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viernes, 18 de mayo de 2012

EXAMEN DE PROSTATA

                                                      TRAFUGARIO
-------------------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO
Cuando volví a verlo fue que caí en la cuenta que hacía más de un mes no veía a  mi amigo Felixberto Puentes, arquitecto de profesión, y además contratista de obras civiles. De lo que sí estaba seguro era que se encontraba en la ciudad por los chismes de nuestros amigos que me habían advertido que efectivamente por ahí andaba calles caminando, pero que de la misma manera a casi todo el mundo le huía como si le debiera euros a todo el conglomerado, y cada día que pasaba era más taciturno y ensimismado como si por fin lo estuviera matando su timidez. Pero era una timidez inventada en los últimos tiempos porque en realidad en la vida cotidiana, Felixberto no tenía nada en absoluto de tímido. No obstante nadie daba una explicación lógica a su comportamiento taciturno y huidizo. Un día cualquiera y sin querer, me encontré a Felixberto en un sitio donde le era físicamente imposible  evadirme porque se trataba de un recinto donde no había sino una sola salida y yo, para desgracia de él, estaba muy cerca de la puerta. 

Cuando ya por fin me encontraba en las narices de Felixberto, de hecho me fue muy fácil abordarlo y preguntarle sin tantos rodeos, qué había pasado y dónde carajos se había escondido. Al principio sólo me miraba pero no me decía nada y eso aumentó mi preocupación. Su mirada era triste, muy contraria a la mirada desafiante que siempre lo caracterizó hasta en los momentos más frescos de su vida. De pronto rompió el silencio y con voz trémula me dijo casi al oído: “Fue que me hicieron el examen de próstata con el tacto, tal como lo ordenó el Urólogo y desde esa día mi vida sólo es desolación y tristeza. Yo ipsofacto imaginé, claro que sin decirle nada, que le habían detectado, según su cara y sus condiciones sicológicas, cáncer no sólo en la próstata sino hasta en el resorte de los pantaloncillos e incluso en la bota del pantalón, porque era que su cara no daba para menos. Llegué a pensar además, que un tornado o un huracán, que por aquí no se presentan, le había tumbado la casa, o que un ladrón cuadraplégico le había robado la plata. Porque con esa cara y esa actitud, repito, ¿Qué más podía yo pensar? Que tenía que ser una cosa extremadamente grave ya que cualquier actor de teatro o cualquier tipo al que le haya pasado un trasatlántico por encima, no es capaz de poner esa cara que ponía mi amigo Felixberto. Pero no. Yo estaba totalmente equivocado. “Lo que pasa es que desde hace un mes que me hicieron el examen, no he podido olvidar al médico hermanito”, me dijo, y sus ojos se le pusieron vidriosos de lágrimas. Claro. Yo de una vez deduje qué era lo que le había ocurrido. Y tuve que haber puesto cara de extraterrestre con Sarampión, porque vi que su expresión empeoró. Su rostro se tornó más adusto y mucho más imbécil.
Y ya le escribió algún poemita, acaté a preguntarle para salir del atolladero porque estaba anonadado. Pues todavía no, pero si usted tiene la bondad de colaborarme, será cosa que le agradezco, pues la idea no está del todo mal. Aunque no sé qué cara irá a poner él (El doctor). Y lo verraco es que tampoco puedo dormir hermanito, y cada vez, veo mi porvenir más oscuro y frío, me dijo, y fue a ponerme una mano en el hombro y yo por poco me voy decúbito dorsal porque ya me dio cus cus que a mí también el hombre se me fuera de poema. Vade retro Satanás, le dije, y a mí no me vaya a salir con acrósticos y serenaticas. Y no se le vaya a ocurrir tocarme con sus manos ni siquiera el maletín, le dije con cara de asesino para que lo tomara en serio.  Ya a estas alturas el hombre no se aguantó más y soltó una carcajada que por poco vota las asaduras, y se fue muerto de la risa. Ahora mi más grande anhelo es pegarle un coscorrón pero con un tejo.    

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