El país trata de comprender las dimensiones del cambio en medio de angustias y esperanzas que por sus caracteres no le permiten descifrar sus componentes y consecuencias. Acostumbrados los colombianos a la competencia y alternancia en el poder de partidos y organizaciones políticas que constituían variantes de pensamiento dentro de un mismo sistema de organización social y político, hoy nos hallamos inmersos en una confrontación ideológica de fuerzas antagónicas en la concepción del estado y de la sociedad, que si bien feneció en la segunda mitad del siglo XX con derrota del comunismo y del fascismo ante la democracia liberal, hoy renace con ropajes y denominaciones distintas, a pesar de reproducir las mismas diferencias insalvables. El progresismo propone la “deconstrucción creativa” para allanar el camino de nuevas construcciones que se ajusten a las ideas de los forjadores de mundos ideales. Vástagos del despotismo ilustrado, acuden a la Utopía que se nutre de un complejo adánico, y por ello se halla condenada a imponerse por la fuerza, porque entiende que no puede erigirse sino sobre los escombros de lo que destruye.
El mensaje de unidad del presidente en su posesión impactó a los invitados internacionales, regocijó a los mercaderes de puestos y contratos y adormeció al inquieto ciudadano, pero no corrigió ni menguó las preocupaciones suscitadas por las declaraciones de sus designados ministros. Por el contrario, la purga con la que castigó a la Fuerza Pública, aunado al desplante por ausencia en ceremonia de reconocimiento y a la amenaza de hacer responsables a sus mandos de las masacres que cometan las organizaciones criminales, no dejan dudas sobre la naturaleza de los cambios proyectados en las doctrinas militar y policial, sin consideración a la seguridad, soberanía e integridad territorial de Colombia amenazadas por los nuevos amigos de Venezuela y Nicaragua.
En su encuentro con los empresarios, descalificó como fracasado el modelo de desarrollo y advirtió sin ambages que el libre mercado es incompatible con la justicia social, proponiéndonos regresar al estado prepotente, planificador y dispensador único de gajes y servicios que derrumbó a la Unión Soviética y empobreció a sus estados satélites, y que asoma sus narices en todas las declaraciones de sus ministras de salud, ambiente, agricultura y minas y energía, habilitando al de hacienda, de breve paso por su cartera, para decir mañana “yo no fui”.
Resulta inverosímil que todo ocurra con pocas oposiciones que logren abrir el debate democrático sobre las medidas que afectarán a todos los colombianos. Sugiere sí, que los proyectos de reforma saldrán airosos en su paso por el Congreso, porque de tiempo atrás sabemos que allá vale más la mermelada que los intereses nacionales y ciudadanos. Dejar que todo suceda sin debate ni controversia y esperar por mayores errores del ejecutivo, es la mejor contribución que podemos hacer para la degradación de nuestra democracia. Hoy el debate público y la acción política son obligaciones ciudadanas a las que nadie debe sustraerse, y también únicos recursos para mudar de la deconstrucción a la convergencia en el fortalecimiento de una democracia que no debemos perder.
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