lunes, 4 de agosto de 2014

El candidato de los difuntos

                                                 Trafugario                                                     
                                               Por: José Óscar Fajardo
Así algunos no me lo crean, muchos de mis lectores me han pedido a través del correo o mediante llamada telefónica los que saben mis números, que les explique qué es esa vaina que tengo yo con el cuento de, El Candidato de los difuntos. Pues bien, queridos preguntones. Ese es el título de mi quinta y última novela, por ahora, que ya  estoy mercadeando por mis propios medios y con todas las triquiñuelas aprendidas a lo largo de mis estudios, de mis interminables lecturas y de mi vida. Lo único que les digo es que, escribir literatura es una experiencia muy bacana que le da la oportunidad a uno de desquitarse de todos esos fantasmas que ve en medio de las tinieblas de su existencia. Pues hay que vivir en un túnel demasiado oscuro durante mucho tiempo, y si es persistente y cuenta con suerte, algún día pasará al otro lado y llegará a ver la luz. De lo contrario, estará en el ostracismo para siempre, y en la mayoría de ocasiones, no por culpa del escritor. Escribir es una pena y a la vez una obsesión y uno no escoge el arte sino que el arte lo escoge a uno. Lo cierto es que ningún escritor sabe  con exactitud matemática por qué escribe literatura. Tampoco sabe por qué esa patología endémica lo lleva, sin ningún estropicio ni requerimiento y sin compasión, hasta el final de su existencia. Les hago la siguiente aclaración acerca de Nabucodonosor, el candidato de los difuntos.
Este no es un relato para revivir el antiguo Dadaísmo o que tenga que ver con el Surrealismo. No. Es sencillamente la narración de una alucinación compartida de dos amigos, uno intelectual el otro del montón, ambos adictos a las drogas y al licor, que en medio de esos viajes que suelen hacer “metiendo” en el cementerio central de Crazy Port, después de dialogar con muertos de todos los tiempos, llegan a la conclusión que todos estamos hechos del mismo mazacote fusionado con mentiras, hipocresías y sueños. Es un libro loco. “Uno es verraco hasta que alguna pichurria  le demuestra lo contrario”, es la piedra filosofal de Nabucodonosor Cristanchi, filósofo y político candidato a la presidencia de Crazy Port, quien vive convencido que un intelectual puede llegar al poder con la sola fuerza de su aparato psíquico, la brujería y la metafísica y sin un capital para invertir en política. Es el personaje central.

Su propio Sancho Panza, el Chueco Mariojosé, cree en lo mismo porque a él, a última hora le importa un carajo el poder. Lo cierto es que ambos profesan su propia filosofía producto de sus fatuos conocimientos y creen profundamente que, así los científicos digan lo contrario, el mundo funciona así. “Que sólo nos salva el buen humor y la capacidad de reírnos de nosotros mismos para que no nos acribillen las enfermedades mentales o nos asesine la pobreza. Pues produce mucha sensación de igualdad el pensar que hasta a un presidente de la República pueda darle pecueca y la propia mujer llegar a ponerle cachos con un soldado de la guardia presidencial. Lo que pasa es que eso casi nunca se sabe. Se conoce que estos soldados son buen polvo porque generalmente están tostados”, dice el autor. Esta narración también puede considerarse como otra historia de la estupidez humana. Con un lenguaje indudablemente coloquial y cargado de un humor sulfúrico, el escritor trata de dar al lector una explicación real, aunque en ocasiones contradictoria, de los hechos y de los personajes más importantes de todos los tiempos partiendo de la lógica que los muertos son eternos y nunca se quejan de nada. Por esa razón también se les puede mamar gallo el tiempo que uno quiera, argumenta. 

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