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domingo, 7 de agosto de 2022

Celebramos el 7 de agosto con nuevo gobierno

Por: Bernardo Socha Acosta
Colombia ha superado muchas épocas de retraso, entre ellas la esclavitud, y descolló la era del transporte en mula, al aéreo y de la máquina de escribir, al computador y de la telegrafía a las comunicaciones en tiempo real con el Internet y muchos adelantos más, pero no había podido superar la copia decadente del feudalismo criollo en el poder del estado.

Pasaron muchos años del intento de progreso de las comunidades, pero la sumisión popular a la que lograron llevar por largo tiempo las castas políticas y algunos grupos poderosos y dominantes, impedían a toda costa cada 4 años, que los colombianos se liberaran de ese yugo que tiene rasgos esclavistas con máscara de libertad.

Hoy es una fecha significativa para la historia nacional. Es una fecha significativa para todos los colombianos marginados de la riqueza nacional que por años han querido tener acceso a los bienes del estado.

El nuevo gobierno ya se rodeó de una selecta nómina de profesionales que muy seguramente se identifican con el pensamiento progresista del entrante jefe de estado y millones de colombianos que quieren ver a un país distinto donde todos tengamos oportunidades.

Pero, nadie puede entender por qué algunos de la burguesía criolla critican tanto la designación de la nómina de ministros que ha escogido el presidente Gustavo Petro, si son personas de las más altas calidades, unos con sobrada experiencia y otros que apenas comienzan a realizar sus pinitos al servicio de los colombianos.

Por qué esos sabios críticos no pueden esperar un tiempo para ver cuáles son los resultados de la gestión de cada uno de los colaboradores del entrante gobierno para luego si hacer sus pronunciamientos. O, es que solo están demostrando la envidia y el espíritu de egoístas y de traficantes del odio y la violencia.

Pero mirando bien a quienes critican, vemos que son precisamente aquellos, unos que nacieron en cuna de oro herederos de las castas privilegiadas y otros con menos poder, pero que, durante su vida laboral, vivieron como zánganos, chupándole la sangre al estado y a los colombianos, y hoy aún siguen viviendo del estado, con jugosas pensiones y sienten envidia porque alguien pueda surgir. Qué sentido de la vida tendrán esos ciudadanos y cómo podrán soportarse ellos mismos y su familia, con ese espíritu mezquino que demuestran. Que tristeza que haya en una sociedad personas de ese falso y flaco talento y que son seguramente las que han venido atizando el fracaso nacional.

Sin embargo, en medio de ese desalentador panorama que venímos experimentando, se siente satisfacción, que este 7 de agosto de 2022, al conmemorar la fiesta Patria de la Batalla del Puente de Boyacá, se sienta un triunfo de los sectores populares que por muchos años anhelaron propiciar un cambio, pero las circunstancias propias de un país politiquero le impedían. Hoy es una realidad y los más de 11 millones de colombianos que orgullosamente hicieron e hicimos posible el triunfo en las urnas, debemos atraer a otros millones de buenos compatriotas para que Colombia sienta la fuerza social por la convivencia, la paz y el enriquecimiento de voluntades por el progreso de todos. Bienvenido el nuevo gobierno.  bersoa@hotmail.com

domingo, 26 de junio de 2022

De cambios y utopías

Mario González Vargas
El cambio es consustancial al ser humano porque corresponde a la transformación permanente e ineludible que lo acompaña desde el nacimiento hasta la muerte. Por ello, busca afanosamente expresarse con la búsqueda de dimensiones superiores de comprensión e inteligencia, con la ilusión de alcanzar estadios de superación y ambicionar metas elevadas en el desenvolvimiento de la especie humana, que apunten a la construcción de sociedades solidarias, organizadas en Estado diseñados para la convivencia pacífica, el bienestar físico, la elevación moral y el disfrute igualitario de todos los bienes que la naturaleza provea y el espíritu dispense. Son las utopías las que direccionan los cambios y determinan sus bondades o sus fracasos, en ejercicios que suelen terminar en replicar las labores que marcaron la condena de Sísifo.

El proceso electoral estuvo marcado por un afán de cambio que se vino acumulando a medida que el ejercicio de la política se fue degradando sin consideración a los crecientes retos y amenazas para todos los colombianos. Se produjo así la acumulación de diversos desafíos políticos, sociales, económicos, ambientales y de seguridad ciudadana y nacional, que no podrán resolverse con terapias extraídas de utopía que ha malgastado su halo redentor en fracasos sucesivos, con costos inauditos para la legitimidad institucional y la vida misma. Los 23 millones de colombianos que votaron confirmaron ese insoportable cansancio con usanzas y comportamientos que hicieron de la política un ejercicio reprobable, a veces inmerso en el código penal, que ahuyentaron todo sentimiento de esperanza y con ello toda posibilidad de recuperación. El acuerdo nacional no puede revivir las reparticiones del poder que generaron la rabia y el repudio ciudadano. La política es el arte de lo posible, no la práctica de lo imposible a los ojos de los ciudadanos. Un acuerdo sobre lo fundamental no se logra simplemente con la simple aritmética para asegurar mayorías en el Congreso o elegir sus presidentes, ni puede despacharse con la sola afirmación de desarrollar el capitalismo en Colombia, sin ahondar en las acciones que lo hagan posible y estimulen la recuperación de la confianza en el fortalecimiento de la democracia y de sus libertades, en el respeto de los derechos que de ellas se desprenden y en el control del territorio por el estado que permita el goce pacifico de los mismos, fortalezca la seguridad ciudadana y preserve la seguridad nacional. Por ello, la primera y más convincente señal del rumbo del gobierno y de la definición de sus metas dependerá principalmente de la configuración de su gabinete y de la designación del Canciller y de los ministros de Hacienda, Defensa e Interior. El primero debe encarnar la diversidad cultural y étnica de la nación en un hemisferio diverso, y cuidar en un mundo globalizado las relaciones con las potencias orbitales. El segundo, despertar confianza en todos las agencias y agentes nacionales y extranjeros de la economía. El tercero, velar por la seguridad nacional y ciudadana, y el cuarto procurar que la política recupere sus más altos estándares. Ello para que el cambio no sea una utopía fallida.

sábado, 2 de marzo de 2013

Algo anda mal en Colombia

                               Por: Bernardo Socha Acosta
Para cualquier desprevenido colombiano, las cosas no andan bien en nuestro país. Cuando los sectores más importantes de la producción nacional y quienes construyen la riqueza de una sociedad, deciden realizar una protesta por motivos que son suficientemente claros, los representantes del gobierno no pueden responder con amenazas y represión, porque ahí es donde germina la rebeldía popular y la violencia. Por eso han surgido movimientos de extrema.
Bien lo dijo un prelado de la Iglesia católica al respecto, que a los productores del agro, no se les puede calificar de subversivos porque reclaman sus derechos. Será que estamos cayendo en ese extremo, que solo fue visible de algún pasado presidente de la república; que todo lo arreglaba con los fusiles y nada de diálogo.
La forma como los voceros del gobierno han manejado la situación, inicialmente con los cafeteros y cacaoteros, es lo que ha generado nuevas adhesiones al movimiento de trabajadores. Ya se han unido  otros  sectores, entre ellos los transportadores, llamados camioneros y así  parece continuar.
Esta inconformidad de la población  no es un buen signo y los Ministros y otros funcionarios que han estado atendiendo la situación, entre ellos el titular de  defensa, deben actuar con más diplomacia, porque las amenazas ya no atemorizan,  sino que despiertan reacciones  agresivas a los demás.
A nadie le gusta que se le amenace como los tiempos de antes; nadie obedece con órdenes agresivas. La agresividad como la violencia, genera más violencia y un estado no puede ser violento con sus gobernados. Cuando el pueblo reclama, habrá alguna razón; porque nadie protesta porque sí. Y responder  con amenazas y represión, multiplica  los resultados negativos, sin lograr nada positivo en favor de la normalidad de los colombianos.
Hay que entender que los productores del campo han sido los más abandonados por la mano del estado. Los campesinos no pueden seguir produciendo a pérdida  debido a los altos costos de los insumos y a los ruinosos precios que se le fijan a los productos que ellos generan. La triste situación de los campesinos colombianos  no se puede tratar  con represión y violencia. Ellos merecen consideración. Qué pasaría si la emigración campesina hacia las ciudades sigue como se viene desarrollando, a raíz de la indolencia del  estado.  El hambre y nuevos factores de violencia e inseguridad  seguirán  siendo el común denominador de los colombianos en las grandes ciudades, si las cosas no cambian. Y de paso sea la oportunidad de recordar a un congresista que sugirió al gobierno no permitir esas protestas. Es que es tan fácil hablar cuando se gana un sueldo de 25 MILLONES DE PESOS MENUALES a costa del pueblo colombianos, mientras un trabajador común y corriente devenga  algo más de 500 mil pesos mensuales. dónde está  la cacareada equidad.
Todos creemos que es hora de actuar; pero no actuar tratando de persuadir a los inconformes con represión y violencia de la cual ya estamos cansados y tal vez se intenta hacer algo con los diálogos en Cuba, pero mientras eso ocurre, se hace lo contrario en Colombia.

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