viernes, 3 de agosto de 2012

ESTIGMATIZACION HISTORICA

----------------------------------Por Gerardo Delgado Silva
Nunca ha cesado la horrible noche, como dice el himno.  La conquista fue una masacre del diablo en nombre de Dios.  No otra cosa afirma Juan Ginés de Sepúlveda, vocero de conquistadores, capellán y cronista del emperador Carlos V, cuando escribió un tratado docto, sobre Las justas causas de la guerra contra los indios donde sostenía que era “lícito y necesario hacer la guerra a los indios y reducirlos a la servidumbre”.
Se empeñó en aplicar a los nativos del Nuevo Mundo la doctrina aristotélica de la esclavitud natural, según la cual una parte de la humanidad es apartada por la naturaleza  para ser esclavos al servicio de amos nacidos para una vida de virtud, libre de labores manuales.  Además, por cinco razones entre las cuales destacó: “Los indios eran idólatras y cometían pecados contra natura, por lo cual el sufrimiento infligido por la Conquista debía interpretarse como el justo castigo de Dios sobre ellos.”. Para justificar la coacción “evangélica”, con el término “idolatría”, se designaron las creencias, ritos, costumbres, cultos y ceremonias indígenas consideradas como signos del extravío al que habían sido conducidos por el diablo los crédulos amerindios. 
Al combatir a los infieles o convertirlos al catolicismo, los españoles se sentían ejecutando en tierra el trabajo de Dios quien, por su parte debía recompensarlos.
Y bien. Recordemos que con el triunfo de los españoles en Granada el 2 de Enero de 1492 sobre los árabes, se puso fin a una guerra de siete siglos.
Es incontrovertible que aquellos veteranos cesantes de los combates con los moros, se convirtieron en los conquistadores con sus pasiones, angustias y sus fuerzas siniestras del nuevo mundo.
Empero, la guerra como afirma el psiquiatra Francisco Herrera Luque, “regresa al hombre a niveles primitivos y le devuelve placeres atávicos de los que lo privan la paz y la civilización: el crimen, el incendio, el pillaje y la destrucción”.
Y es que parecería ocioso, aclarar que toda guerra invierte los valores a tal punto que el conciliábulo del nuevo movimiento político creado en el Club el Nogal, irónicamente denominado Puro Centro Democrático, al descoger analíticamente los pliegues verbales de esos virtuosos maestros del nuevo concepto de pureza, persuadidos de ser pulcros y egregios patriotas: el señor Álvaro Uribe con los llamados falsos positivos, José Obdulio Gaviria, el primo del patrón del mal, señor Pablo Escobar Gaviria, y el señor Fernando Londoño Hoyos con la sombra siniestra de Invercolsa; contemplan la adopción de políticas represivas como única solución a la “subversión terrorista”, sin mantener el equilibrio del razonamiento, la ponderación del juicio y el freno guión de la conducta, sin buscar a esos males sus hondas raíces sociales, sin entender que la violencia nunca acaba con la violencia o como en la frase de Tolstoi basada en los evangelios: El fuego no apaga el fuego.  Quienes somos esencialmente pacifistas por honda convicción moral, rechazamos enfáticamente la violencia.
El Estado no puede concentrarse sólo en esfuerzos represivos.  Deben por ejemplo desactivarse las causas de fondo.  Con la guerra se aviva la hoguera de las pasiones subversivas y los resentimientos.  En ocho años de desfallecimiento moral con el Gobierno del Señor Uribe, no fue capaz de resolver el conflicto derrotando las guerrillas, como lo prometió.  Sus electores abanderados parapolíticos  aherrojaron la Nación al abismo de todas las locuras imaginables desposeyéndola así del solio de potencia moral con que generaciones la honraron durante muchos años de ecuanimidad, de probidad y de justicia.  Lo que anhelan los señores del Puro Centro Democrático, ya se probó en la patria, y sus desastrosas consecuencias están a la vista. 
Ahora bien. No se puede negar el expolio y el exterminio de indígenas como móvil de los conquistadores, lo cual conmovió las conciencias de frailes eminentes que emprendieron desde 1511, con Antón de Montecinos  a la cabeza, y Bartolomé de las Casas, una decidida lucha por la justicia.
Hoy, sigue el desangre sistemático y selectivo contra líderes y autoridades indígenas.  Y en medio, atrapada entre todos los fuegos, ha quedado la población indígena, no solo en el Cauca, sino en todo el país.
Claman por el respeto a la vida, la naturaleza y la cultura y se oponen desarmados a la intervención de grupos armados ilegales ya sean las Farc, el Eln, los paramilitares, y así mismo fuerzas oficiales.
Todos los grupos los acusan de ser “colaboradores” de los otros, y piden que se entienda que no hacen parte del conflicto. Los indígenas del Cauca, constituyen uno de los sectores más organizados e independientes frente a los “actores” del conflicto.  Su peso específico lo ha demostrado con el modelo de desarrollo que encarna el Proyecto Nasa, galardonado internacionalmente. 
A nadie pueden serle extrañas las tragedias de los indígenas, sumidos en la miseria y el desamparo.  Se hace imperativo un acto vigoroso de solidaridad y de fortaleza moral en torno a la dignidad de estos compatriotas, para cubrir la inmensa deuda social a la que las élites y los gobiernos han hecho a un lado por tantos años, agravada por la catástrofe humanitaria detectada tiempo atrás por la ONU.
Así las cosas, para nadie es un misterio el reclutamiento de menores de edad en las filas de la abominable guerrilla y los paramilitares en nuestro país.  Es una práctica tan horrenda como extendida.  Y, lamentablemente combatida apenas de palabras. 
Evidentemente, el riesgo de reclutamiento comprende a los niños indígenas del país, para ellos no existe un blindaje, como tampoco circunstancias atenuantes. 
Empero, no se puede estólidamente afirmar que las protestas de los grupos indígenas en el evento del Cauca, constituyen una asonada y obedezcan a infiltración y estrategias de las Farc según el liviano Ministro de Defensa; que asombra con su ostensible ignorancia del Derecho Penal y por tanto de la conducta típica.  Por el contrario, es un despliegue clamoroso a favor del respeto al derecho fundamental a la vida,  y demás derechos humanitarios.  Importante, pues buena falta hacen en Colombia demostraciones de protesta que, en lugar de la violencia, recurren a la fuerza de la organización popular.  Porque, para acudir a las “razones de Estado”, como principio y fin de todo discurso, no haría falta más que abrir un libro cualquiera de política o de historia y encontrar en los “medios” de Maquiavelo o de Hitler la legitimación trasnochada a toda tentación de un Estado más autoritario, la única forma de garantizar lo que la política no podría: la reconciliación con tantos colombianos a quienes la guerra, el odio, la intransigencia y sobre todo nuestra indiferencia condenaron.  Al país hay que rehacerlo y ese no es solo un ejercicio de la fuerza.  Más allá de la estrecha lógica de amigo – enemigo, se requiere entender la particular atención que merece los indígenas.  Crear en Colombia un remanso grato y ennoblecedor de seguridad social en contraste con el turbión de tragedias vividas.  Es la oportunidad de una multitudinaria ratificación de la paz, del fortalecimiento de los Derechos Humanos en otras palabras, la realización del Estado Social de Derecho, y de las prácticas democráticas.  Esa paz, de la cual entonando un canto de esperanza a la vida, con significación moral y filosófica declaró Pablo VI: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.
Y Luis Carlos Sáchica, ese gran constitucionalista transido de patriotismo expresó: “La paz no es tan solo la ausencia de guerra; es un estado de ánimo colectivo que no depende de la organización jurídica”.
                                              
                                                                                                              Publicado por  Bersoa.com

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