Desmiento categóricamente la acusación que me hizo “Rasguño”. La formuló cuando fue extraditado. En esa ocasión habló de “golpe de Estado”, aludiendo al asesinato del doctor Álvaro Gómez Hurtado, en coincidencia con similares apreciaciones de Fernando Botero Zea. Uno y otro, tal vez por aquello de que “Dios los cría y ellos se juntan”, dirigieron sus venenosas afirmaciones contra el Presidente Samper y su ministro del Interior.
Por ello envié una nota al Fiscal General de la Nación poniéndome a la orden para cualquier aclaración, interrogatorio o investigación que decidiera realizar. La Fiscalía me citó a una declaración, y bajo la gravedad del juramento respondí todas las preguntas que me hicieron el investigador y el representante de la Parte Civil. Presto estoy a comparecer las veces que sean necesarias.
Frente a tamaño despropósito he pensado sobre la sindicación y sus alcances. Lo he hecho con la tranquilidad del inocente, pero con la preocupación de no conocer el origen ni la intención de la tramoya, ni lo que busca el gratuito acusador. Versiones e interpretaciones he escuchado y leído, todas diferentes, todas por igual creíbles y descartables, sin que me atreva a casarme con ninguna. Por ello no las comento, al menos por ahora.
Pero sí me ha parecido escandaloso aceptar que un hombre tan respetable como el doctor Gómez Hurtado, quien acababa de ser copartícipe de la promulgación de la Constitución más demócrata y progresista de América, hubiere estado fraguando un golpe de Estado, en complicidad con militares y oligarcas.
También asombra la disparatada acusación de que fui en algún momento de mi vida guerrillero.
Como absurdo es pretender que el crimen se fraguó para evitar la extradición de los miembros del gobierno, cuando esta no existía, ni hubo nunca, ni podía haberla, investigación en el exterior contra nosotros.
Qué decir de los cuatro testigos que menciona Rasguño, todos ya muertos.
Es mejor dejar que estos y otros aspectos se diluciden frente a Jueces y Fiscales. Llegado el caso, expondré mi razón, que es la de mi conducta a lo largo de la prolongada e intensa lucha política que me ha tocado librar.
Tengo 45 años de vida profesional. Los primeros cuatro en la judicatura y 41 en la actividad política. He desempeñado todos los cargos de las tres ramas del poder público, desde los más sencillos hasta los de mayor jerarquía. Nadie en Colombia puede presentar una hoja de servicios semejante. Con orgullo puedo decir que nunca he sido censurado ni sancionado. Mi vida es pulquérrima y cristalina.
Mi trayectoria personal y familiar es irreprochable. No me sonrojo si digo que es ejemplo de ecuanimidad, rectitud, responsabilidad y afecto.
Soy defensor de los derechos humanos, luchador de la convivencia y apasionado por la democracia y la vida.