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miércoles, 14 de noviembre de 2007

HECATOMBE, AHORA




Por: Gerardo Delgado Silva

No hay que quitar un solo gramo de importancia al significado de la “hecatombe” revelada por el Presidente Uribe, y que asolaría a Colombia, si los ciudadanos no lo reeligen por segunda vez. Este aviso de espanto inevitable, va dirigido a las fuerzas inconscientes del pueblo, a los individuos que están sumergidos en el averno de la ceguera colectiva, anhelando la sumisión irracional al poder omnímodo del “líder”, providencial.

Lo que se pretende dentro de la desintegración jurídica del país, es que nadie tenga ideas propias, la libertad de pensamiento es considerada “anarquía intelectual”. Lo único que tienen que hacer los súbditos es obedecer, es decir, la “moral de esclavos” de Nietzsche. Se quiere un pueblo atado para que marche en una sola dirección. El camino al autoritarismo está abierto, borrando disimuladamente el Estado Social de Derecho.

Empero, la “hecatombe” de la patria es lo que estamos contemplando desde la anterior reelección, prevista en el acto legislativo 02 de 2004, que desconoció la soberanía del pueblo. Su voluntad en la constituyente determinó los lineamientos, los valores esenciales “dentro de un marco jurídico, democrático y participativo”, consagrados de la Constitución Política de 1991. En el postulado superior se prohíbe perentoriamente la reelección, en estos términos: “No podrá ser elegido Presidente de la República el ciudadano que a cualquier título hubiere ejercido la presidencia” (artículo 197 de la Carta Política).

El Congreso de bolsillo, el de las Yidis y Teodolindos, presionado por el Presidente Uribe, produjo el acto legislativo inexequible que contó después con la bendición aquiescente de la Corte Constitucional, no obstante haber definido en sentencia C-551 de 2003, la incompetencia del Congreso para sustituir la Constitución, siguiendo el criterio de Kelsen. Se le usurpó la soberanía al pueblo, que según Bodino es “absoluta, perpetua, indivisible, inalienable e imprescriptible”.

Si el legislativo pudiese sustituir los principios y valores del Derecho Natural, que son presupuestos de la Constitución, cobra vigencia el pensamiento del Juez Marshall, cuando en sentencia magnífica expresó: “…entonces las Constituciones escritas son absurdas tentativas que el pueblo efectuaría para limitar un poder que por su propia naturaleza sería ilimitable”.

Y además apareció evidentemente la vulneración de la igualdad de competencia, en el proceso electoral. El Presidente ostenta la condición de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, con la facultad para hacer innumerables y variados nombramientos, así como una espectacular campaña de “efectos especiales”, a lo largo y ancho del territorio patrio, con absoluto detrimento del derecho fundamental a la igualdad, frente a la quimera de los contendores.

La igualdad, junto con la dignidad y la libertad, son pilares fundamentales de la arquitectura constitucional, social-democrática, que irradian a los demás derechos fundamentales.

¿No constituye, por otra parte, más “hecatombe”, el “clientelismo armado” de los parapolíticos, que “ha contribuido a llevarlo dos veces al solio de Bolívar”, como dice Cristina de la Torre, refiriéndose a Uribe?

Se llama “hecatombe” el olvido del gobierno de la dignidad del ser humano, encarnada en los valores de la justicia social, los derechos humanos, la tolerancia, la democracia real.

En efecto, en el terreno correcto del bienestar económico, del desarrollo, del empleo y de la seguridad social estamos peor. El 60% de colombianos es pobre; la crisis humanitaria calificada por la ONU, muestra su cara de dolor con catorce millones de seres, sumidos en la miseria.

“Hecatombe”, es el crecimiento firme y constante de narco-paramilitares y narco-guerrilleros, no obstante la fervorosa seguridad democrática. En el olvido están las masacres y las incontables fosas comunes. En tanto que los niños famélicos mueren con la sensación patética de desamparo, de una sociedad que ha asumido como el gobierno, el pasivo y miserable papel de espectador.

Y ¿dónde queda la “hecatombe” de los secuestrados, de los millones de desplazados en silencio y sin esperanza?

Si la “corrupción es lo mejor de lo peor”, como sentenciaban los antiguos, en esta Colombia enferma ¿no encontramos la más elocuente expresión de la “hecatombe”?

En fin, el atropello del Gobierno a la Corte Suprema, ¿no implanta otra “hecatombe”?, pues la justicia es el fin supremo del Estado. Ignorar el don de la justicia lleva a los hombres a ignorar los límites de la ética.

Lo que estamos percibiendo como ilusión engañosa de otra reelección, no es un designio divino de obligado cumplimiento: es el resultado de políticas autocráticas de destrucción institucional, catastróficas para nuestra patria.
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