Trafugario
Por: Por: José Óscar Fajardo
Que el hoy exalcalde de
Bogotá, Gustavo Petro iba a ser destituido, eso ya se sabía. Y los que no somos
tan distraídos sabíamos que iba a ser
destituido por encima de cualquier fuerza extraordianaria de la naturaleza, e
incluso del cosmos. Eso era una realidad axiomática como saber que hay uvas. “A
cuál ingenuo se le ocurre que los verdaderos dueños de la democracia en
Colombia como son los Ardila Lulle, Los Santodomingo, los Sarmiento Angulo, los
Pacheco Debía, los Gillinski, le iban a entregar la capital de su feudo a un
exguerrillero para que gobernara a su acomodo”, me dijo un abogado pseudo amigo
mío, más pobre que una gallina flaca pero más reaccionario y ultraderechista
que el mismo generalísimo Francisco Franco. Y me tocó convencerme que el tipejo
ese tenía toda la razón. Y que la tiene. Desgraciadamente para el pueblo
colombiano, el tipejo ese tiene toda la razón. Pero de la misma manera
desgraciadamente para la oligarquía neoliberal también, por aquello que los
japoneses llaman Hara Kiri, y que los nacionales decimos, darse con una piedra
en los dientes. Pues claro porque entre más verraca sea la enfermedad, más
rápido se muere el paciente. Cuánto más terrible se haga el hambre, con mayor
saña se hará la búsqueda de la comida. Los periodistas que hemos estado en
campañas políticas sabemos muy bien, y los que no lo han estado también, y no
sólo los periodistas sino cualquier ciudadano común lo sabe, que a la clase
política ya muy pocos le creen. ¿Culpa de quién?
No se puede ser tan ingenuo de
no darse cuenta que en Bogotá, para las elecciones de congreso que acaban de
pasar, votó cerca de un 33%, es decir una minoría. No se puede ser tan ingenuo
de no darse cuenta que en Colombia cada día aumenta, en función exponencial, el
abstencionismo electoral. La clase política y los dirigentes de este país no se
pueden tapar los ojos para no ver y ponerse tacos de madera en los oídos pata
no oír, que al pueblo lo distraen con remedios anodinos suministrado en
pequeñas dosis que con el tiempo lo que hacen es agravar la enfermedad. Yo
estoy totalmente seguro que una gran parte de ustedes, amigos lectores, vieron
las escenas apocalípticas presentadas por la televisión nacional de Colombia en
el noticiero Caracol, también de Colombia,
viernes anterior a las siete y diez AM, en que se ven mundanales de
animales muriéndose unos, o ya muertos otros, por la sed a raíz de un verano
espantoso en la localidad de Paz de Ariporo, Departamento de Casanare, también
en la República de Colombia. Como ustedes lo vieron, entonces queda demostrado
que eso no es invento mío. Que esas no son falacias de la oposición. Y eso
ocurre en uno de los Departamentos más ricos del país. ¿Se hubiera podido
evitar esa catástrofe y se podrán evitar las que vienen? Claro que sí. Con el
solo hecho de haber construido a tiempo reservorios de agua suficientes, se
habría podido. No hay plata para ese tipo de obras, dirán los aludidos. ¿Y
entonces dónde están las regalías petrolíferas?
Lo que yo no he podido
entender es ¿Por qué los colombianos mutuamente nos odiamos tanto? Porque la
verdad es que siento este problema como un simple y preocupante odio y
desprecio de los que les sobran los millones de dólares, con los que no tienen
un puñado de monedas para vivir. Simple odio y desprecio, repito. Y lo de
Buenaventura, qué. ¿Será que se trata de otra Colombia? Si militarizar a
Buenaventura y/o “eliminar” políticamente a Petro es la solución, bienvenida
sea. Les aclaro que jamás he votado por Gustavo Petro. Es sólo la nostalgia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario