sábado, 26 de noviembre de 2022

Incertidumbres de la paz con el Eln

Mario González Vargas
La invitación del presidente a José Félix Lafaurie y la inmediata aceptación del presidente de Fedegán no deben sorprender, porque son muestra de realismo político frente al reto de que el país no resiste una nueva espiral de violencia en medio de los espacios que asoman en el horizonte de las relaciones hemisféricas. Todos deben integrarse a las realidades emergentes. El Eln, porque si bien hoy vive su hora de mayor poder militar y político, su sostenibilidad resulta precaria, no solamente por la amenaza de perder control territorial sobre las economías ilícitas, sino también por las nuevas dinámicas relacionadas con el gobierno de Maduro que no deben ser desdeñadas por una organización binacional con intereses políticos y económicos ligados al régimen chavista. El gobierno, porque Petro puede encontrar un papel de facilitador en una nueva relación de EEUU con Venezuela, que alimentaría sus aspiraciones de liderazgo continental. Y la oposición en Colombia, porque no puede ausentarse de la consecución de la paz en el nuevo escenario en construcción. Nadie entendería que mientras Maduro y su oposición inician diálogos, en Colombia nos mantuviéramos ajenos a nuestros propios intereses.

Los acuerdos que se alcancen deben convertirse en política de estado, es decir caracterizarse por ser fruto de un amplio consenso nacional. El primer paso es sin duda la incorporación de José Félix Lafaurie a las negociaciones con el Eln. Es quizás la persona que mejor conoce el sector rural, sus vicisitudes, carencias y fortalezas, cabeza de un gremio victimizado por la violencia insurgente y la narrativa de quienes en su momento la justificaron, que mal que bien representa a media Colombia, demócrata que cuenta con carácter y claridad política, ideológica y conceptual para buscar consensos y rechazar imposiciones. El gobierno de Petro no puede repetir el error de Santos de negarse a la consecución de convenios, que acrecentó la violencia que hoy justifica reanudar la búsqueda de acuerdos para una paz sostenible.

El presidente debe entender que negociar acuerdo de paz es un ejercicio entre la institucionalidad que él representa y las fuerzas que la cuestionan. Su invitación a Lafaurie debe complementarse con la consecución de un sentimiento de confianza entre la diversidad de personas, experiencias políticas y de gobierno que pueden aportar a la consolidación de un equipo negociador que represente a la mayoría de los sectores de la nación. Liderar exige facilitar la convivencia y procurar la convergencia en posiciones que ausculten la voluntad ciudadana. Es la primera paz que debe lograr. Abundan las incertidumbres que se ciernen sobre el ejercicio de paz que se inicia. El Eln que se sienta en la mesa de negociación es a la vez proclive a los comportamientos de antaño que encarnan los integrantes de su delegación, y a sus intereses actuales, de Policía en Venezuela frente a la oposición y a las organizaciones del arco minero. Ello implica contingencias no siempre compatibles, que exigirán conductas disimiles a la hora de las decisiones. Esa es una encrucijada que no puede resolverse en contra de los intereses de Colombia.

sábado, 19 de noviembre de 2022

América Latina, la Diversidad en la Unidad

Mario González Vargas
Vivimos una posmodernidad de la mano de la tesis de la deconstrucción que persigue el desmonte de las estructuras políticas nacionales, en la que los conceptos de nación y Estado están siendo despojados de sus nociones esenciales: autonomía y soberanía. Se pretende construir un poder supremo en cabeza de organizaciones internacionales, con el traslado de los atributos de los estados-nación, asumiendo las competencias que les son propias y arrollando las particularidades que son la suyas en razón a sus diversidades culturales.

El derecho internacional, concebido para regular las relaciones entre los estados, ha sido progresivamente ampliado a regulaciones de carácter universal para regimentar lo que correspondía a los atributos de cada nación, con lo que han trasladado el poder político a organizaciones internacionales que hoy componen un vasto y complejo tejido de poder, que no sólo desafía, sino que también limita la soberanía de sus estados miembros.

Ese nuevo poder no es democrático en la medida en que no emana del pueblo para gobernarlo, sino que se le impone, sin que éste pueda oponérsele o rechazarlo. Es también un poder globalizado, en manos de una tecnocracia elitista que descansa en una corte de “expertos” que no requieren legitimación democrática, escogidos entre las nóminas de onegés autónomas que no rinden cuentas a los pueblos, ni a nadie, y componen el sustento de una nueva autocracia que somete a los pueblos y naciones que hoy regentan a su antojo. Asistimos a la entronización de un poder omnipresente, ineludible e incontrolable y con vocación de perpetuidad, cuyas reglamentaciones se imponen a todas las naciones y culturas.

Todo ello ha despertado legitimas inquietudes y comprensibles resistencias. El cosmopolitismo inducido que pretende el globalismo en curso, confronta sus primeras oposiciones en el continente europeo en defensa de los valores culturales de la civilización occidental frente a la expansión del islamismo, y se ajusta sin mayor prevención al modelo chino de capitalismo sin libertades. El mundo de las onegés y de la regencia de las organizaciones internacionales, que inculpa a las civilizaciones para afianzar su poder en la uniformidad que pretende decretar, no prevalecerá sobre la diversidad cultural del mundo de hoy, ni del que emergerá mañana como consecuencia de los retos, desafíos y conflictos inevitables que hoy experimentamos.

La América Latina no tiene por qué malgastar su potencial en la adhesión a un sistema condenado al fracaso, ni en el reencauche de un marxismo trasnochado, así se denomine progresismo. Vivimos en el único hemisferio que ha logrado consolidar un mestizaje sin precedentes con el acervo cultural resultante, que podrían representar el futuro de un mundo en el que las demás civilizaciones fracasaron en similar intento. Nos une la diversidad que hemos incorporado como cultura y que debemos defender ante las decadentes y divisivas expresiones de la confrontación que suponen las expresiones de lo que denominan como “identitario”.

Reclamemos nuestra soberanía y autonomía para dar curso a la creatividad que engendra la conjunción de la diversidad en la unidad. Es un destino que no debemos malgastar

sábado, 12 de noviembre de 2022

Colombia no puede dejar más delincuentes en las calles

Por: Bernardo Socha Acosta
Nunca Colombia había vivido una ola de criminalidad urbana, como la que está ocurriendo, fenómeno que nadie puede ignorar por su aguda amenaza y crudeza conque actúan sus actores, sin miedo y sin justicia.

Los integrantes de las bandas delincuenciales, de delitos comunes, se ríen de sus fechorías en la cara de las autoridades, porque, pareciera que para ellos no hay ley.

Pero lo peor es que, la policía o el ejército duran uno, dos o más años haciéndole seguimiento y estudio a las bandas criminales y cuando menos se espera dan el golpe y capturan a esos delincuentes, que para la ciudadanía de bien es un motivo de alegría por el alivio a la zozobra que la mantiene aprisionada por tanta inseguridad. Pero luego viene lo increíble, lo inaudito, lo insólito, lo asombroso y quien sabe cuántos adjetivos más, y es que, esos capturados son dejados libres por la justicia en solo unas horas.  Eso le produce a las comunidades el peor impacto sin sabor de la vida; y son hecho de la justicia que  las  hace reaccionar con rabia, rencor y odio. Y, de ahí se genera otro fenómeno más y tiene que ver con la justicia privada para buscar una aparente solución, cuyos presuntos… o  responsables, si se van a la cárcel con sentencias increíbles, mientras los criminales quedan burlándose de la sociedad y hasta de las autoridades. Esa es la razón para que un alto número de colombianos tenga a la justicia en un plano… de incredulidad.  

Bueno, pero muchos ignoran la proveniencia de la mayoría de los integrantes de esas bandas criminales. Es indignante y odioso mirar con retrovisor, pero cuando se trata de desenmascarar a responsables, hay que decirlo para no caer en el delito de encubridores.

Recuerden que el gobierno anterior alardeó diciendo que estaba descongestionando las cárceles. Pues sí. Lo hizo, pero dejando 29 mil presos en libertad, de los cuales, si bien muchos son personas honestas y que por un error cayeron en prisión,  pero fue una lección para regenerarse, la mayoría desgraciadamente para los colombianos, son delincuentes de siete suelas que salieron de las cárceles a conformar organizaciones criminales para apoderarse del país;  gravísima situación que se suma a los peligrosos antisociales llegados del país vecino que todos sabemos y que todos los días cometen atracos, robos y asesinatos. Y... tambien muchos, son dejados en libertad porque no son un peligro para la sociedad...

Con esta azarosa y triste realidad que hoy se apodera de una sociedad indefensa, el actual gobierno y el congreso de la república, debe pensar muy bien en la formulación de leyes al respecto, porque no puede Colombia albergar en las calles a más bandidos; de lo contrario la historia de los grupos de autodefensa indiscutiblemente volverán para defender a la sociedad de bien y esto se convertirá en un caos.  Colombia no puede dejar más delincuentes en  las calles.

Competir para ganar

Mario González Vargas
No nos hemos percatado de los cambios que se han surtido en las últimas décadas en todos los órdenes de las sociedades humanas. Vivimos hoy inmersos en un mundo digital en el que las personas almacenan, acogen y emiten datos de forma casi ilimitada y establecen un mundo de relaciones y de información que no requiere ni se vale de intermediarios. Las consecuencias sobre las relaciones de los humanos son enormes en todos sus ámbitos porque ya nadie media en procura de ellas, sino que cada individuo se presenta y se representa a sí mismo en un escenario abierto hacia el infinito.

Asistimos por consiguiente a una transformación radical de la política en todas sus formas de llevarla a cabo, de vivirla y de las causas que la animan. La política no se vive y se ejecuta al interior de los partidos políticos que se redujeron a la administración burocrática, sino en los movimientos sociales caracterizados por antagonismos específicos, convertidos en fundamentales, que pretenden erigirse en nuevas formas de mirar y vivir el mundo; sexo, genero, medio ambiente, inmigración, animalismo, racialismo, indigenismo, entre otros, que se traducen en enfrentamientos que pugnan por reconocimiento cultural y cuyas batallas se libran en el espacio digital con el que despojaron a los medios de comunicación del monopolio de la información y de la generación de opinión.

La política en Colombia no escapa a esos desafíos. El poder recién entronizado se viene esforzando en construir relatos que expanden por el mundo digital, y que se nutren de posverdades que circulan por las redes, sin contención ni posibilidad de verificación para moldear una opinión pública indefensa ante la marea que en ellas se expresan. La sociedad esclavista que el presidente describe en sus discursos, su banalización del régimen de Maduro y de sus violaciones continuas a los DDHH, la paz total con perdón y olvido para toda delincuencia, la estigmatización del empresariado, su cómica amenaza en Paris de que si Colombia y Venezuela utilizaran sus reservas de petróleo y de carbón la humanidad moriría, su confusa tesis de prevalencia de la humanidad sobre los mercados, y sus constantes invectivas a la oposición, indican que la sistemática utilización política de las redes puede traducirse en mayor posibilidad de aniquilación de la democracia.

Ese mundo digital implica peligros que hoy no sabemos confrontar. La oposición debe reinventarse de conformidad con los retos que se enfrentan. El dialogo tan preciado en democracia, en manos de aprendices de sátrapas, se convierte en instrumento de control que desincentiva la crítica y desanima al descontento. El abandonar o abusar de la calle, escenario tradicional de protesta, puede determinar el final de la expresión política democrática y el principio del predominio tecnológico sin controles, que siempre apunta a la homogenización de las sociedades. En el mundo del Big Data toda comunicación se convierte en registro y permite al poder y al político saber lo que la gente espera de ellos. La presencia en las redes, que es el ágora de hoy, debe reinventarse para desentrañar falacias, mentiras y manipulaciones de la opinión. Competir para ganar.

sábado, 5 de noviembre de 2022

La letra P y el caos reinante

Mario González Vargas
El ritmo desenfrenado que el presidente Petro imprime a la aprobación de sus reformas permite develar una inquietante improvisación que se ha convertido en la impronta del gobierno del cambio. No se trata de las alucinadas declaraciones de la ministra de Minas y Energía, o del radicalismo teórico de la responsable del ambiente, sino de una conducta del gobierno bajo la batuta del propio presidente. La marea de discursos y trinos del primer mandatario que gozan de todas las características de un populismo convertido en instrumento de gobierno, ha desencadenado una febril acumulación de imprudencias y alimentado proyectos legislativos, que no solo siembran inquietudes en el escenario local, sino que también han producido efectos perniciosos en los ámbitos internacionales.

Empezamos a padecer las consecuencias de su patológico comportamiento. A escasos 90 días de ejercicio del poder, sus mensajes y la rabiosa animosidad contra los hidrocarburos aceleraron la devaluación del peso, la inflación y una inquietante fuga de capitales, que no se pueden contener con divagaciones de aprendiz en economía o con zarpazos de sátrapa a Ecopetrol para anular su independencia y afectar el valor de sus acciones. La reforma tributaria confirma las probabilidades de una recesión y de incumplimiento de la deuda externa que no se conjuran con excesos populistas.

La paz es el más preciado bien de una democracia. Se supone que una paz total representa la más anhelada conquista que dispensa un régimen de libertades, porque es a la vez un derecho y un deber, como reza nuestra constitución. Por ello no se puede menoscabar elevando el estatus de responsables de delitos de lesa humanidad y de crímenes atroces cometidos en provecho exclusivo de los dividendos que procuran los delitos comunes. La reforma a la ley de orden público olvidó ese elemental deber, no solo en relación con el Eln, sino también, en lo que atañe a las organizaciones narcotraficantes. Insistir en la naturaleza política del Eln, hoy totalmente sumergido en el narcotráfico y el terrorismo, y otorgarle el beneficio de ejecución inmediata de acuerdos parciales, le concede derechos sin un improbable acuerdo final que los legitime, y constituye una especie de rendición anticipada y un antecedente inadmisible para el acogimiento de los carteles de la droga. Sumar al relanzamiento del comercio con la Venezuela de Maduro, la ingenua pretensión de combatir a las mafias, de cuya actividad se lucran las autoridades venezolanas, corresponde a un improvisado arranque de hermandad ideológica que extendió Petro con la inaudita invitación a que el sátrapa se reincorpore al sistema hemisférico de DDHH.

Este fin de semana en Egipto asistiremos a la reedición del discurso del presidente ante la Asamblea General de Naciones Unidas, pletórico de postverdades, en el que sentenció que el petróleo es más dañino que la cocaína y que la coca es la responsable de la deforestación del Amazonas. Moisés Naím sostiene que vivimos en un tiempo socialmente convulso, alimentado por conductas cuyos nombres empiezan por la letra P: Populismo, Polarización y Postverdad, a las que los colombianos agregaremos la P de Petro.

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