TRAFUGARIO
-------------------------------------Por: JOSE OSCAR
FAJARDO
Cuando volví a
verlo fue que caí en la cuenta que hacía más de un mes no veía a mi amigo Felixberto Puentes, arquitecto de
profesión, y además contratista de obras civiles. De lo que sí estaba seguro
era que se encontraba en la ciudad por los chismes de nuestros amigos que me
habían advertido que efectivamente por ahí andaba calles caminando, pero que de
la misma manera a casi todo el mundo le huía como si le debiera euros a todo el
conglomerado, y cada día que pasaba era más taciturno y ensimismado como si por
fin lo estuviera matando su timidez. Pero era una timidez inventada en los
últimos tiempos porque en realidad en la vida cotidiana, Felixberto no tenía
nada en absoluto de tímido. No obstante nadie daba una explicación lógica a su
comportamiento taciturno y huidizo. Un día cualquiera y sin querer, me encontré
a Felixberto en un sitio donde le era físicamente imposible evadirme porque se trataba de un recinto
donde no había sino una sola salida y yo, para desgracia de él, estaba muy
cerca de la puerta.
Cuando ya por fin me encontraba en las narices de
Felixberto, de hecho me fue muy fácil abordarlo y preguntarle sin tantos
rodeos, qué había pasado y dónde carajos se había escondido. Al principio sólo
me miraba pero no me decía nada y eso aumentó mi preocupación. Su mirada era
triste, muy contraria a la mirada desafiante que siempre lo caracterizó hasta
en los momentos más frescos de su vida. De pronto rompió el silencio y con voz
trémula me dijo casi al oído: “Fue que me hicieron el examen de próstata con el
tacto, tal como lo ordenó el Urólogo y desde esa día mi vida sólo es desolación
y tristeza. Yo ipsofacto imaginé, claro que sin decirle nada, que le habían
detectado, según su cara y sus condiciones sicológicas, cáncer no sólo en la
próstata sino hasta en el resorte de los pantaloncillos e incluso en la bota
del pantalón, porque era que su cara no daba para menos. Llegué a pensar
además, que un tornado o un huracán, que por aquí no se presentan, le había
tumbado la casa, o que un ladrón cuadraplégico le había robado la plata. Porque
con esa cara y esa actitud, repito, ¿Qué más podía yo pensar? Que tenía que ser
una cosa extremadamente grave ya que cualquier actor de teatro o cualquier tipo
al que le haya pasado un trasatlántico por encima, no es capaz de poner esa
cara que ponía mi amigo Felixberto. Pero no. Yo estaba totalmente equivocado.
“Lo que pasa es que desde hace un mes que me hicieron el examen, no he podido
olvidar al médico hermanito”, me dijo, y sus ojos se le pusieron vidriosos de
lágrimas. Claro. Yo de una vez deduje qué era lo que le había ocurrido. Y tuve
que haber puesto cara de extraterrestre con Sarampión, porque vi que su
expresión empeoró. Su rostro se tornó más adusto y mucho más imbécil.
Y ya le
escribió algún poemita, acaté a preguntarle para salir del atolladero porque
estaba anonadado. Pues todavía no, pero si usted tiene la bondad de
colaborarme, será cosa que le agradezco, pues la idea no está del todo mal.
Aunque no sé qué cara irá a poner él (El doctor). Y lo verraco es que tampoco
puedo dormir hermanito, y cada vez, veo mi porvenir más oscuro y frío, me dijo,
y fue a ponerme una mano en el hombro y yo por poco me voy decúbito dorsal
porque ya me dio cus cus que a mí también el hombre se me fuera de poema. Vade
retro Satanás, le dije, y a mí no me vaya a salir con acrósticos y serenaticas.
Y no se le vaya a ocurrir tocarme con sus manos ni siquiera el maletín, le dije
con cara de asesino para que lo tomara en serio. Ya a estas alturas el hombre no se aguantó
más y soltó una carcajada que por poco vota las asaduras, y se fue muerto de la
risa. Ahora mi más grande anhelo es pegarle un coscorrón pero con un tejo.
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