derecho, para sustituirlo por un Estado autoritario.

Y bien. La narcoguerrilla es un fracaso como proyecto histórico, y los gobiernos por décadas no han desactivado las causas de fondo. No se han resuelto los problemas estructurales del agro, como la desigual tenencia de la tierra hoy en gran parte en manos de narcoparamilitares, pedidos en extradición por Estados Unidos.

Empero, si la narcoguerrilla y el narcoparamilitarismo, son deshumanizados terroristas, que diabólicamente nos agobian, dejando solo huellas de dolor; se cierne sobre nuestra patria otra clase de terror. Este, sin ametralladoras, sin motosierras, sin cilindros, sin minas infames. Es el que se oculta en las miserias e iniquidades de la Colombia marginada, que sufre la hambruna, repugnante mensajera de la muerte de incontables niños y ancianos en esas covachas que avergonzaría a los hombres de la edad de piedra. La infancia desplazada y desprotegida. Una verdadera tragedia humanitaria. Así lo considera la ONU.

Pero no se arroja luz sobre este gran conjunto de aberraciones de extrema izquierda y de extrema derecha, cuando el gobierno de Uribe apela al doble rasero para contemplar sin ponderación, la problemática desgarradora de Colombia. Ese doble criterio, ilustra hasta qué punto la caracterización del terrorismo depende no tanto de la naturaleza de los comportamientos, como de la posición de los actores.

Es decir, una violencia y terror transparentes, que no incomoda y otra con los tonos hirientes del horror.

Y en este ambiente absurdo de dislocación que sufre la sociedad, sin rumbo orientador de la convivencia, el comisionado de paz considera que: “La memoria de tales hechos –se refiere a los crímenes atroces de los paramilitares– es altamente contraproducente, pues el país no está preparado para conocer la verdad… las autodefensas fueron un error”. Y continúa: “Las víctimas son portadoras de la pasión vengativa”. Clemenceau, consideraba el error, algo peor que un crimen. El comisionado no es un delator de la verdad, sino un encubridor de la mentira que está acibarando a las víctimas, con recalcitrante perversidad. Quiere desactivar los actos de barbarie, negándoles el recuerdo, pero los perpetúa en la penumbra y el silencio, como una vivencia del manicomio. Una manera absurda y cobarde de colaborar con los verdugos.

Es un revelador siniestro junto con el Ministro de Agricultura, el Ministro del Interior y el Asesor José Obdulio Gaviria, que no puede deshacerse de la mala sombra que lo acompaña, de las patéticas palabras de Tariq Alí: “Vamos a castigar los crímenes de nuestros enemigos y recompensar los crímenes de nuestros amigos”. (El País, 20-9-01).

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