El 26 de septiembre asistimos a un hecho sin precedentes en la historia reciente de Colombia. Mes y medio después de la posesión del presidente Petro millones de colombianos desfilaron pacíficamente por la calles y plazas de Colombia, por decisión propia, para significarle al nuevo gobierno los límites que no debe trasgredir en la guarda de la democracia y de sus de instituciones. Es la respuesta ciudadana, esperanzadora ante la veloz sucesión de narrativas, directrices y comportamientos del presidente, sus ministros y altos funcionarios, que señalan sin lugar a dudas los protervos objetivos que todos ellos se han trazado y adelantan presurosos, que permitan su irreversibilidad y constreñida aceptación.
Al desmantelamiento vengativo de las Fuerzas Militares y de Policía se sumaron, no solamente los proyectos de reforma tributaria, rural, pensional, electoral, de salud y política que apuntan a la suplantación de la libertad ciudadana y de la libre empresa por la supremacía del estado, sino también los actos vandálicos y consentidos de múltiples e incesantes invasiones a la propiedad legalmente adquirida, complementados con el perdón social para todos los delincuentes del narcotráfico y de los carteles de la contratación, responsables unos de la violencia que ha hecho trizas toda esperanza de paz, y otros del saqueo de los recursos destinados al mejoramiento de las condiciones de vida de los colombianos. Todo ello, al amparo de la avidez de prebendas de la mayoría de los partidos políticos y de la complicidad del poder judicial y de la mayoría de los medios de comunicación. Todos a una como en Fuenteovejuna.
Sutil, el presidente invitó el día de las marchas al expresidente Uribe a Palacio para permitirse el lujo de adornarse con el ropaje del gobernante tranquilo, sosegado y conciliador, como sugiriendo que actúa como jefe de estado, pero no de gobierno, lo que obliga a sus ministros a la adivinanza de sus propósitos. Imagen de la que se desembarazó él mismo, sin reato alguno prontamente, en declaraciones con las que recobró su ánimo pendenciero y su retórica incendiaria, no sin antes insinuar que la polarización es responsabilidad de su afanado y denodado invitado.
La movilización ciudadana deja en claro que la oposición no se expresará en el Congreso, amaestrado por los recursos del erario, sino en las calles para ser oída, acompañada y alcanzar su objetivo de procurar reformas esperadas sin imposición de la violencia. El 26 de septiembre la ciudadanía venció el miedo con la que pretendieron silenciarla, y se expresará tantas veces como sea necesario para salvaguardar la democracia y sus libertades. Allí se jugará el porvenir de Colombia y permitirá que sea el pueblo el actor principal de su destino. La oposición debe abandonar su parroquialismo, porque en un mundo globalizado es imperativo cultivar las solidaridades ideológicas y democráticas. Idénticas luchas sacuden a los regímenes democráticos en el mundo. La izquierda lo practica con la internacional socialista, cuyo activismo le ha permitido hacerse a la burocracia de las organizaciones internacionales para tratar de imponer su narrativa y objetivos. Debemos estar unidos en el interior y solidarios en el exterior si queremos evitar la catástrofe que se nos quiere recetar.
Dicen los entendidos que esos que salieron (no fueron más de 600 mil en todo el país) son los pocos FEUDOS ignorantes que tiene el C.D
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