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viernes, 20 de diciembre de 2024

La trágica agonía del gobierno del cambio

Mario González Vargas
El presidente y su equipo económico no supieron entender que sumar una tercera reforma a las presentadas por Ocampo y Bonilla reunía todas las condiciones que caracterizan un proceso condenado a una muerte anunciada. Son múltiples las carencias, errores y maquillajes que empujaron a las instituciones competentes a extraviarse en la consecución de metas cada vez más lejanas de las realidades, que afectaron progresivamente la comprensión del buen juicio que debe guiar la toma de las decisiones de las que dependen el acertado manejo de la economía nacional.

El populismo rampante de Petro y su apego a principios ideológicos desuetos, acompañados de supina ignorancia de los principios que procuran una economía sana, se vieron estimulados por la degradación paulatina del DANE en la lectura acertada de los datos indispensables para la construcción de las políticas públicas, que afectaron no solamente su transparencia, sino también su independencia, indispensables para construir estadísticas que consulten las realidades de la economía del país. Metodologías caprichosas arrojan resultados caprichosos, como los que recientemente afectaron al sector agrícola que arrojaron crecimiento del sector mientras los precios de los insumos subían y la oferta de productos agrarios bajaba, con lo que se logró la evidente contradicción de un supuesto PIB agrario boyante y los tres millones de agricultores en la inmunda. Los caprichos metodológicos han afectado también el cálculo en la fijación del salario mínimo incoherente en relación con el bajo crecimiento económico.

Esas son las fuentes que le permiten al presidente presentar resultados que no corresponden a la realidad y sermonear a la oposición, de la que sospecha por su testarudez de no querer aceptar los imaginados éxitos de su gestión que le permiten sostener mentirosamente que nuestra economía es la sexta de mejores resultados entre los países de la OCDE, y sentirse autorizado para proseguir su proceso de estatización que se traduce también en que las organizaciones populares deben ser las grandes contratistas del estado, cobijadas por una engañosa oferta de una democracia participativa. No contento con ello, y para tapar el debilitamiento progresivo de la Fuerza Pública que adelanta desde el primer día de su mandato, culpa a la desaprobación de la ley de financiamiento de la disminución de las capacidades de la Fuerza Pública que sistemáticamente ha golpeado desde el día de su posesión.

Al olvido condenó a las recomendaciones de la señora Mazzacuto, contratada con bombos y platillos, que le aconsejó una aproximación audaz a una política industrial que representara una expresión atractiva y lograra reverdecer el papel del estado como modelador del mercado, una versión supuestamente incluyente y sostenible de un aparente capitalismo en proceso de evolución. Vano ejercicio cuando el destinatario es militante de la versión más trasnochada y totalitaria del socialismo y de sus herederos, que hoy se disfraza del engañador ropaje de progresismo que pretende imponerse bajo el alero del globalismo que lo alimenta.

La derrota en el Congreso de su reforma tributaria provocó la ira non santa de Petro y la de sus más conspicuos alfiles. Al mando de un gabinete que en su inmensa mayoría ha sido incapaz de ejecutar los presupuestos que les han sido asignados, es inevitable la sospecha de que los recursos de la tributaria estaban destinados a sumarse a los no ejecutados y guardados a buen recaudo para irrigar los debates electorales que se avecinan. Lo inesperado asoma con su carga de insolidaridades y diferencias en las filas del gobierno y en las fuerzas políticas que lo acompañan. Las rabiosas reacciones en defensa de lo indefensable denotan una pérdida de autocontrol vedada a los gobernantes. Prematuramente, Petro ha logrado colocar el sol a sus espaldas y trasladar la inesperada conversión del shu shu shu con la que destruye la salud a su propio gabinete y a la ya maltrecha cohesión del pacto histórico. Parece una fuga hacia adelante que seguramente tendrá un desenlace final semejante a los que caracterizan las tragedias de los clásicos dramaturgos e historiadores griegos.

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