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lunes, 4 de abril de 2011

Colombia en el vilipendio

Por: Bernardo Socha Acosta

Cuando conocemos hechos como los denunciados por la Revista Semana, relacionados respecto a la burla que se le hace al país desde una institución como el ejército, no le queda a un ciudadano deseos de creer en nada y en nadie en Colombia. No están equivocados los comentaristas de los medios que señalan esto como la peor vergüenza, atrevimiento y desafío de instituciones como la mencionada.

Para valorar la gravedad y vergüenza de lo ocurrido, solo nos vasta volver a leer el artículo de la denuncia, por fortuna muy bien fundamentado. Leer Revista Semana.

Pero a estos hechos se le suman otros escándalos como las falsas desmovilizaciones, los falsos positivos, el desvío de cuantiosos recursos económicos como Agro Ingreso Seguro, el despilfarro que se hace desde entidades como la Contraloría General de la República, el engaño a los trabajadores de quitarles horas extras para crear nuevas fuentes de empleo y tantas ironías más han empobrecido a los núcleos sociales hasta llegar a casi 10 millones de indigentes, no extraña a nadie, por qué en Colombia aumenta el potencial de gente rebelde que no solo le queda el recurso de la protesta, sino que se va a los extremos.

Para que nos detengamos a contemplar lo que se hace desde una institución del Estado, del cual hacemos parte, solo es necesario considerar que somos por infortunio del mismo cacareado concepto de la llamada democracia, los subalternos y siempre engañados, pisoteados y vilipendiados por quienes están arriba aprovechándose del poder para vulnerar los derechos del llamado pueblo, aumentándole cada vez las cargas tributarias, encareciendo los servicios públicos y tantas cosas que ocurren en nuestro país. Pero, lamentablemente parece que apenas nos reímos de lo que le pasa a Colombia, como si solo fueran simples picardías.

Cuando vemos a la delincuencia portando uniformes de las fuerzas regulares, a primera vista lo reprochamos; pero cuando leemos investigaciones como la de la Revista Semana, sobre Tolemaida, no nos extrañamos porque, si instituciones que creíamos la medula de de la sociedad colombiana en la lucha contra actos delictivos y la búsqueda de la verdad y la justicia, cae en hechos tan reprochables y los superiores dicen no tener conocimiento, demuestra que hemos llegado al fondo de lo peor en Colombia, donde repito, no hay motivo para creer en nada y en nadie.

Con todo esto y muchos más de lo que hemos vivido en la última década, es oportuno que cada ciudadano, piense en el grado de responsabilidad que tenemos los más de 10 millones de electores, que seguramente con ingenuidad hemos confiado en quienes salen a la plaza pública y a través de los medios de comunicación a decirle a los ciudadanos maravillas y que van a ser los redentores de los oprimidos, que van a bajar los impuestos y las tarifas de servicios públicos, etc., etc., pero todo resulta una utopía, o, mentiras, que lamentablemente ilusionan a los electores para llevarlos a las urnas como tirados con bozal, para terminar resignados a toda clase de vilipendios disfrazados.

Todo esto y muchas cosas más nos concitan a preguntarnos si habrá motivo para seguir creyendo en las instituciones del Estado Colombiano.

Pero sin duda, hoy que tanto la Contraloría general y la fiscalía general han llegado a manos del poder femenino y sumado a la credibilidad de la Corte Constitucional, (que nos salvó de la hecatombe) nos queda algo de esperanza, si desde la rama ejecutiva se respeta el concepto del estado de derecho que se puso en grave riesgo, no hace mucho tiempo.

sábado, 26 de septiembre de 2009

ALGO MÁS QUE UN ESCÁNDALO

-------------------Por: Gerardo Delgado Silva

El partido conservador había sido un guardián insomne de la moral pública, y un defensor intrépido de los intereses nacionales en todos los campos de nuestra vida republicana.

Por ello, los más brillantes momentos históricos de ese partido, fueron aquellos en los cuales se presentó como Personero de los Supremos intereses nacionales, evitándole al país la resurrección de recónditos anhelos hegemónicos, tras los cuales se agazapaba el sectarismo proditorio.

El Conservatismo Colombiano, probó en el discurrir de los años, que no es una caprichosa posición de la mente, sino un ordenamiento de ideas que obedecen a postulados filosóficos y morales. Caro y Ospina, en forma sobria afirmaron: “El conservador condena todo acto contra el orden constitucional, contra la legalidad, contra la moral, contra la libertad, contra la igualdad, contra la tolerancia, contra la propiedad, contra la seguridad y contra la civilización, sea quien fuere el que lo haya cometido.”

De pronto, casi imperceptiblemente, torció su rumbo de servicio público, bajo la presión del Gobierno de Uribe, empeñado en la atroz tarea de exterminar el Estado de Derecho.

Qué importan las leyes, como advertía Alvaro Gómez Hurtado, si el régimen “está por encima de ellas”. Y con su impecable lucidez, que formaron el estilo personalísimo de su pensamiento, crítico del vacío ético y legal planteó “tumbar el régimen”, por la vía electoral. Al ser entrevistado por la Revista Diners, en junio de 1995, ante la pregunta: ¿Y qué tipo del nuevo régimen se implantaría?. Teniendo una premonición del régimen abyecto de hoy, contestó: “Un régimen limpio. Hay que limpiar la política, y con eso ya se tiene un resultado concreto: un régimen establecido sobre las solidaridades, no sobre las complicidades. Ese es el objetivo”.

Una parte del país ahora, parece desentendido, como insolvente de su propia suerte y ajeno a su porvenir, un mero autómata, sin la conciencia de su propio yo.

Lo que acaba de suceder en la Cámara de Representantes, con sectores contaminados por el dolo, en relación con el referendo reeleccionista es el más triste y degradante de los episodios de inmoralidad, desprecio a la Ley, a la democracia y al país, que pueda exhibir cuerpo alguno deliberante, montado por el Ministro del Interior y de Justicia, conservador Fabio Valencia Cossio, en una enredada malla de hechos punibles. Porque su desafecto a la ley y a la ética, en comportamientos notorios, con cinismo, irrespeta y compromete los principios de Caro y Ospina y asalta la fe pública, con la bruma de estas miserias políticas, convirtiendo ese partido con estrechez mental en tienda de campaña electoral, como los partidos uribistas, y no más.

No hay una letra en la Carta Fundamental que autorice semejantes despropósitos del Ministro en el Congreso. Lo que se revela es que no entiende su misión, ni para qué son sus funciones dentro del contexto jurídico de la patria. Su política turbia y maloliente, en la cual está inmerso todo el ejecutivo, se proyecta en un comercio político, en los cambalaches para lograr la pasión enloquecida de Uribe: Su reelección. Es el más grande conjunto de aberraciones desde el inicio de la primera reelección inconstitucional y tramposa, asociada a la inflexión de una parte de la población, dispuesta a subordinarse por una suerte de masoquismo y por el amedrentamiento de parapolíticos y paramilitares mafiosos, que con tan buen cálculo les produjo efectos favorables. Basta recordar los “distritos electorales”, creados por “Jorge 40”, para constriñir al elector, a favor de Uribe.

Es el mito platónico, recreado por Saramago, en el cual se ata al pueblo, para que vea en una sola dirección, y que dadas las condiciones psicológicas similares a las del pueblo alemán durante el perverso poder ejercido por Hitler, vale la pena recordar a Erich Fromm, quien al estudiarlo con profundidad en su obra: “El Miedo a la Libertad”, se refiere a esos rasgos masoquistas del pueblo, que lo llevan a la “La anulación del yo individual”, y por tanto a sumergirse en una entidad superior a la persona: El Poder, al cual considera poseedor de fuerzas abrumadoras. Es decir, “librarse de la pesada carga de la libertad”. Los adeptos de Uribe, con su “yo” anulado, quebrado su sostén espiritual y su dignidad, lo han admitido como un mesías. Un mesías acomodado a los jerarcas empresariales; un mesías que acepta los artificios para su reelección, y el apoyo de grupos delincuenciales; un mesías que permite que se siga expoliando al pueblo, que no toma en cuenta el compromiso con los desamparados, quienes resisten la soledad y el infortunio, traducidos en crisis humanitaria como lo ha contemplado la ONU; un mesías que muestra la indiferencia ante los conmovedores genocidios, denominados con el eufemismo de “falsos positivos”; un mesías que permanece tenazmente enmascarado, eludiendo su responsabilidad con las criminales interceptaciones a Magistrados, Defensores de Derechos Humanos y Personajes de la Oposición; un mesías engolosinado con los chequecitos embrujadores de los concejos comunitarios, que encubren el fracaso sociopolítico. Son los bienes ocultos de la corrupción, imposibles de concebir en otros tiempos.

Este Ministro Valencia, su hermano, subjudice, como el impúdico Senador Villamizar, y legiones de otros funcionarios conservadores que se esconden detrás de actuaciones aparentemente normalizadas, están entonces envileciendo y traicionando los intereses nacionales que estarían obligados a tutelar, en consonancia con la ideología de su partido. Las prácticas repugnantes, las sacralizan abroquelados ciegamente en los propósitos de Uribe, para quien el fin justifica los medios, incluyendo la compraventa burocrática y el enriquecimiento indebido de unos pocos.

Prácticas vitandas del Gobierno y el Congreso, que atentan contra las instituciones republicanas. La crisis nacional, no tendrá tregua en tanto no desmontemos el comercio político, que desajusta todos los resortes del Estado de Derecho.

Se está haciendo con tantos comportamientos inconstitucionales y penales, la mala historia de Colombia. La buena se hace con visión y grandeza.

Cuánta razón le asistió a Gibran Khalil en su clara pregunta: “…¿Qué piensas de nuestras Leyes, Maestro? y él respondió: “Os complace establecer leyes. Pero os complacéis aún más en violarlas.”

“Como aquellos niños que juegan junto al océano y que, con gran perseverancia, construyen castillos de arena, que luego destruyen entre risas…”

“¿A qué leyes temeréis si danzáis sin tropezar en ninguna cadena hecha por el hombre? ¿Y quién podrá llevaros a juicio si os rasgáis vuestras vestiduras, sin abandonarlas en los caminos ajenos?”.

Se impone, así, un replanteamiento político, un compromiso sagrado de la Colombia buena, que rescate el respeto a la letra y al espíritu del Estado de Derecho, de brazo con la ética, y preserve su vigencia como regla de oro de la acción política. Evidentemente lo que está viviendo la patria no es un designio divino. Estamos al borde de una catástrofe total. Volver a Inicio > Titulares >

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