Un controvertido artículo
donde se reseñan varias facetas del transcurrir colombiano, fue publicado por
el periódico virtual El País de España, escrito por periodista Antonio Navalón.
En el escrito se habla del
comienzo del nuevo gobierno colombiano del presidente Juan Manuel Santos, del
expresidente Uribe, de la guerrilla, del paramilitarismo, del narcotráfico, de
la DEA, de los Estados Unidos, de García Márquez y del bogotazo y Jorge Eliécer
Gaitán, entre otros. http://internacional.elpais.com/internacional/2014/08/18/actualidad/1408313337_009785.html
Antonio Navalón |
La columna se titula:
Colombia, la mayoría de edad
Consciente de que su país
tiene la ira a flor de piel, Santos tiene que afrontar la solución definitiva a
la violencia con la educación
De las guerrillas endémicas al
narco-terrorismo, de escritores legendarios a futbolistas quijotescos, Colombia
vive el inicio del segundo mandato presidencial de Juan Manuel Santos. Aunque
ya nada será igual.
Colombia sólo ha tenido dos
presidentes reelegidos para un segundo mandato consecutivo. Álvaro Uribe, hoy
adversario, antes jefe y amigo del actual presidente y el propio Santos. Este
parece optar por alargar los mandatos presidenciales, más que por una tercera
reelección, que ya le fue denegada a su antecesor. Como dijo Francisco I.
Madero, mártir mexicano de la democracia: “Sufragio efectivo, no reelección”.
En Colombia, ser candidato o
asumir el poder es más que un trámite celestial. La historia muestra la
singularidad de un país donde han muerto asesinados más políticos que en el
resto de la América hispana. La violencia en Colombia no es explosiva, es
premeditada.
En un país donde todo lo que
se comienza se termina, la guerra civil perdura desde los tiempos inmemoriales
de El coronel no tiene quién le escriba. Hoy, resuenan todavía los ecos del
Bogotazo. Como en la Comala de Juan Rulfo, siguen escuchándose los murmullos:
“Mataron a Gaitán” y eso que ya han pasado 60 años. Esa muerte sintetiza la
apoteosis colombiana, impregnada por el militarismo.
Gaitán fue asesinado porque
Colombia no es una nación, sino tres: Bogotá, la Colombia urbana, Antioquía, la
rural que remite al cartel de Medellín, y Cali, la de los señores feudales en
cuyos territorios hay coca, laboratorios clandestinos, ganado, caballos, un
sistema donde la voluntad del feudo es ley. La guerra interminable conviene a
todos. A fin de cuentas, crea destrucción y muerte y es un modus vivendi para
los ejércitos en conflicto.
Esa Colombia marginal creó a
Pablo Escobar porque, como pasa en México, el narco no es una desviación hacia
el mal, sino una alternativa en una sociedad con desigualdades profundas.
Y en los conflictos, tal como
enseñó Eisenhower en su discurso de despedida en 1961, “no podemos arriesgarnos
a improvisaciones de emergencia para la defensa nacional. Hemos sido compelidos
a crear una industria de armas permanente de vastas proporciones”.
Santos repite continuamente:
“Yo sé hacer la guerra”. Fue ministro de Defensa de Uribe cuando se violaron
por sistema los derechos humanos, producto sí, de la barbarie de los otros
bandos. Cedió a la tarea de acabar con terroristas y narcotraficantes. Muchos
ciudadanos sin deberla ni temerla, también fueron perseguidos.
Santos sabe que las
oligarquías han dado lugar a una nueva nobleza, que incluye a Uribe y a él
mismo, así como a los hijos millonarios del narco y la narco-guerrilla. La
violencia los protege a todos con su cobija ensangrentada.
Consciente de que su país es
complejo y tiene la ira a flor de piel, Santos tiene que afrontar la solución
definitiva a la violencia a través de la educación, el gran elemento
transformador (como hizo India). De exterminador, se ha tornado en un Gandhi
que dice: “Llegó el momento de cambiar las balas por los votos, las armas por
los argumentos y continuar la lucha pero en democracia”. Incluso, imagina a los
representantes de las FARC sentados en el Congreso.
Allí donde antes hubo campos
de tiro y, emulando la figura del educador mexicano José Vasconcelos, Santos
pretende cambiar las balas, rutas de reparto y entrada de cocaína en Estados
Unidos por nuevas licenciaturas que den al país un nuevo lugar en el mundo.
Eso es posible por la crisis
de las castas colombianas y por el abandono de América Latina por parte de
Washington, lo que brinda nuevas oportunidades para la tierra de Gabriel García
Márquez y Álvaro Mutis.
Antes del Plan Mérida, el Plan
Colombia fue la estrategia de intervención más importante de Estados Unidos
—como gran consumidor— en la nación andina. Hasta el grado de que en todas las penitenciarías
colombianas había una representación de la DEA, con la misión de convertir en
testigos protegidos a quienes declaraban contra los suyos.
Santos tiene una gran
oportunidad frente a sí mismo. Toca, la palabra mágica para los colombianos,
cambiar las estructuras, más allá de la guerra de desgaste de Álvaro Uribe y
los suyos en las distintas Cámaras. Es el momento ir hacia delante, cambiando
la sociedad desde sus orígenes y eso sólo se hará si la primera enseñanza es la
paz y la segunda, que la inversión no sea el ejército, sino la educación.
El mandatario colombiano,
amante del inglés impecable, el póquer, el café y las biografías de Churchill,
Roosevelt y Lincoln, también sabe que lo tiene muy difícil y que el toca se lo
puede llevar todo por delante. Pero hay que reconocer algo. Colombia se
enfrenta a la mayoría de edad por primera vez y sin intervenciones externas
significativas, y lo hace con el programa de un presidente que comienza por lo
obvio: instalar el orden y reorganizar las castas que gobernaron durante los
últimos 125 años.
Antonio Navalón es periodista,
escritor y CEO de America 2010.
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