Trafugario
La última vez que el
presidente Juan Manuel Santos tomó posesión de la presidencia de la República,
es decir el jueves 7 de agosto, también la vuelta a Colombia se tomó a El Manicomio
más grande del mundo, hoy conocida como Crazy Port. Ese mismo día, en otras
latitudes del mundo, nuestro orgullo futbolístico James Rodríguez recibió el
trofeo que lo acredita como el hombre que más goles metió en el campeonato
mundial de Brasil. Pudieron haber sido muchas más cosas las que ocurrieron el
mismo día a manera de efemérides por así decirlo, pero yo estoy seguro que, con
estas tres nos bastan, por ahora, para empezar a entender que los colombianos
sí somos capaces de ser felices. No en una totalidad del cien por ciento porque
eso no se da ni en el cielo, pero sí en un alto porcentaje si tenemos en cuenta
y hacemos un inventario aproximado de los factores que tenemos a favor para
lograr ese objetivo. En primer lugar el presidente Santos se comprometió con su
palabra de hombre decente y culto, a quitarle todas las posibilidades a los
luciferes que no quieren, o que se le atraviesen en la tarea de conseguir la
Paz de Colombia, dele el agua adonde le dé. Después que eso suceda, comienza el
turno ahí sí de todos, incluidos los luciferes, de elaborar la Cultura de la
Paz. Y esa es la parte más verraca porque implica cambios socio-culturales que,
todos sabemos, solo se dan a largo plazo.
Por qué digo que la cosa va a
estar verraca. Porque los latinoamericanos, y los colombianos no nos quedamos
atrás, somos milagreros e inmediatistas por herencia cultural, y tenemos en el
ADN una endemia que en más de las ocasiones se ha tirado muchos proyectos
esenciales. La teoría y práctica del milagro que, entre ceja y ceja, lo llevan
la mayoría desde que nacen. Yo, no. Y la dialéctica histórica ha demostrado a
través de los siglos que los cambios sociales, positivos o negativos,
únicamente los percibimos cuando ya la suerte está echada. Esa misma noche del
jueves el presidente Correa, de Ecuador, dijo entre otras, una frase lapidaria
que ojalá la hayan escuchado, o de suerte la lean en esta columna los enemigos
de la Paz: “Si Colombia ha hecho tantas cosas con la violencia, cómo sería sin
la violencia”. En mi novela que acabo de publicar, dice Nabucodonosor
Cristanchi, el protagonista: “Si Crazy Port tuviera solamente el 99 por ciento
de la enfermedad sociológica que tiene, sería más bacana que el paraíso
terrenal”. Y yo le creo a ciegas a Nabucodonosor Cristanchi porque es un
político de avanzada que, siendo de la alta burguesía de Crazy Port, y además
parasicólogo mentalista, piensa como si no tuviera riqueza y fuera un campesino
descuadrilado.
Pero más verraca va a estar la
elaboración de la Cultura de la Paz. Esa que nos va a enseñar a no odiarnos
mancomunadamente así hayan las diferencias que hayan. Para eso necesitaremos de
James, de Falcao de Cuadrado, incluso de Pekerman. De Shakira, de Juanes, de
Botero, de Llinás y además que García Márquez ayude desde su gloria eterna que
es Macondo. Y que la vuelta a Colombia regrese a Crazy Port. Y que la guerrilla
deje de volar oleoductos y darle chumbimba a los transeúntes. Y que la gente
tenga derecho a enfermarse y a no morirse de una simple pecueca. Que los niños
no se mueran de miseria y que tengan acceso a la educación. Que nunca más vuela
a haber desplazamientos forzados y falsos positivos. Los colombianos no podemos
seguir siendo mendigos sentados en barras de oro por cuenta de una guerra que
se plantean unas minorías. Con la Paz lograda ahora, seremos los próximos
campeones mundiales de fútbol.