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viernes, 25 de octubre de 2024

Añoranzas

Carlos Ibáñez Muñoz
E
n el horizonte observo gigantes de cemento unos más altos y voluminosos que otros que obstruyen el paisaje de colores y el verdor de nuestras cordilleras. 

Ya no veo el hilillo de humo o fumarolas que se desprendían del techo de las casas campesinas, ni la estela de pájaros, canarios, periquitos, gaviotas, cotorras y loros que con gran algarabía en la puesta del sol regresaban a sus nidos a empollar a sus pichones, ni la luz en lontananza que alumbraban los portales de los ranchos campesinos, ni las luces mágicas que como ojos brillantes y parpadeantes salían como un chorro de las linternas que alumbraban el camino.

Ya no escucho ni veo a las luciérnagas, ni los grillos, ni las ranas que en los estanques y en la oscuridad nos proporcionaban conciertos de ruidos y luces destellantes que las manos tiernas de los niños deseaban atrapar: No veo los recitales eléctricos en el firmamento, que en las tardes de lluvias precedidas por el estruendo de los truenos que nos intimidaban y nos obligaban a buscar refugio en el alero de nuestra casa y en las enaguas de nuestra madre. Ya no oigo el ruido de los radios transistores que mezclaban ruidos, voces y lenguas como el pasaje bíblico que nos confundió con dialectos, no escucho la tertulia ni el tiple de los mayores alrededor de la cena, ni sus vozarrones, ni las leyendas de la llorona o del cura sin cabeza, o del jinete en caballo negro brioso que despedía candela por sus ojos a media noche. Todo eso que contemplaba y percibían mis sentidos de niño se esfumó, los fulmino el PROGRESO.

Solo observo al frente de mis ojos moles de hierro y cemento que atrapan a seres humanos en el aire suspendidos en gajos escalonados de gran altura; solo ventanales donde asoman ojos desorbitados escudriñadores de inquilinos que quisieran escapar del encierro donde en sus diminutas terrazas añoran la montaña sembrando dos o tres matas que riegan en las mañanas y les hablan con nostalgia.

Son almas en pena llenas de dolor e incertidumbre agobiadas por sobrevivir en medio del caos y del miedo luchando por el mendrugo diario. Seres despiadados insensibles al dolor de los demás y ausentes de civismo y solidaridad, absorbidos por el tecnicismo que los enmudece para darle paso a las falanges de los dedos que se comunican digitalmente haciéndolos ausentes e introspectivos en el hogar donde no cruzan palabras de amor y comprensión.

Y para completar hace rato se les perdió la luna, las estrellas y los serpeantes y fugaces luceros de colores que cruzan el espacio en las noches limpias,porque el chorro de luz ascendente de sus estatuas de hierro y masas de cemento eclipsó el firmamento. Añoro mi pasado y mi niñez y tratare de sobrevivir mientras regreso al campo de mis mayores.

CARLOS IBAÑEZ MUÑOZ desde el balcón de mis pensamientos. 

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