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sábado, 22 de marzo de 2014

Eso ya se sabía

                                                     Trafugario
Por: Por: José Óscar Fajardo                                                    
Que el hoy exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro iba a ser destituido, eso ya se sabía. Y los que no somos tan distraídos sabíamos que iba  a ser destituido por encima de cualquier fuerza extraordianaria de la naturaleza, e incluso del cosmos. Eso era una realidad axiomática como saber que hay uvas. “A cuál ingenuo se le ocurre que los verdaderos dueños de la democracia en Colombia como son los Ardila Lulle, Los Santodomingo, los Sarmiento Angulo, los Pacheco Debía, los Gillinski, le iban a entregar la capital de su feudo a un exguerrillero para que gobernara a su acomodo”, me dijo un abogado pseudo amigo mío, más pobre que una gallina flaca pero más reaccionario y ultraderechista que el mismo generalísimo Francisco Franco. Y me tocó convencerme que el tipejo ese tenía toda la razón. Y que la tiene. Desgraciadamente para el pueblo colombiano, el tipejo ese tiene toda la razón. Pero de la misma manera desgraciadamente para la oligarquía neoliberal también, por aquello que los japoneses llaman Hara Kiri, y que los nacionales decimos, darse con una piedra en los dientes. Pues claro porque entre más verraca sea la enfermedad, más rápido se muere el paciente. Cuánto más terrible se haga el hambre, con mayor saña se hará la búsqueda de la comida. Los periodistas que hemos estado en campañas políticas sabemos muy bien, y los que no lo han estado también, y no sólo los periodistas sino cualquier ciudadano común lo sabe, que a la clase política ya muy pocos le creen. ¿Culpa de quién?
No se puede ser tan ingenuo de no darse cuenta que en Bogotá, para las elecciones de congreso que acaban de pasar, votó cerca de un 33%, es decir una minoría. No se puede ser tan ingenuo de no darse cuenta que en Colombia cada día aumenta, en función exponencial, el abstencionismo electoral. La clase política y los dirigentes de este país no se pueden tapar los ojos para no ver y ponerse tacos de madera en los oídos pata no oír, que al pueblo lo distraen con remedios anodinos suministrado en pequeñas dosis que con el tiempo lo que hacen es agravar la enfermedad. Yo estoy totalmente seguro que una gran parte de ustedes, amigos lectores, vieron las escenas apocalípticas presentadas por la televisión nacional de Colombia en el noticiero Caracol, también de Colombia,  viernes anterior a las siete y diez AM, en que se ven mundanales de animales muriéndose unos, o ya muertos otros, por la sed a raíz de un verano espantoso en la localidad de Paz de Ariporo, Departamento de Casanare, también en la República de Colombia. Como ustedes lo vieron, entonces queda demostrado que eso no es invento mío. Que esas no son falacias de la oposición. Y eso ocurre en uno de los Departamentos más ricos del país. ¿Se hubiera podido evitar esa catástrofe y se podrán evitar las que vienen? Claro que sí. Con el solo hecho de haber construido a tiempo reservorios de agua suficientes, se habría podido. No hay plata para ese tipo de obras, dirán los aludidos. ¿Y entonces dónde están las regalías petrolíferas?
Lo que yo no he podido entender es ¿Por qué los colombianos mutuamente nos odiamos tanto? Porque la verdad es que siento este problema como un simple y preocupante odio y desprecio de los que les sobran los millones de dólares, con los que no tienen un puñado de monedas para vivir. Simple odio y desprecio, repito. Y lo de Buenaventura, qué. ¿Será que se trata de otra Colombia? Si militarizar a Buenaventura y/o “eliminar” políticamente a Petro es la solución, bienvenida sea. Les aclaro que jamás he votado por Gustavo Petro. Es sólo la nostalgia.

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