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sábado, 23 de abril de 2016

Examen de prostata

Trafugario
Por: José  Óscar Fajardo 

Sólo cuando volví a verlo fue que caí en la cuenta que hacía más de un mes no avistaba a  mi amigo Felixberto Casas, arquitecto de profesión, y además contratista de obras civiles. De lo que sí estaba seguro era que se encontraba en la ciudad por los chismes de nuestros amigos que me habían advertido que efectivamente por ahí andaba calles caminando, pero que cada día que pasaba era más taciturno y ensimismado como si por fin lo estuviera matando su timidez. No obstante nadie daba una explicación lógica a su comportamiento taciturno y huidizo. Un día cualquiera y sin querer, me encontré a Felixberto en un sitio donde le era físicamente imposible  evadirme porque se trataba de un recinto donde no había sino una sola salida y yo, para desgracia de él, estaba muy cerca de la puerta. Cuando ya estuve cerca me fue muy fácil abordarlo y preguntarle sin tantos rodeos, qué había pasado y dónde carajos se había escondido. Al principio sólo me miraba pero no me decía nada y eso aumentó mi preocupación. Su mirada era triste, muy contraria a la mirada desafiante que siempre lo caracterizó hasta en los momentos más relajados de su vida. De pronto rompió el silencio y con voz trémula me dijo casi al oído: “Fue que me hicieron el examen de próstata con el tacto tal como lo ordenó el urólogo y desde ese día mi vida es sólo desolación”. Yo ipsofacto imaginé, claro, sin decirle nada, que le habían detectado, según su cara y su manifestación sicológica, cáncer no sólo en la próstata sino hasta en el resorte de los calzoncillos e incluso en la bota del pantalón porque su cara no daba para menos. Llegué a pensar además, que un tornado o un huracán, que por aquí no se presentan, le habían tumbado la casa. Porque con esa cara y esa actitud ¿Qué más podía yo pensar? Que tenía que ser una cosa extremadamente grave porque cualquier actor de teatro no es capaz de poner esa cara de descuartizado. Pero no. Yo estaba totalmente equivocado. “Lo que pasa es que desde hace un mes que me hicieron el examen, no he podido olvidar al médico hermanito”, me dijo, y sus ojos se le pusieron vidriosos de lágrimas. Claro. Yo de una vez deduje qué era lo que le había ocurrido. Y tuve que haber puesto cara de extraterrestre con Sarampión porque vi que su expresión empeoró. Su rostro se tornó más adusto y mucho más imbécil. Y ya le escribió algún poemita, acaté a preguntarle para salir del atolladero porque estaba anonadado. Pues todavía no, pero si usted tiene la bondad de colaborarme, que será cosa que le agradezco, pues la idea no está del todo mal. Aunque no sé qué cara irá a poner él (El doctor). Y lo verraco es que tampoco puedo dormir hermanito, y cada vez, veo mi porvenir más oscuro y frío, me dijo, y fue a ponerme una mano en el hombro y yo por poco me voy decúbito intercostal porque ya me dio cus cus que a mí también el hombre se me fuera de poema. Vade retro Satanás, le dije, y a mí no me vaya a salir con acrósticos y serenaticas. Y no se le vaya a ocurrir tocarme con sus manos ni siquiera el maletín, le dije con cara de asesino para que lo tomara en serio.  Ya a estas alturas el hombre no se aguantó más y soltó una carcajada que por poco vota las asaduras, y se fue muerto de la risa. No estaba enamorado del urólogo.    

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