Trafugario
Por: José Oscar Fajardo
Desde cuando Radio Atalaya
quedaba donde hoy queda una residencia para mayores de edad con deseos de
ejecutar su idoneidad con sus aparatos genitourinarios, es decir hacer el amor,
y donde yo hice mi semestre de práctica para graduarme de Comunicador Social,
en la emisora, no en la residencia, como cualquier guache pudiera endilgarme el
desliz, acostumbraba a sentarme en el escaño que quedaba y aún queda al frente
de la entrada de la emisora en el parque Antonia Santos, a esperar a Jorge
Pertuz, quien a la sazón era mi socio en el noticiero del mediodía. Y siempre
fijaba severamente mi atención en las ardillas, no en las percantas dado que todavía no había aterrizado allí, y
me divertía porque veía que eran muchas las ardillas, no las percantas, que
llegaban a refocilarse sobre los árboles.
Llegaban no. Vivían allí puesto que ese ha sido su hábitat, de las ardillas, no
de las percantas, porque está comprobado científicamente que a una percanta le
queda muy difícil vivir en un árbol a siete o diez metros de altura y sobre
todo ejercer su legendaria profesión. Muy
verraco. Pero sí recuerdo que había muchas ardillas veloces y nerviosas como
son ellas, las ardillas, no las percantas, y que le daban un colorido y un
ambiente al parque como si en realidad estuviera uno en una pequeña selva de
ardillas y de animales silvestres. Reitero que ese es su legítimo hábitat donde
ellas nacieron y crecieron. Aclaro: las ardillas, no las percantas.
Muchos años después, frente a
un pelotón de percantas que cada día aumenta en grado superlativo, uno ve como
disminuyen las ardillas, también en grado superlativo, a tal extremo que ya las
puede contar, e incluso reconocerlas una por una y además, testimoniar como están
de disminuidas anatómicamente en su contextura por física hambre o por falta de
insumos de alimentación. Incluso hay un pensionado sinvergüenza él, que frecuenta
este lugar, que les puso nombre o apodo de pelandusca a las ocho o diez
infelices ardillas que sobreviven milagrosamente. Y las reconoce perfectamente
como si en verdad se tratara de pelanduscas. Grita, Lorena, con un supercoco en
la mano y una ardilla que él conoce con minucia, baja del árbol a recogerla.
Luego grita, Marisol, con otro dulce en sus dedos y el esquelético animal corre
a recibirlo. Me sorprendió hace unos días que tomábamos tinto y él sacó un
dulce de los ya consabidos y gritó, Vacamuerta, y una ardilla más flaca que
todas llegó a la cita con el de los dulces. A mí eso me produce mucha risa pero
me da pesar con los animalitos porque sin lugar a dudas, se están extinguiendo.
Como presumo que ustedes estarán creyendo que
estoy mamándoles gallo, y que como además este es un desastre ecológico urbano
sin precedentes, yo los reto y los conmino a que un día de estos el doctor Luchito Bohórquez alcalde la
localidad, el director de este periódico, Rafael Serrano, el periodista Aníbal
Morales, jefe de prensa de la alcaldía, el señor presidente del concejo y los
respectivos concejales y demás autoridades masculinas, aclaro, masculinas,
civiles, eclesiásticas y militares, acudan con respeto y devoción y con sus
respectivas consortes para que no vayan a presentarse malos entendidos y
tristes separaciones, al citado lugar a ver el luctuoso final de las
encantadoras ardillas, no de las percantas, y tomen cartas en el asunto dado
que, repito, es un desastre ecológico lamentable y puede a su vez estarse
presentando en otros nichos ecológicos de la ciudad. Y nosotros los ciudadanos
de bien, de bien entendido bien, podemos estar asistiendo al terrible final de
las preciosas ardillas, no de las percantas, como pudiera llegar a pensarse o
interpretarse y esto ser aprovechado por la oposición en las próximas
elecciones.