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sábado, 27 de abril de 2013

Es un Hampón

                                              Trafugario
                                           Por: José Óscar Fajardo                                             
A veces ocurren cosas que por su misma naturaleza lo dejan a uno perplejo. Y más que perplejo, aunque son hechos demasiado comunes en Colombia, anonadado de que ocurran ese tipo de cosas. Porque lo que voy a contar es un delito demasiado común en esta hermosa patria del espíritu santo. Aclaro que lo hago con una gran pena porque de pronto irrespeto a mis muy queridos lectores. ¿Por qué lo hago? Porque son delitos que la ley no tiene cómo castigarlos. Entro en materia. Primero que todo hago una pregunta. Usted qué opina, amigo lector, de un individuo al que se le da la confianza de que a su nombre salga un contrato, luego lo cobre y se robe la plata. Y si fuera mucha plata. Sencillamente que es un hampón y eso no tiene vuelta de hoja. ¿O será un dechado de virtudes éticas, morales, sociales y profesionales? No, porque repito, sencillamente es un hampón.  Aprovecharse de que un amigo suyo, amigo de verdad,  que lo respeta, incluso le ayuda profesionalmente, lo orienta, lo invita, le deposita toda la amistad del alma y una confianza fraterna, y este esperpento de hombre cuasi pseudo  subprofesional, le roba la plata ¿no es para considerarlo un bandido? Es que la sola traición a la amistad ya de por sí es un pecado imperdonable.  ¿Dónde está la dignidad? ¿Dónde está el decoro? ¿Dónde se quedaron los valores? Cómo carajos este vicho esperpéntico no tuvo compasión para quitarle a un hombre necesitado la comida de sus hijos.  
Algunos lectores estarán pensando que me volví muy trascendental y/o de pronto sensacionalista, pero no hay tal. Lo que da rabo es que este delito es demasiado común en Colombia, como lo afirmé desde un principio, y a la vez totalmente imposible de castigar porque todo lo tiene a su favor el delincuente. Dentro de los términos de la ley, nada hay para hacer. ¿Entonces cómo proceder? Castigarlo socialmente para que sienta alguna forma de repudio. Echarlo a la picota pública para que sus hijos y sus tres mujeres que tiene, y lógicamente que también engaña, se enteren de que ese papá y ese concubino no es otra cosa que un ratero. Hace un tiempo acá mismo hice el perfil psicoanalítico de los chismosos, también singular peste horrorosa de nuestro medio social, y esa columna fue publicada en otros medios radiales y escritos porque mucha gente se dio cuenta de que esa es una forma legítima de atacar semejante mal tan aberrante.  Y jamás cite un nombre propio. Desafortunadamente mi ética profesional y las leyes colombianas no me lo permiten porque debiera hacerlo. Es el único castigo.
Como  acá estoy haciendo lo mismo, esbozando un perfil de los parias silenciosos y ocultos, estoy seguro de no cometer un error profesional del cual tenga que arrepentirme. Reitero, es la única forma de castigo: el castigo social. Si ustedes hubieran visto la cara y el dolor de la comida de sus hijos de esa persona que genera esta lamentable y triste historia, desde ya me estarían dando su aplauso y brindando su total aprobación. Y lo más verraco de todo es que siempre utiliza expresiones como estas: “Si el Señor me lo permite”. “Dios mediante”. “Con la ayuda de Dios”. “Dios sabe cómo hace sus cosas”. “Dios le pague”. Y se persigna. Yo solo me pongo a pensar, pero qué clase de carroña es esta por Dios. Y lo más alucinante y verraco y más superverraco de todo, es que anda muerto de la risa como si robar a un amigo pobre fuera digno de enmarcar.  

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