lunes, 26 de mayo de 2014
La guerra y la paz
Traugario Especial
Por:
José Ooscar Fajardo
Yo
no puedo asegurar que cuando el escritor ruso León Tolstoi escribió esta
singular novela, que se desarrolla en el suelo ruso, supiera que existía un
país en América Latina que se llamaba Colombia, que es poco más o menos el
Macondo de García Márquez, o el Manicomio más grande del mundo, de mi muy bien
lograda autoría. La guerra y la paz es una novela que hoy por hoy y dadas las
circunstancias sociales y políticas que vive el país, todo colombiano debería
leerla por obligación moral. Pero desafortunadamente nosotros no leemos, de
acuerdo con las estadísticas, ni siquiera dos libros per cápita por año, lo que
nos hace unos pobres infelices intelectualmente. En ciencias y matemáticas
somos los últimos, en índice de comprensión de lectura somos los últimos y en
la solución de problemas cotidianos somos los últimos. Muchas pichurrias, como
dicen ahora los estudiantes de universidad, y de los colegios ni se diga. La
universidad de Harvard dedica unos seis mil millones de dólares al año en
investigación científica. Nuestros gobernantes casi toda la plata, la que no se
roban, no todos, se la meten a la guerra, por lo menos hasta este momento. Y
hay gente que venera y adora la guerra hasta tal punto, que esta hace parte
arraigada de la cultura colombiana.
Yo
tenía la fe y la esperanza que el presidente Santos tendría la oportunidad
única y feliz de acabar con este flagelo que como a los enfermos de Lepra, nos
tiene podridos en vida. Hoy, desconcertado y preocupado hago este arqueo de
ideas. Si gana el expresidente Uribe la próxima vuelta de las elecciones, para
qué nombrar a Zuluaga si él va a ser una simple marioneta, lo primero que va a
hacer es romper los diálogos con la
guerrilla de las Farc y hasta aquí llegó la alegría. El tercer punto del
acuerdo, que ya estaba pactado, el abandono total del negocio del narcotráfico
en todos los sentidos por parte de las Farc, queda anulado. Recordemos que este
facilitaría el control por parte de la justicia colombiana y de la DEA, el
ejercicio del narcotráfico de gran escala. Pero la guerrilla, como tiene que autofinanciarse,
volverá entones a lo de antes y recuperará para la guerra los dos mil
quinientos millones de dólares anuales que le permitirán sostener la contienda
contra el Estado hasta que pasen otros cien años de soledad. Entonces
volveremos a la guerra total prolongada y los ríos de sangre, de lodo y de
mierda anegarán los campos colombianos como en los mejores tiempos de la
violencia de los años cincuenta.
Cómo
me sorprende que algunos sectores del pueblo sean tan indolentes. Cómo no
comprender que una guerra no le conviene a ningún ser de La Tierra. Sea liberal, conservador, godo,
cachiporro, judío, musulmán, machista, gay, fetichista, negro, blanco, “morao”,
desteñido por el vitíligo, católico, evangélico, eyaculador precoz, gran
masturbador, reproductor de fina estampa, mendigo, petrolero, azadonero y todo
lo que usted pueda imaginar, de ninguna
manera le sirve la guerra. Cómo siento su desilusión doctor Santos. Cómo no
entender que con la plata de la guerra, que son muchos billones de pesos,
podremos conseguir los primeros puestos en las pruebas Pisa para la educación y
ya no volver a ser los más yeguas del planeta. Cómo no entender que en Colombia
la gente se muere por falta de atención médica en los andenes a la entrada de
los hospitales y que eso se podría remediar con la plata de la guerra. La
guerrilla arreciará la guerra urbana por ser más difícil de combatir, y los
movimientos sindicalistas serán seriamente reprimidos. Y los que hacemos oposición,
tendremos que irnos a vivir a lo más profundo del infierno. Si Satanás nos
arrienda una covacha.
Publicado por
Bernardo Socha Acosta
en
6:36 p.m.
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viernes, 23 de mayo de 2014
Mejor Santos que demonios
Trafugario
Por: José Oscar Fajardo
Les aclaro de antemano que el
título de esta columna no es más que una metáfora. Pero lo que sí es cierto es
que desde muy pequeñito le he tenido un temor horroroso a Lucifer, y yo le echo
la culpa es a que por aquellos tiempos, los papás acostumbraban a decirle a uno
para doblegarlo, a usted se lo va a llevar el diablo por desobediente, o por mentiroso,
o por vagabundo, o por cualquiera otro pecado venial de niño de ese entonces, y
eso a mí me quedó clavado en medio del
Inconsciente para siempre. Yo no estoy haciendo alusión a nadie ni tengo ningún
referente luciferino, como dijera García Márquez. Lo que pasa es que siempre he
tenido demasiado en cuenta ese principio fundamental, pilar de las Relaciones
Humanas que dice, “No hay una segunda
oportunidad para dejar una primera impresión”, y yo del presidente Juan Manuel
Santos, desde un comienzo me formé una enorme y positiva impresión. En primer
lugar, lo veo un hombre inteligente, con todas las implicaciones que tiene ser
inteligente. Porque no es inteligente el que remata a putazos, a garrotazos, y
finalmente a balazos a las personas que no están de acuerdo con sus postulados
filosóficos y mucho menos políticos. A eso se le llama reacción por instintos
primarios y a tales personas hay que tenerlas lo más lejanamente posible.
Pongamos por ejemplo a Joseph Goebbels, jefe de Comunicación y Propaganda del
Tercer Reich, durante la segunda guerra mundial.
Entre otras cosas ese tal
Goebbels se hizo famoso con tantas “hazañas” tanto retóricas como lingüísticas
entre las que se encuentra esta preciosa frase expresada por él, en un momento
dado: “Cada vez que escucho la palabra Cultura, le echo mano a mi pistola”.
Plop. Por el contrario de Goebbels, yo al presidente Santos lo percibo como
un hombre sosegado, pensador, meditador,
con razonamientos lógicos como de matemático, cosa que me produce una honda
confianza porque siempre he tenido en cuenta que a los hombres inteligentes se
les puede tener confianza. Y entre todas esas cosas que yo le admiro al actual
presidente, que no son muchas pero sí varias y de mucho peso específico, es que
se haya ido de frente con la fuerza de los rinocerontes a conseguir la paz a
cualquier costo. Leyendo desde Los Miserables, de Víctor Hugo, pasando por El
Archipiélago de Gulag, de Soljenitzin, hasta llegar a las masacres de Trujillo,
Valle, en Colombia, me han enseñado y me han dado a entender que la guerra por
el dinero y el poder, donde se masacran desde niños en adelante, no son otra
cosa que el afloramiento de los más rastreros instintos primarios y del más
primitivo de todos los instintos que es el complejo reptiliano.
Yo al presidente Santos lo veo
como un hombre conspicuo y ecuánime. Batallador en el sentido intelectual de la
palabra y además, decente. Excelente lector y estudioso. Y esas personas con
dicho talante como es el presidente Santos, son capaces de comprender que a los
colombianos pobres y desvalidos, que son una vergonzosa mayoría, no les puede
seguir sucediendo lo de Gregorio Samsa en el relato de La Metamorfosis, de
Franz Kafka, que una mañana amanece convertido en un bicho horroroso. Los que
hemos leído la novela varias veces, comprendemos que fue la agresión física y
psíquica de su padre, un hombre taciturno, autoritario, despiadado y déspota,
lo que llevó al desgraciado Gregorio a tal metamorfosis tan espantosa. Yo estoy
seguro que el presidente Santos ha leído este relato y por eso no va a permitir
que un solo colombiano viva la escabrosa experiencia de Gregorio Samsa. Porque
una persona, sin salud, ni vivienda, ni educación, sin techo y aguantando
hambre, se convierte en Gregorio Samsa.
Publicado por
Bernardo Socha Acosta
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2:55 p.m.
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miércoles, 21 de mayo de 2014
Centro pero de vituperación
Por
Gerardo Delgado Silva
La
Constitución Política y las leyes de cada país establecen una red de medidas
protectoras de los ciudadanos y sus derechos, fundadas todas en una valoración
previa de los preceptos básicos, sobre los cuales se han de asentar los
principios del bien, del derecho y de la justicia en ese estado, de acuerdo con
el sentido moral vigente, esto es, tal como los concibe la conciencia social
del pueblo y los expresa, con mandato de ese pueblo, el legislador.
Para
el profesor Henri Capitant, “el derecho natural no es otra cosa que el
principio director, la vida que inspira y orienta al hombre en sus esfuerzos
incesantes por mejorar y perfeccionar el orden social; es el ideal de justicia
que el hombre se esfuerza por descubrir y hacia el cual trata de orientar a la sociedad,
ideal que está presente tanto al espíritu del legislador como del filósofo, del
moralista, del jurisconsulto y del juez.
No hay pueblo ni generación que no persiga este ideal. El espíritu humano no puede prescindir de una
dirección.” (La negrilla es mía)
La
justicia, desde Platón ha sido considerada como la razón de ser del Estado, “su
piedra angular, alrededor de la cual giran con carácter accesorio, la fuerza
pública, la legislación, la preparación de jurisperitos, la vigilancia por
parte de diversos órganos, como el Consejo Superior de la Judicatura, la
Fiscalía, la Procuraduría y el propio Poder Ejecutivo, que la requiere pronta y
cumplida”, como lo señaló el ex presidente, Doctor Alfonso López Michelsen.
Es
tanta la importancia de la justicia, que hasta la monarquía Teocrática le rinde
homenaje y le paga tributo desde los más antiguos tiempos.
“El
rey que castigue a los inocentes y deje impunes a los culpables - dice el
Código de Manú - , se cubre de la mayor ignominia y va al infierno”.
Y
cuenta la Biblia que Salomón, cuando Dios le dijo: “Pídeme lo que quieras que
yo te dé, contestó: Da pues a tu siervo corazón dócil para juzgar a tu pueblo,
para distinguir entre lo bueno y lo malo”.
Heródoto refiere el caso de Deioces, que llegó a ser Rey de los Medos
por la rectitud de sus fallas.
Corresponde a la función jurisdiccional que es inherente al ejercicio
del poder judicial con carácter independiente y soberano, proteger a los
ciudadanos en sus derechos, como garantía de justicia, libertad y paz.
Y
bien. La Fiscalía General de la Nación forma parte de la rama judicial, al
tenor de la Constitución, y como a los jueces en las leyes de procedimiento se
imponen las garantías de imparcialidad como corresponde a la más sublime de
todas las dignidades. Con cristalina
claridad el señor Fiscal General ha demostrado que esa dignidad de la justicia,
forma parte de la composición de su vida.
La
historia ha demostrado, que la peor desgracia que puede acontecerle a un
pueblo, es la de vejar, afrentar, la justicia, como ha sido de tiempo atrás la
modalidad mal sana y mal intencionada del señor Álvaro Uribe; quien nos
recuerda varios aforismos del derecho: “Nemini jus ignorare licet”. Esto es, la
ignorancia de las leyes no sirve de excusa.
Estrafalaria
el último comportamiento del Señor Uribe, porque entraña una imperdonable falta
de seriedad y conocimiento del Estado de Derecho, al recusar al Señor Fiscal
General, sin ser sujeto procesal, ni pueda o deba intervenir en el proceso
penal como parte. Aquí se refleja con acusadora precisión su ignorancia del Don
de la justicia, que lleva a los hombres a ignorar los límites de la ética. Todo, por la desmesura que nace de la
ambición de poder. Ahora bien. Cuando se invoca una causal de recusación
debe respaldarse en elementos probatorios.
No basta el simple enunciado para aceptarla; es necesario que al proceso
se alleguen datos con fuerza persuadidora.
La causal no puede quedar al capricho de quien la invoca, menos del
Señor Uribe Vélez, quien olvida aquello que nunca ha aprendido.
La
honorable Corte Suprema de Justicia desde
1942, afirmó: “…la simple circunstancia de que el fallador haya atestiguado que
es buena la conducta del sujeto sometido a una acción penal, no puede
traducirse en interés por el reo, puesto que de poner aquello no alcanza a
constituir, ni en la más rígida de las delicadezas morales, una inclinación del
ánimo hacia el sindicado…”.
Tapado
con sábanas de impudor como ahora ante la Fiscalía, el mundo entero comenzó a
percibir en el pasado gobierno, que el Señor Uribe Vélez pretendió sacar avante
una ley para amnistiar o indultar a los paramilitares – sus electores, como
Jorge 40, creador de los distritos electorales -. A quienes les prometió estatus
político, con impunidad, aceptando que la carrera criminal de masacrar,
descuartizar y desplazar a miles y miles de familias, era defender al Estado Colombiano. Otro exabrupto jurídico y moral como ahora. Con ese acto, pretendía institucionalizar la
soberanía de los victimarios, que hubiese degradado aún más la estabilidad de
las instituciones y la dignidad de las víctimas y la sociedad.
El
Señor Uribe Vélez, no ha dejado un instante de desconocer principios
constitucionales básicos para la defensa de los derechos fundamentales, entre
ellos - los Derechos Humanos -, sacando a la luz esos marcados rasgos de
desprecio irrefrenable a la Democracia, a la Administración de Justicia, con la
Corte Suprema de Justicia, irrespetada como lo ha hecho con el Don de la
Paz. Desmedida paranoia de un
beligerante, como los ben laden de los cinco continentes. Práctica, infortunadamente recurrente de la
extrema derecha. Ahora, parece mas
preocupado el Señor Uribe por desatar las furias del averno, colocado sobre las
obligaciones morales y sociales de Colombia.
Más repudiable habiendo sido presidente.
Nuestra
esperanza de paz, que no cejamos en alimentar, es la de que los colombianos de
hoy no resultemos inferiores a la inmensa tarea que nos ha señalado la historia.
Es
imposible dejar de mencionar la formulación de Kant: “Obra siempre de tal modo
que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre como principio de una
legislación universal”.
Es
claro entonces que la degradación moral, en la actual campaña electoral del
llamado “Centro Democrático”, hubiese abierto aberrantemente sus puertas a
hechos punibles como el espionaje, con su hacker amigo del candidato marioneta Zuluaga.
¿Así entienden ellos el predominio del Estado de Derecho?. ¿Así se disfraza el
autoritarismo o nazismo?
Dios
nos guarde de lo que todavía les falta por sepultar de modo definitivo como
atributos y virtudes que los colombianos creíamos imperecederos. Ya caímos, en el gobierno de Uribe, más allá
del fondo de cualquier crisis moral.
Escrito
para www.bersoahoy.com
Sección, opinión
Publicado por
Bernardo Socha Acosta
en
5:36 p.m.
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Etiquetas: Centro, Política, vituperación
viernes, 16 de mayo de 2014
Por qué Santos
Trafugario
Por: Jose Oscar Fajardo
Para
mí esta pregunta es muy fácil de contestar. El presidente Santos debe continuar
en la presidencia de la República por las siguientes razones. Uno. Porque es un profesional de la Economía que
conoce perfectamente la dinámica de los mercados en todo el país. Dos. Porque
en los cuatro años que completa en la presidencia, ya conoce perfectamente dónde
se puntualiza cada uno de los problemas que tiene el país y que no le han permitido un desarrollo democrático para
todos los colombianos. Uno de ellos, la situación de los campesinos y sus
condiciones de vida en la actualidad. Sabe que este es uno de los factores de
atraso y desigualdad del pueblo colombiano y que en manos de él está resolverlo.
Tres. Porque desde un principio entendió que Venezuela era un país hermano,
independiente del sistema de gobierno que llevara, que no era enemigo y que por
lo tanto debíamos tener excelentes relaciones políticas y económicas. Lo mismo
ocurrió con la República del Ecuador. El presidente Santos no le quiso comer
cuento a los gringos de que estos dos países hacían peligrar el gobierno
nacional y la estabilidad del sistema económico. Cuatro. Porque el presidente
Santos ha sabido capotear la despiadada arremetida de los sectores políticos de
ultraderecha que en la lucha por el poder, de una manera soterrada quieren
llevar al país a un caos total que podría tener alcances impredecibles.
Cinco.
Porque el presidente Santos arremetió contra el vandalismo con una ley sin
precedentes en Colombia, incluso en América Latina, como es la de la Reparación
de Víctimas que no ha dado los resultados calculados, pero que los dará dado que
este tipo de procesos nunca se dan a corto plazo. Eso tiene que entenderlo el
pueblo colombiano. Seis. Porque el presidente Santos le dio protección
irrestricta y total al sector de los caficultores puesto que reconoce que este es
uno de los renglones más importantes de la economía nacional. Siete. Porque el
presidente Santos se echó el país al hombro como lo hace Lionel Messi con el
Barcelona o Radamel Falcao con la selección, y
contra viento y huracanes, arrancó a conseguir la Paz a cualquier precio.
Este es quizá el resultado insignia de su gobierno y el que lo ha hecho famoso
incluso en el viejo continente, y reconocido y respetado en los Estados Unidos,
donde está el jurado calificador. Y los mismos gringos y los ingleses y los
franceses y todo ese conglomerado de poderosas naciones económica y
políticamente, han tenido que reconocer que el doctor Santos está a las puertas
de conseguir lo que más anhelamos los colombianos demócratas. Porque la guerra
solo le gusta al que le sirve para sus negocios. Y le sirve a aquellos sectores
que a nombre de la libertad de acción y de pensamiento, han envenenado a los
ingenuos para que Colombia siga siendo por siempre un campo de batalla anegado
de sangre, de lodo y de excremento.
El
presidente Santos debe seguir siendo el primer mandatario de los colombianos
con el fin de que sus anhelos de paz no vayan a quedar en al aire, y por el
contrario se afiancen y se extiendan a lo largo de todo el territorio nacional.
Porque con eso, y si la selección Colombia de Pékerman pasa a la segunda ronda,
seremos los seres más felices del sistema solar. Y finalmente, porque yo sé que
el doctor Santos va a invertir la plata de la guerra, que son sumas
gigantescas, la danza de los billones, en Salud, Educación, Vivienda, Ciencia,
Bellas Artes, Deportes. Y estos indudablemente conducirán, a que la próxima
generación de colombianos no sea de delincuentes, ni de prostitutas, ni
desarrapados. Por estas razones, el doctor Santos debe seguir siendo presidente.
Publicado por
Bernardo Socha Acosta
en
5:19 p.m.
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Etiquetas: Presidente, Santos
miércoles, 7 de mayo de 2014
Pérdida inconmensurable
Por Gerardo Delgado Silva
A pesar de mis limitaciones,
procedo a pergeñar estas líneas sobre la figura más brillante de las letras
universales de la generación de “los nuevos”: Gabriel García Márquez. El rostro
afligido de la patria es el grito de dolor de todos los colombianos, que no
somos indiferentes a la dignidad humana.
Sus palabras y sus letras
preclaras transidas de patriotismo, ardientes de fe y esperanza por nuestros
mejores destinos resuenan continuamente en sus obras, desde “La hojarasca”;”El
coronel no tiene quien le escriba”; “Los funerales de la mama grande”; “Un día
después del sábado”; “Crónica de una muerte anunciada”, y otras como
convocatoria a la solidaridad colectiva para la defensa de los grandes
principios que han enriquecido la historia espiritual de Colombia y el
mundo. Orientadas a hacer de la dignidad
humana el centro de la vida individual y las relaciones sociales.
En la prosa de Gabo se admira
la perfección de la forma: esa limpidez, esa ternura, esa maestría, esa gracia,
ese sello de inconfundible encanto, tierra famosa por sus insignes modeladores
del idioma, lo colocan entre los primerísimos escritores de todos los tiempos,
nada menos que EL NOBEL DE LITERATURA. Pero en Gabo hay algo más que el dominio
del arte de la palabra. El es el
pensador de pensamiento fuerte, propio y beligerante, que expresa sus ideas,
pésele a quien le pese, con valor civil; era dueño de una de las más sólidas y
extensas culturas humanísticas que hayan aparecido en las letras americanas, y
su vocación sobre todo asunto de la actualidad intelectual es completa. Hizo su camino solo, con grandes ideales y en
su vida nadie ha encontrado escoria sino condiciones excepcionales de fuerza
espiritual revestido de una inmensa autoridad moral y de simpatía humana. Con la impavidez de su transparente
existencia, supo engrandecer nuestra esperanza y darle un empujón heroico a
nuestro destino.
Sepamos ser sus fieles
herederos espirituales, dando un estremecido testimonio de amor a su memoria
esplendorosa para Colombia. Fue un faro
de dignidad, de entereza que alumbró al país en medio de tantos apagones. En otras palabras en medio de la aridez del
desierto de ideas y pensamiento, le surgen a Colombia algunos oasis que pueden
contribuir, y obviamente como Gabo, contribuyen, a darnos una visión distinta
de lo que en realidad es nuestra patria, sus perspectivas humanas y sus
sentimientos. No se trata de evasiones,
o de puntos de escape, sino de un comportamiento que hunde sus raíces en los
valores del espíritu como habíamos anotado y enlaza a las generaciones actuales
con una tradición intelectual que nos honra y enaltece.
Se trata con las obras de
Gabo, que han contribuido al rescate del país, del trascender de la cultura al
alcance de todos y de un acto de conocimiento y reconocimiento, a nuestros
grandes valores con el consiguiente beneficio para millones de lectores,
nacionales y extranjeros.
Porque, para nadie es un
misterio, que desde el gobierno anterior, vive Colombia una de las épocas más
difíciles de su historia. El orden público
anarquizado por la prepotencia del terrorismo en una cualquiera de sus formas
de intimidación, ya se trate de guerrilla, de paramilitares o de
narcotraficantes. Corrompido el orden
moral por el mal ejemplo que vino de arriba por mandatarios anteriores (los
falsos positivos, agroingreso seguro, interferencias ilegales a diversos
personajes de la patria, etc.) y que se extendió como una mancha de oprobio por
la nación, contaminada por una siniestra mafia de la que hacen parte políticos
locales, flor de la sociedad, funcionarios corruptos y grupos parapolíticos.
Los partidos políticos
aniquilados, convertidos en tiendas de campañas electorales, y no más. Es inevitable aludir al partido nuevo,
llamado “Centro Democrático”. ¿Cuál será
el concepto de pureza, que inicialmente se denominó: “Puro Centro
Democrático”?. Donde el Señor, Álvaro
Uribe impone el dominio de su persona individual sustituyendo las ideas. Aquí sólo hay motivos particulares, en vez de
aspirar al bien común, anhelando subsumir al país en las repugnantes manos del
nazismo. Enmascaran viejas codicias
ligadas a los parapolíticos, cuyas
desastrosas consecuencias están a la vista.
Es indubitablemente el desfallecimiento moral. Es decir, quieren llevar a Colombia lentamente con los ojos abiertos
hacia el precipicio.
Es elocuente, por el
contrario, el remanso espiritual de las magistrales obras de Gabo, dedicado a
hacer la luz en el desorden que nos rodea y a entonar un canto de esperanza a
la vida. Pero esa vida que debe tener una
razón, un objetivo, un incentivo, una meta escondida como en nuestro Premio
Nobel que le permitió perseguir y amar la excelsitud. Para nosotros representa una satisfacción
profundísima leerlo y nos inunda como ya lo hemos señalado, un halo de
bienestar indescriptible. En estos
momentos de dolor por el fallecimiento de Gabo, resulta más repugnante, como
señal del acelerado deterioro del país, recordar los hechos punibles cometidos
por una pandilla de personas en esta ciudad, persuadidos de ser expresión de la
decencia, años atrás, que sustrajeron de la biblioteca Gabriel Turbay, las
obras del eximio Gabo, junto a la de autores como Marx y otros, para
incinerarlos luego, en el Parque de los Niños. Horrendo y ominoso
comportamiento, que avala el superyo criminal de sus autores y el mas negro y
triste espectáculo de rechazo a la bondad, tolerancia y justicia, de la cual
Dante dijo que era “una virtud al servicio de otros”.
El mundo entero tiene la
certeza de que toda la genial obra de Gabo, es un acto vigoroso de solidaridad
y de fortaleza moral, en torno a los motivos más valiosos y enaltecedores de la
especie.
Escrito
para Bersoahoy.com
Publicado por
Bernardo Socha Acosta
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6:58 p.m.
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Etiquetas: inconmensurable, Pérdida
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