Por Gerardo Delgado Silva
Colombia
y el Gobierno Nacional que ha regentado Juan Manuel Santos, han entendido que
los difíciles caminos de la paz debían ser transitados con denuedo y decisión
imperturbables.
Es
decir, que la violencia es todo atentado o ataque promovido por los hombres
contra sus semejantes que se expresa con características más anti-humanas, más
perversas, más protervas, sádicas y repugnantes en la acción.
Para
comenzar, la conquista fue una masacre del Diablo en nombre de Dios. Nos pisotearon, vistieron, y enseñaron a
pecar: El robo y la vergüenza. Debemos
destacar la personalidad psicopática de los conquistadores.
En
Enero de 1492, se puso fin en Granada a una guerra de 700 años con los árabes. La guerra regresa al hombre a niveles
primitivos superados a duras penas, que en el fondo siguen actuando en la
conducta del hombre civilizado.
La
civilización ha privado al hombre de placeres atávicos como el crimen, el
incendio, el pillaje y la destrucción.
La guerra le devuelve ese placer.
La guerra invirtió los valores de la Nación Española, llamando hidalgos
a sus asociales y villanos a los hombres
simples que amaban la paz.
España
invadió en el Siglo XVI, a las tierras indígenas, los sometió por la fuerza o
el engaño, aniquiló poblaciones enteras, destruyó tesoros artísticos y
culturales, expropió a los nativos de
sus tierras y posesiones, y redujo a los sobrevivientes a una condición de
servidumbre y esclavitud.
Los
teóricos de la metrópoli, sentaron dos doctrinas para explicar y justificar la
Conquista. El Clérigo Juan Ginés de
Sepúlveda, estigmatizó a los indígenas considerándolos de una raza innatamente
inferior. Y escribió un tratado sobre
las Justas Causas de la Guerra contra los Indios. El sufrimiento infligido por la Conquista
debía interpretarse, - sostenía- , como el Justo Castigo de Dios a esos
idólatras que cometían pecados desde mucho tiempo atrás, y también para que más
fácilmente pudieran ser adoctrinados.
Francisco
de Vitoria, desde su Cátedra en la Universidad de Salamanca, tuvo que rechazar,
en 1539, el argumento de quienes decían que Dios había condenado a los indios a
la perdición por sus abominaciones y que los había entregado en manos de los
españoles, como entregó a los Cananeos, en mano de los Judíos.
En
igual sentido, se pronunció, Bartolomé
de las Casas, haciendo la condena apocalíptica de la codicia española sin
omitir la valorización de la humanidad de los indígenas. El Dominico Antón de Montesinos, emprendió una decidida “lucha por la
justicia”. Fray Toribio de Benavente, vio en el hallazgo de las minas de oro
mexicanas una obra de Satanás para despertar la codicia de los españoles.
Así
pues, es lícito, admitir que las huestes de los conquistadores estaban sobrecargadas
psicopáticamente, por el solo hecho de
ser emigrantes.
Esto
nos permite conjeturar la incidencia en unos colombianos que han asumido
actitudes políticas rencorosas, delictuales, la maldad misma, simplemente.
Los
protagonistas, los guerrilleros de antes y de ahora, que surgieron por la
violencia y el odio fratricida liberal – conservador. Y no pareciera tener límites el repertorio de
atrocidades solo posibles en una sociedad enferma.
Esas
atrocidades a que nos han venido acostumbrando las Farc, las han cometido en
nombre de una muy desdibujada – por no decir que inexistente – lucha por la
justicia, la igualdad y la democracia.
La guerrilla produjo hecho que bastarían para conmover a una Nación por
generaciones.
Empero,
el holocausto de la Patria, no ha sido obra solamente de las Farc, ahí están
los desalmados paramilitares, un monstruo de insignificancia y de odios que ha
dado muerte horrenda a tanta gente que produce escalofrío.
Están
en casi la mitad de los Municipios, con la siniestra política de masacrar
campesinos y sindicalistas acusándolos de ser “auxiliadores de la
guerrilla”. Cuenta con jefes conocidos y
un discurso en el cual mezclan el reconocimiento de crímenes de lesa humanidad
con justificaciones de extrema derecha.
Como las Farc, se han financiado con el narcotráfico.
En
este orden de ideas, el acuerdo entre el Gobierno y las Farc, acerca de la
creación de una “Jurisdicción Especial para la Paz”, acogiendo la idea “del Grupo de Nueva York”,
está entonando un Canto de Esperanza a la Vida, en consonancia con las
obligaciones del Derecho Internacional Humanitario. Revela una intensa preocupación por las
cuestiones permanentes del Hombre, pero no visto de modo abstracto, sino en
relación con los problemas de Nuestra Patria en este tiempo.
Este
gran paso, es la inauguración de una
nueva era de convivencia y progreso, para esta martirizada y querida
Colombia. Es hacer la luz en lo oculto
de la violencia que la ha rodeado.
Todo
es posible voluntad, realismo y decisión.
Esto es producto de la credibilidad política que ha logrado construir el
Presidente Santos.
Poco
despliegue recibieron esos abominables
genocidios en el gobierno del Señor Uribe, que contó con electores como Santiago
Uribe y su grupo paramilitar bautizado abominablemente como “los doce apóstoles” ; Jorge 40 y sus
secuaces. Genocidios llamados eufemísticamente “Falsos Positivos”.
Fue
el período en que se destruyó la democracia, se sofocó la libertad y se pisotearon
los Derechos Humanos.
Ahora,
se ha entendido el agotamiento de la guerra y existe en el Gobierno de Santos
el coraje y buena voluntad para ensayar otro camino.
Los
enemigos de la Paz como los integrantes del mal llamado Centro Democrático, que
cuenta con personajes como el primo y asesor, del más grande narcotraficante de
Colombia, Pablo Escobar Gaviria, el
parlamentario José Obdulio Gaviria. Esos
enemigos de la paz son plenamente conocidos en el País, algunos en altos
cargos, solo creen en la bomba y el fusil y se niegan a abandonar la violencia
y aún creen que las armas son el único instrumento para lograr cambios
políticos.
La guerra, como la quieren los enemigos
políticos, revela a las personalidades psicopáticas un mundo a su medida; de
ahí que sea imposible o muy difícil, que vuelvan con agrado al mundo de la
paz. Que Dios los ilumine. (Para bersoahoy.co sección de opinión)