Durante su existencia en la tierra el Hombre ha dejado testimonio en sus obras de sus obsesiones y preocupaciones y, a través de ellas, podemos conocer la orientación política y social que ha predominado en cada sociedad y en cada tiempo.
La Muralla China, esta majestuosa obra con una extensión de seis mil kilómetros que atraviesa desiertos, montañas y llanuras a través de ese inmenso país, fue construida como una obra de defensa colectiva para proteger a toda la población del embate bélico de los pueblos invasores. La defensa de la población como un todo fue la prioridad de los gobernantes.
Las pirámides de Egipto y de otros lugares de la tierra también son obras majestuosas de la invención y el trabajo humano; su construcción estaba dirigida a glorificar al gobernante, a perpetuar su memoria hacia la eternidad sin otro aparente objetivo práctico; mientras en la China el gobernante justificaba su existencia como guía y motor de una empresa colectiva para defender y perpetuar a su pueblo, en el Egipto antiguo, el Faraón se justificaba a sí mismo y se semejaba a un dios y, desde esta perspectiva, todas las fuerzas productivas de la sociedad eran dirigidas prioritariamente a fortalecer su ego y su individualismo.
Mientras China construía la Gran Muralla y Egipto elevaba sus pirámides, Europa construía castillos y fortificaciones para proteger al monarca, su familia y sus validos y, para rendir tributo de reconocimiento a la clase sacerdotal, construía los templos que hoy se erigen imponentes en el paisaje del llamado viejo mundo.
Estos monumentos antiguos reflejan, sin duda, dos modelos de gobierno y sociedad: en Europa y el norte de Africa, unas sociedades basadas en el individualismo, la dominación y la exclusión que aún sobreviven en el tiempo y que extendieron mediante la conquista y el sometimiento a sangre y fuego de los pueblos originarios, su modelo excluyente y de dominación al continente americano. Por su parte, China con sus admirables murallas nos muestra, aún hoy, una sociedad diferente, capaz de pensar y actuar en lo colectivo, una sociedad en que el individuo adquiere su verdadera dimensión cuando su pensamiento y sus actuaciones están dirigidos a satisfacer las necesidades y los intereses colectivos.
REINALDO RAMIREZ
Bucaramanga, agosto 08 de 2007
La Muralla China, esta majestuosa obra con una extensión de seis mil kilómetros que atraviesa desiertos, montañas y llanuras a través de ese inmenso país, fue construida como una obra de defensa colectiva para proteger a toda la población del embate bélico de los pueblos invasores. La defensa de la población como un todo fue la prioridad de los gobernantes.
Las pirámides de Egipto y de otros lugares de la tierra también son obras majestuosas de la invención y el trabajo humano; su construcción estaba dirigida a glorificar al gobernante, a perpetuar su memoria hacia la eternidad sin otro aparente objetivo práctico; mientras en la China el gobernante justificaba su existencia como guía y motor de una empresa colectiva para defender y perpetuar a su pueblo, en el Egipto antiguo, el Faraón se justificaba a sí mismo y se semejaba a un dios y, desde esta perspectiva, todas las fuerzas productivas de la sociedad eran dirigidas prioritariamente a fortalecer su ego y su individualismo.
Mientras China construía la Gran Muralla y Egipto elevaba sus pirámides, Europa construía castillos y fortificaciones para proteger al monarca, su familia y sus validos y, para rendir tributo de reconocimiento a la clase sacerdotal, construía los templos que hoy se erigen imponentes en el paisaje del llamado viejo mundo.
Estos monumentos antiguos reflejan, sin duda, dos modelos de gobierno y sociedad: en Europa y el norte de Africa, unas sociedades basadas en el individualismo, la dominación y la exclusión que aún sobreviven en el tiempo y que extendieron mediante la conquista y el sometimiento a sangre y fuego de los pueblos originarios, su modelo excluyente y de dominación al continente americano. Por su parte, China con sus admirables murallas nos muestra, aún hoy, una sociedad diferente, capaz de pensar y actuar en lo colectivo, una sociedad en que el individuo adquiere su verdadera dimensión cuando su pensamiento y sus actuaciones están dirigidos a satisfacer las necesidades y los intereses colectivos.
REINALDO RAMIREZ
Bucaramanga, agosto 08 de 2007
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