domingo, 29 de noviembre de 2020

¿Se acerca en Colombia una nueva etapa de confinamiento?


              Por Bernardo Socha Acosta

El adagio dice que por unos pagan todos, o que pagan justos por pecadores. Y así es lo que va a pasar en Colombia si no hay algo que lo remedie. Pero lo cierto es que la ola de contagios de covid está creciendo en todo el país, y de no ser así no se hubiera ya presentado en la semana y mes que finalizamos, más de 10 mil casos de contagio en solo 24 horas, cuando estos ya habían bajado hasta 4 mil solamente en ese lapso.

Con estos indicios, los colombianos estamos viendo que muchas personas son inconscientes de la realidad de la pandemia y creen que como el gobierno levantó muchas restricciones para reactivar la economía, es que ya no hay riesgos y eso es lo que nos demuestran algunos sectores sociales más vulnerables. Para corroborarlo, organizamos un equipo de trabajo para recorrer disimuladamente varios sectores populares de Girón, Floridablanca y Bucaramanga, donde preguntamos a decenas de personas, por qué no usaban tapabocas… y la respuesta no se hizo esperar… porque esa ya cuánto hace que pasó Y esto qué demuestra: la ignorancia seguramente es la que nos va a llevar de nuevo al confinamiento obligatorio, de lo contrario el país va a tener de nuevo Unidades de Atención Inmediata, atestadas de pacientes que, unos se salvarán y la mayoría –como ocurre en una pandemia- morirán indefectiblemente.  

Se cree que la falta de unas medidas que conlleven fuertes o drásticas sanciones contra los irracionales que no respetan la vida y juegan con la de los demás, son factores que el gobierno debe afrontar con rigurosidad.

En algunas ciudades, más que otras, como en Cali, Barranquilla y Bogotá, donde las autoridades han tenido que intervenir numerosas fiestas, entre ellas algunas de  grados y hasta conciertos clandestinos, están demostrando que no respetan las disposiciones vigentes y que son necesarias otras de mayor fuerza, así haya que pedir la intervención militar, porque en algunas partes los irresponsables se atreven hasta a desarmar a la policía y a darles a los agentes con las mismas armas de dotación y con las que los irracionales portan, para luego ir a decirles a los ingenuos funcionarios, que ellos fueron víctimas de agresiones por parte de la autoridad.  

En ese orden y con estos antecedentes, los colombianos no nos podemos quejar si el gobierno debe someternos a otra etapa de confinamiento obligatorio. Porque, o es lo uno, o es lo otro. Quiero decir, o le cerramos el paso a la pandemia con medidas obligatorias, o de lo contrario habrá centenares de muertos por esa contaminación del virus, para que, en fin, se cumplan los propósitos para los que nació el mortal Coronavirus.

El regreso a los confinamientos ya les ha tocado a países europeos, en Japón y en San Francisco en estados Unidos, donde la pandemia nuevamente comenzó a causar graves y verdaderos conflictos en la salud.

bersoa@hotmail.com

sábado, 28 de noviembre de 2020

Cuatro años perdidos


 Mario González Vargas

Cuatro años después de la firma del Acuerdo de Paz el país se interroga sobre la negociación, sus resultados y sus consecuencias en la vida nacional. La integración del equipo negociador y la benevolencia dispensada a la fuerza insurgente desde el inicio de los contactos mostró una predisposición inocultable a la concesión. No de otra manera puede interpretarse la renuncia del gobierno al principio de que la situación militar en el terreno determina la relación de fuerzas en la negociación, lo que se tradujo en la suspensión de la presión militar sobre la agresiva contraparte. No extrañó entonces, que la delegación del gobierno se fuera ajustando con actores políticos afines ideológicamente al asesor de la insurgencia, hoy secretario general del partido comunista español.

El acuerdo respondió a los propósitos, finalidades e intereses de las FARC-EP, y fue presentado y divulgado por los medios y la mayoría de los sectores políticos como “el mejor posible” y garante de una paz duradera. La prepotencia y vanidad desbordadas indujeron al expresidente Santos a convocar un plebiscito ciudadano, que tuvo la sensatez de rechazar el adefesio, a lo que el mandatario respondió violentando la voluntad popular, con la complicidad del Congreso y la anuencia de la Corte Constitucional. Condenaron al acuerdo a la ilegitimidad de la que hasta hoy no ha logrado redimirse.

Ninguno de sus objetivos se ha cumplido. La paz prometida se vio desmentida por una violencia que recrudeció con el acuerdo y se ha convertido en nuevo conflicto con el ELN, Clan del Golfo, Disidencias farianas, Nueva Marquetalia y toda la gama de actores del narcotráfico, auxiliados desde Venezuela. La polarización se impuso a la mentida reconciliación y afecta a todos los estamentos de la sociedad. La verdad y la justicia, en manos de una jurisdicción y una comisión integradas con inocultable sesgo ideológico, no han producido ni sentencias, ni verdades, a pesar de sus costosos presupuestos y abultadas nóminas. Solamente actuaciones que las demeritan y deslegitiman. La reparación es un mito puesto que las Farc solo han entregado el 0.7% de sus bienes registrados. Lo único verificable es el incumplimiento del partido Farc, el que, además de sus bienes, no ha entregado verdad, ni las rutas del narcotráfico, ni la identidad de los integrantes de los Carteles que fueron sus socios, y al parecer esconde hechos no aclarados, como los de sus cuentas bancarias en Turquía o los sugeridos en la carta de alias “Romaña”.

Colombia padece las consecuencias de una paz fallida. El narcotráfico, acrecentado por los incentivos perversos que se prodigaron durante la negociación de la Habana, sigue siendo la principal amenaza a la vida de los colombianos y a la seguridad nacional. No deja de ser paradójico que los incondicionales del acuerdo de paz sean los furiosos adversarios de combatir y erradicar el cultivo de la coca, y que sea la justicia, demeritada en su misión, la que los cobije. Buscar consensos para superar el problema debe ser el resultado de las próximas elecciones.   

domingo, 22 de noviembre de 2020

En búsqueda del centro

 

Mario González Vargas

La pandemia y sus devastadores efectos en todos los órdenes de la vida nacional entraña cambios sustanciales en el escenario, posicionamiento y determinaciones de las fuerzas políticas. Anticipadamente, empiezan a insinuarse tanto en lo ideológico como en lo táctico, como se desprende del fomento de la polarización por Petro, o de la ansiosa búsqueda del centro por otros, sin lograr aún descifrar sus coordenadas ni sus contenidos. Vivimos tiempos de incertidumbres, que exigen nuevos liderazgos, creatividad e ingentes esfuerzos para habilitar el fortalecimiento institucional del régimen democrático, sometido a las incógnitas que acompañan el desenlace de la crisis que vivimos.

El progresismo de hoy es el nuevo ropaje de un marxismo actualizado con el que se invisibiliza la añeja dictadura del proletariado con unas supuestas causas sociales de aparente naturaleza igualitaria, todas signadas de ideología, pero que le permite trocar su vocación violenta por imágenes de academismo, tolerancia y pluralismo con las que adornan el pensamiento político correcto, nuevo ariete en la conquista de opinión y de poder. Convierten la ecología en ecologismo, la feminidad en ideología de género, los derechos fundamentales de la persona en militancia sistémica de contrapoder, el laicismo en ateísmo, todos ellos instrumentos para el tránsito de una cultura de libertades y libre empresa a otra de estatismo ilustrado, adoctrinamiento cultural y libertades restringidas. Es esa una postura que necesita y estimula la polarización porque su afán principal es la sustitución de valores de la sociedad que se pretende derrumbar por los parámetros ocultos y militantes de la que se procura imponer. 

El Centro (así con mayúscula) tiene hoy mucho de inasible e indefinido. No debe entenderse simplemente como equidistante de los extremos polarizantes, ni como compromiso etéreo ante amenazas provenientes de diestra y siniestra, porque tendría más de utopía que de realidad. La historia enseña que las situaciones extremas como las que enfrentamos por la pandemia y ante el cambio de época que se avizora, exigen la adopción y concreción de visiones, pensamientos y metas que, por sus contenidos, convoquen el esfuerzo colectivo y cuenten para su conducción con liderazgos firmes e inspiradores. Nada de ello se alcanza sin una construcción y definición de los objetivos y de las ideas que permitan el acompañamiento de las mayorías para realizarlos, que no pueden surgir sino de la comprensión de lo que somos, de lo que ansiamos y de la capacidad de unirnos para lograrlo. Democracia sin esguinces, libertades políticas, sociales, religiosas, de pensamiento y opinión, de emprendimiento y a la propiedad, en el marco de la solidaridad social que promueva la equidad, son principios y valores que aún no hemos perfeccionado y que son consustanciales a un Estado democrático que no hemos terminado de construir. Esos serían los valores de una causa política que podríamos denominar el Centro en nuestro sistema y que está al alcance de nuestras posibilidades. Restaría por saber quiénes apuestan a su realización. El conservatismo, como superación de su pasado reciente, este sábado debería ser el primero en tomar partido.    

domingo, 8 de noviembre de 2020

Un debate pospuesto pero ineludible


Mario González Vargas

No sorprendió la decisión de la plenaria de la Cámara de Representantes de archivar el proyecto de acto legislativo para una reforma política. Si bien es cierto que se trata de un tema de especial interés para el país, no fueron pocos los inconvenientes que se observaron en el articulado del proyecto, en el trámite del debate, así como en la pertinencia del mismo, que terminaron por hundir la iniciativa.

Una reforma de esa envergadura para tener éxito necesita, además de una coyuntura favorable, unos acuerdos políticos previos que cuenten por lo menos con el interés del gobierno, para que su articulado refleje los consensos que convoquen las mayorías requeridas. Resulta evidente que esos presupuestos no se dieron y que se prefirió intentar su aprobación a las volandas, en un ambiente sembrado de incertidumbres que escapó a la atención de sus noveles y acuciosos promotores. Los estragos económicos, sociales y de salubridad ocasionados por la pandemia, acaparan la atención y preocupación del gobierno, de los sectores políticos empresariales y laborales y de los ciudadanos, que exigen comprometer todos los esfuerzos en la reactivación de la economía y del empleo, antes que distraer su labor en reformas que, por necesarias, serán más urgentes y encontrarán mayor interés y respaldo cuando se conquiste una nueva normalidad. Todo ello se reflejó en la soledad que acompañó, no solamente al ponente de la iniciativa, sino también a los jóvenes y entusiastas acompañantes, que se vieron huerfanos de apoyo de sus partidos y del respaldo de los ministros concernidos, atareados en contener la vorágine de amenazas que se ciernen sobre los colombianos por obra de una pandemia imprevisible y hasta hoy incontenible.

Además, los temas de la reforma no eran de poca monta. La sustitución del voto preferente por listas cerradas y paritarias organizadas a modo de “cremallera”, que demanda la democratización interna de los partidos y sus mecanismos; la corresponsabilidad de los partidos por los avales; y el aumento de curules para representación en el Senado de departamentos que carecen de ella hoy, entre otros temas, son contenidos controvertidos que careen de acuerdos y que apuntan a ser mejor debatidos en los tiempos que nos esperan una vez superada la pandemia. El regreso a las listas cerradas acompañado de mecanismos de democratización, aunque aconsejable, es resistido por no pocos congresistas; el aumento de curules no tiene apoyo ciudadano; y las listas cremalleras y con paridad de género no se hallan en ningún ordenamiento constitucional de régimen democrático y podría implicar insólito quebrantamiento al derecho a elegir y ser elegido, al que son ajenos limitaciones por razón de género, o condición humana, y releva más del supuesto “pensamiento político correcto” con el que el “progresismo” intenta suplantar el sistema democrático de occidente.

Estos temas, junto a los del régimen económico y social, serán primordiales en el debate político del 2022 para fortalecer el régimen de libertades, asediado por la supuesta “corrección” del pensamiento de la izquierda que se pretende imponernos.  

domingo, 1 de noviembre de 2020

Lo que se juega el 3 de noviembre

 

Mario González Vargas

Sorprende la mirada al pasado de los comentaristas sobre la elección presidencial en los Estados Unidos, cuando es hoy evidente que los equilibrios de poder se están modificando para dar paso a un nuevo orden mundial. Centrar el debate en el manejo de la Covid-19, enigmática para todos los gobiernos del orbe, o sobre la creencia de que supuestas simpatías por uno u otro de los candidatos puede afectar relaciones bilaterales, es ignorar que la proclamada armonía para un mundo de posguerra fría constituyó una utopía condenada a muerte prematura.

Los conflictos actuales dibujan un escenario que muestra que las distinciones entre las civilizaciones son ante todo culturales. El nuevo orden mundial estaría determinado por el ascenso del sentimiento imperial de China, del resurgimiento del poder islámico y del cuestionamiento de los valores de Occidente en el seno de los Estados Unidos y de otras naciones occidentales. Basta repasar el proceso de disolución de la antigua Yugoslavia, o el conflicto al interior de la Unión Europea por la inmigración islámica, o el activismo intimidante de Irán y Turquía en el oriente medio y el mediterráneo oriental, u observar la pretensión hegemónica de China sobre el sudeste asiático y el denominado Mar de China, y con prestar atención a los cuestionamientos de la izquierda estadunidense a su propio régimen, para entender la naturaleza de los conflictos y sus efectos sobre la conformación de un nuevo orden mundial.

Las civilizaciones suelen perecer por sus propias contradicciones. En las elecciones de los Estados Unidos lo que se juega es la vigencia de la civilización occidental sometida al implacable ataque de la izquierda radical del partido demócrata. Las grandes religiones han sido siempre los fundamentos de las grandes civilizaciones. Mientras el islamismo renace, se consolida la religión ortodoxa y China impone su credo marxista-leninista a manera de religión, en Occidente se intenta convertir el laicismo en ateísmo, se destruyen iglesias y templos y se vandalizan los símbolos del cristianismo. Ninguna otra civilización distinta a Occidente ha construido una ideología política relevante como la democracia y su tradición de derechos y libertades individuales, traducidos en la representación política, la propiedad privada y la libre empresa como herramientas del desarrollo social y económico.

No hay que desestimar lo que ocurre al interior del partido demócrata. La izquierda crece en representación hasta el punto de que la Representante Ocasio-Cortes desafía a Nancy Pelosi por la presidencia de la Cámara de Representantes, al tiempo que cuenta con candidata a la vicepresidencia. El tándem de un presidente octogenario y de una izquierdista activista reforzará que, ante retos similares, EU pase de la contención de ayer al apaciguamiento en el tratamiento de los conflictos internacionales, con lo que lograría el empoderamiento de Cuba, la continuidad de Maduro y Ortega, el fortalecimiento de la izquierda radical en Colombia, Chile Perú y Brasil, y la sustitución de la democracia por el colectivismo represivo y estatista. Es lo que está en juego    

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