El gobierno del cambio ha dado muestras inequívocas de padecer un autismo persistente que empeora al unísono con los retos que confronta. Esa patología que obedece a la presencia de un “trastorno psicológico que se caracteriza por la intensa concentración de una persona en su propio mundo interior y la progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior”, ha guiado el errático comportamiento del presidente, del comisionado para la paz y de sus ministros del interior, de defensa y de justicia, frente a la multiplicación de las protestas, paros, bloqueos, atentados y tomas de instalaciones o de poblaciones, advertidas muchas de ellas por las alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo.
Lo ocurrido en días pasados en el Caguán es ejemplo doloroso de sus efectos entre los responsables del orden público que prefirieron abandonar a los policías en manos de turbas de delincuentes conducidas y recompensadas monetariamente por las disidencias de las Farc, a las que hoy se les ofrece nuevamente un cese al fuego como garantía de negociación de paz. El protocolo elaborado tardíamente por el comisionado para dar continuidad al cese ya decretado el 31 de diciembre pasado, bien puede asemejarse a directrices para “boys scouts”, y no se compadece con las innumerables afectaciones que desde esa fecha se han producido en el país, fortaleciendo el control territorial de todas las organizaciones criminales y narcotraficantes, estimuladas por el obligado acuartelamiento de la fuerza pública. Además, acordar ceses al fuego con cada grupo armado ilegal sólo paraliza a la fuerza pública, pero constituye patente de corso para las confrontaciones entre ellos, y para el sometimiento de pueblos y comunidades al reclutamiento forzado de menores y otras violaciones a los derechos humanos, como lo atestiguan los lamentos de las víctimas en el Cauca y Valle del Cauca, y más recientemente en el bajo Cauca y el nordeste antioqueños y en las zonas mineras de Córdoba, que no tardaran en extenderse a otros teatros de confrontación armada ante la creciente multiplicidad de esas organizaciones a lo largo y ancho del territorio nacional.
El autismo del presidente y de su sequito se expresa también en el proyecto de ley de sometimiento con el que se pretende toda clase de beneficios para los actores de la violencia: indultos, principios de oportunidad e impunidad asegurada para todos los autores de asesinatos y masacres, así como la recompensa de conservar capitales hasta de 11 mil millones de pesos obtenidos en sus dantescos crímenes de lesa humanidad. Tan grande es la ignominia, que hasta el expresidente Santos y sus favorecidos jefes farianos expresaron su oposición, sin lograr que el presidente desista de lo que califica como “la construcción de un camino pacífico”.
Asistimos al paroxismo de la política de deconstrucción, tan cacareada por la izquierda radical, que arrasará con la democracia y sus libertades, con la seguridad humana y la capacidad de producir y disfrutar de los bienes y servicios inherentes a una vida digna y a una sociedad pacífica. ¿Merecemos los colombianos los padecimientos que nos receta el autismo de nuestros gobernantes?
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