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viernes, 26 de agosto de 2011

Delincuentes y policías


Por Luis Eduardo Jaimes Bautista*
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Como delincuentes de la peor 'calaña' calificó el ministro de la Defensa, Rodrigo Rivera, a los integrantes de la Fuerza Pública que se alían con las bandas criminales. (Colprensa)
En Bucaramanga, policías acosan a familiar y abogado de niña abusada por uniformados. (Vanguardia Liberal)
Pero también piensen que hay buenos y excelentes policías que dan la vida por los ciudadanos y son un ejemplo para la institución. (General Oscar Naranjo, Director General de la Policía Nacional.)

Nunca una persona se puede imaginar quién es su vecino, hasta que no lo conozca, porque se puede distinguir al individuo por sus rasgos y costumbres, pero no en el fondo que piensa, que hace, si está dentro de los parámetros de un ser social que respeta a los demás.

Conocí a un personaje que su vida era de muchos amigos, la mayor parte muchachos menores de edad que nunca trabajaban, pero tenían para darse sus lujos, tener novia, comprar unos tenis de marca, buena ropa, pero sin trabajar. Esto empezaba a crearse una sospecha no para bien sino para mal, en el barrio donde vivía.

Dicho personaje era conflictivo, quería imponer su línea de mando, hasta que las sospechas supuestamente eran ciertas, era un expendedor de estupefacientes al menudeo y los muchachos que tenía a su alrededor eran sus lacayos de la distribución.

Los habitantes del barrio empezaban a mirarlo con recelo y a tenerle cierto temor, si lo denunciaban había implicaciones de venganza, el instinto de la culebra alborotada y ciega estaba lista para atacar a la víctima. Todo rondaba ya en un manto de silencio por las amenazas, y el personaje crecía con poder y respeto. Hacía bailes, campeonatos y todos eran ñeros, ñero para allí y gonorrea para allá. Sus cabezas rapadas, la pantaloneta ancha de color, camisas, camisetas de equipos de fútbol anchas, chancletas, tenis y cachucha de 150 mil pesos y el escapulario al tobillo. Mientras los más listos portaban la patacabra o el fierro.

Los días pasaban y el problema crecía. Si alguien llamaba a la Policía para denunciar o que se hiciera un posible seguimiento, sentía la sombra del miedo y de zozobra que implicaba a su misma familia. El 123 algunas veces funcionaba otras no. Pero lo real era que muchas veces entre las grandes parrandas que hacía, molestaba con el estridente ruido discotequero de las cumbias y corridos prohibidos, el trago era por doquier. Él se sentía el patrón, el capo, el duro, el líder del barrio, siempre acompañado por la escolta de muchachos que van detrás de la silla de ruedas. Un premio a sus desgraciada vida por estar metido en el negocio, y en una batida, -dos murieron- y una bala lo dejó parapléjico. Pero el hombre nunca cambió, siguió con su ejemplo para los hijos y los niños que ya empezaban a seguirlo. 

-¿Y qué hacía la policía en este caso?- Muchas veces ni atendía el llamado y si lo atendía, daban su acostumbrada ronda, miraban el personaje y sus compinches con cierta complacencia y se marchaban. Esto levantaba sospechas porque para algunos, él compraba policías. La Seguridad no existía para los buenos, sino para los malos.

El Tiempo pasaba y la escuela de la delincuencia con muchos jóvenes alrededor empezaba a tener sus frutos, se presentaban robos, peleas, consumo de estupefacientes y como dicen los abogados supuestamente extorsión y contrabando.    

Comenzaban aparecer carros de alta gama o engallados como dicen los mecánicos o igualmente motos para algún harlista. Las mujeres ni esperar porque también eran las allegadas a esta sociedad del crimen organizado.

Lo bueno de esta narración es que todavía no aparecía un muerto y si lo estaban planeando dentro de su película de suspenso, podría llegar, o ya tenían varios dentro de esas venganzas, de sapos y parches, pero su vida era legal dentro de la ilegalidad. Los expedientes, -precluídos- investigaciones archivados por vencimiento de términos.

El tiempo pasaba y no pasaba nada, los cuerpos investigativos y de seguridad seguían en su silencio cómplice, -aún cuando allí también vivían policías- alguno que otro parroquiano miraba con desdén, y muchos por el miedo eran complacientes de que ese barrio tranquilo con calidad de vida, sano, poco a poco se lo fueran tomando dentro del camuflado negocio de minutos. Porque este era otro parapeto para resguardarse con la comunicación sin despertar sospecha y soterradamente manejar los negocios.

En conclusión lo que sucede alrededor de este cuento, lo vive mucho la ciudad y muchas ciudades colombianas, como si le realidad fuera una ficción. Ante la voz de la gente que grita, con  voz en cuello ahogado, General investigue y castigue a sus subalternos, traidores de la seguridad y cancerberos de la delincuencia. Porque cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
*Poeta y Escritor

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