------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO
DELIRIUN TREMENS COLECTIVO
Cuando yo era un pelado de bachillerato ya me gustaba leer, a la lata, de cuantas carajadas cayeran a mis manos. Pero claro que con sumo agrado, a Emilio Salgary, a Jack London, a Julio Verne y las columnas de Alfonso Castillo Gómez de EL ESPECTADOR, entre otros. Y biografías de grandes personajes. Yo le aconsejo a todos los pelados de ambos sexos, para que Florence Thomas no se me enverraque, que lean muchas biografías porque ahí es donde uno aprende cómo se forjó el acero. Recuerdo que me causó profunda preocupación, por mi corta edad, cuando leí que Edgar Alan Poe, uno de los grandes escritores de todos los tiempos, había muerto casualmente de Delirium Tremens. Después supe que de esa enfermedad morían grandes intelectuales, científicos, hombres de negocios, gobernantes y deportistas. El fin de semana anterior cuando en plenos albores de la feria de Bucaramanga se presentaron esos desmanes de la gente con más de 600 bonches callejeros, 8 muertos y sesenta y pico de heridos, hice un diagnóstico sano para mis adentros: es Delirium Tremens colectivo.
Y estoy seguro de no poder equivocarme porque un análisis de profundidad arroja ese resultado. Lo primero que voy a hacer para enrrostrar el asunto es sacar del cuento a los gobernantes y a las autoridades policivas y religiosas porque de eso nadie tiene la culpa. O sí, en última instancia el mismo “Estado borrachín” tendría la culpa pero eso ya es harina de otro costal. Porque en ese caso tenemos que admitir que se trata de un proceso dialéctico materialista con componentes culturales a través del cual la sociedad se ha ido desmembrando y “gomorrizando” mediante el uso y el abuso de las drogas y el alcohol. Por eso aclaro que no se trata de la irresponsabilidad de un alcalde, de un gobernador, o de un comandante de policía. Es la implosión social resultado del “progreso”.
Empecemos porque en los campos de Colombia, el guarapo, una legítima bebida alcohólica, hace parte del menú alimenticio de la comunidad campesina y por eso gran parte de los campesinos de Colombia, son un foco de alcoholismo en el país al que no se le ha puesto ni la más mínima atención. En los sectores donde se cultiva la caña de azúcar y hay producción panelera, el guarapo es parte de la “alimentación” del obrero dedicado a la recolección de la caña como de la molienda y la producción de panela. Además, por razones de herencia cultural y por antiguas costumbres ancestrales de nuestros primeros pobladores, sobre todo los santandereanos tenemos un antecedente de “guarapofilia” desde temprana edad, que termina finalmente en el alcoholismo de algunos sectores de la población. Para completar, Colombia es quizá el país con el mayor número de fiestas y reinados en el mundo. Esa puede ser una explicación de que Colombia figure como uno de los países en el que, según investigaciones de orden estadístico, se califica como el cuarto país donde la gente vive más feliz, a pesar de sus pobrezas, miserias y vicisitudes.
Por eso lo que se presentó en Bucaramanga no es un asunto casual y pasajero sino por el contrario, la punta del iceberg que sirve para calcular la temperatura real de, cómo es que está yendo el agua al molino. Como el río que crece, el torrente social se está desmadrando y nadie le está poniendo atención. Y se trata no solamente de Bucaramanga sino de Bogotá, Cali, Medellín, Barbosa, Vélez, Balívar, Sucre, La Venta, Matemora y El Polvero. De Uruguay y Paraguay y todo lo que hay por “ay”. Dentro de mis conceptos personales está, que fue el alcoholismo uno de los componentes sociales y culturales que participó en el colapso gravitatorio social de la Unión Soviética y que, siendo tan rico “el santo sorbo”, para allá van los Estados Unidos y otras potencias económicas del mundo moderno. Y lo que también es cierto es que, “La sarna con gusto no pica y si pica no mortifica”.