sábado, 9 de mayo de 2015

Derechos y cultura ciudadana

                 Trafugario 
          Por: José Óscar Fajardo 
Para completar mi columna anterior en la que hablé de la horrorosa cultura ciudadana en Barbosa relacionada con la paz y la sana convivencia de la gente, creo que en alguna parte aclaré, sin embargo vuelvo a repetir, no es sólo en Barbosa sino a todo lo largo y ancho del país. Como estamos en un periodo preelectoral y de hecho candente, es bueno que algunos periodistas  que ejercemos opinión a través de nuestras columnas, hagamos claridad en que no sólo es pésima cultura ciudadana llevar la chandita a que defeque en el corredor o el jardín del vecino, estacionar la camioneta cuatropuertas con claros indicios mafiosos en la mitad de la cuadra para ponerse a beber chirrinche embazado en botella de whisky y ametrallarlos a todos con unas pinches rancheras de pacotilla, endosarle las bolsa de basura de quince días atrás repletas de sobras de pollo no tanto asado sino podrido para que los vecinos y los chulos degusten su aroma, orinar en los guardabarros y/o hacer popo detrás de la camioneta pero a ojos vista de toda la ciudadanía, decirle piropos vulgares a las peladas que van para el colegio o para la universidad, apagarle la colilla del cigarrillo barato en las costillas del compinche de tragos y fuera de eso decirle, “lleve por pichurria pedazo de…, pasar cuatrocientas veces por el frente de la casa de la muchacha de ojos azules que le fascina con una chatarra de moto sin el mofle y así sucesivamente hasta N factorial, es decir hasta el infinito, sino otras bobaditas que aumentan la imbecilidad.
Porque si fuera eso no más, yo creo que todo valdría “güevo”, así con diérisis y g. Lo verraco es que también es perversa cultura ciudadana, y fuera de eso la más rastrera bajeza, ir a donde el vecino para “podrir” al muchacho o señor, políticos, que quieren poner su nombre al consejo municipal, con el fin de advertirle que, cómo carajos va a votar por ese individuo si aparte de bazuquero es falso y ladrón y como si eso fuera poco que todas las noches le pega a la mamá. Es decir a podrirlos. Que vende drogas ilícitas y vainas robadas y que no sale de las casas de lenocinio así no haya una en cien kilómetros a la redonda. Después que ese infame chisme se difunda por toda la ciudad ¿quién va a votar por él?. Y eso es una abominable “cultura ciudadana” porque no sólo acaba con un posible o potencialmente buen candidato, sino que además le está echando encima toneladas de excrementos a los sagrados derechos de un ciudadano y de paso a la democracia. Todo para hacer ver que él, el miserable chismoso con lengua de meretriz callejera, sí es todo un dechado de virtudes éticas y morales, laborales y profesionales, por quien todos los individuos vivos y muertos, como en la novela de mi autoría,  El Candidato de los difuntos, deben votar. A esta ralea de tan execrables bichos, ténganles pavor.
Porque si hay una acción o práctica social en la que los individuos demuestran en realidad su verdadera condición racional, moral e intelectual, es precisamente en el quehacer político. Si se tiene claro que la Cultura es todo lo que abarca la cotidianidad de las gentes en su discurso de la existencia, y que la actividad política es un apéndice de la Cultura de los pueblos, habremos avanzado, lo expreso en forma de metáfora, hacia la inmortalidad del alma. Estoy seguro que si recuperáramos la verdadera filosofía de la política, en su esencia y en su sentido estrictamente social, Colombia y Santander no estarían ni estarán tan mal.  

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