Trafugario
Por: José Óscar Fajardo
A veces ocurren cosas que por
su misma naturaleza lo dejan a uno perplejo. Y más que perplejo, aunque son
hechos demasiado comunes en Colombia, anonadado de que ocurran ese tipo de
cosas. Porque lo que voy a contar es un delito demasiado común en esta hermosa
patria del espíritu santo. Aclaro que lo hago con una gran pena porque de
pronto irrespeto a mis muy queridos lectores. ¿Por qué lo hago? Porque son
delitos que la ley no tiene cómo castigarlos. Entro en materia. Primero que
todo hago una pregunta. Usted qué opina, amigo lector, de un individuo al que
se le da la confianza de que a su nombre salga un contrato, luego lo cobre y se
robe la plata. Y si fuera mucha plata. Sencillamente que es un hampón y eso no
tiene vuelta de hoja. ¿O será un dechado de virtudes éticas, morales, sociales
y profesionales? No, porque repito, sencillamente es un hampón. Aprovecharse de que un amigo suyo, amigo de
verdad, que lo respeta, incluso le ayuda
profesionalmente, lo orienta, lo invita, le deposita toda la amistad del alma y
una confianza fraterna, y este esperpento de hombre cuasi pseudo subprofesional, le roba la plata ¿no es para
considerarlo un bandido? Es que la sola traición a la amistad ya de por sí es
un pecado imperdonable. ¿Dónde está la
dignidad? ¿Dónde está el decoro? ¿Dónde se quedaron los valores? Cómo carajos
este vicho esperpéntico no tuvo compasión para quitarle a un hombre necesitado
la comida de sus hijos.
Algunos lectores estarán
pensando que me volví muy trascendental y/o de pronto sensacionalista, pero no
hay tal. Lo que da rabo es que este delito es demasiado común en Colombia, como
lo afirmé desde un principio, y a la vez totalmente imposible de castigar
porque todo lo tiene a su favor el delincuente. Dentro de los términos de la
ley, nada hay para hacer. ¿Entonces cómo proceder? Castigarlo socialmente para
que sienta alguna forma de repudio. Echarlo a la picota pública para que sus
hijos y sus tres mujeres que tiene, y lógicamente que también engaña, se
enteren de que ese papá y ese concubino no es otra cosa que un ratero. Hace un
tiempo acá mismo hice el perfil psicoanalítico de los chismosos, también
singular peste horrorosa de nuestro medio social, y esa columna fue publicada
en otros medios radiales y escritos porque mucha gente se dio cuenta de que esa
es una forma legítima de atacar semejante mal tan aberrante. Y jamás cite un nombre propio.
Desafortunadamente mi ética profesional y las leyes colombianas no me lo
permiten porque debiera hacerlo. Es el único castigo.
Como acá estoy haciendo lo mismo, esbozando un
perfil de los parias silenciosos y ocultos, estoy seguro de no cometer un error
profesional del cual tenga que arrepentirme. Reitero, es la única forma de
castigo: el castigo social. Si ustedes hubieran visto la cara y el dolor de la
comida de sus hijos de esa persona que genera esta lamentable y triste
historia, desde ya me estarían dando su aplauso y brindando su total
aprobación. Y lo más verraco de todo es que siempre utiliza expresiones como
estas: “Si el Señor me lo permite”. “Dios mediante”. “Con la ayuda de Dios”.
“Dios sabe cómo hace sus cosas”. “Dios le pague”. Y se persigna. Yo solo me
pongo a pensar, pero qué clase de carroña es esta por Dios. Y lo más alucinante
y verraco y más superverraco de todo, es que anda muerto de la risa como si
robar a un amigo pobre fuera digno de enmarcar.
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