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sábado, 6 de septiembre de 2014

Gloria eterna a Jairo Anibal Niño

                                                        Trafugario
Por: José Oscar Fajardo                                   
El 10 de septiembre se cumple un año más de la muerte de este gran escritor moniquireño nacido en mayo de 1941. Y como creador genial para las mentes tempranas de los niños de Colombia y del mundo, al igual que Hans Cristian Andersen en la bella Dinamarca de otrora, nadie ha podido reemplazarlos. Para celebrar este luctuoso pero histórico acontecimiento, los coterráneos suyos que supieron valorarlo, admirarlo y amarlo como el gran intelectual que fuera en su vida y para honor y gloria de la ciudad y del país, crearon un grupo de trabajo al que le dieron el nombre de Asociación la Cumbre, con objetivos realizables y claros y con propósitos muy bien demarcados. Así se vistió de fiesta cultural que con enormes réplicas de mariposas amarillas colgadas en las calles, parecían merodear al paso errabundo de Mauricio Babilonia. Como ya terminó, puedo decir que una fiesta de estas, pocas veces se ve porque fue un reinado majestuoso donde las Bellas Artes se tomaron no solamente las calles, los teatros, los auditorios y otros recintos, sino además los corazones de todas las gentes. Y las Bellas Artes tienen el mágico poder de la lámpara de Aladino de hacer olvidar los odios y auyentar las guerras y además, adornar con guirnaldas de colores los campos de la Paz.
No puedo pasar por alto, entre tantas otras cosas bellas, una exposición pictórica de un pintor oriundo de Corozal en el Departamento de Sucre, que con la magia del colorido y de sus pinceladas maestras, le dio vida a los sueños y a la historia de Colombia y de América, porque la obra del maestro Alfredo Vivero, ese es su nombre de pila, es un viaje constante a través de la historia indígena del continente entero. Son hombres, mujeres, animales, mitos, leyendas y paisajes alucinantes que se convierten en un poema indígena con trazos fuertes y colores mágicos. La métrica pictórica que contiene su obra, cuenta la leyenda perdida u olvidada de los pueblos  sufridos. Que no se deben dejar al garete en el pasado porque constituye nuestra historia, fantástica, narrada en los lienzos,  y que viaja en una máquina del tiempo para, de esta manera, alucinar nuestras mentes. También había exposición de cine y allí estaba mi amiga directora Carolina Muñoz con sus dos cortos metrajes en ristre. Había poetas y escritores y por allí también estaba yo con mi costal de escritos al hombro. Había declamadores y cantores y música de todos los géneros. Todo fue bello en esa bella villa.
Pero yo estaba muy desolado y a la vez sentía una envidia frustrante. Claro porque llevo más de quince años tratando por todos los medios  de hacer un encuentro nacional de escritores como éste, y no he podido lograrlo. Siempre me ponen cortapisas y me atraviesan un palo en la rueda. Por eso nunca he podido montar en el caballo de Troya para generar cambios culturales que tanto le hacen falta a El manicomio más grande del mundo, hoy conocida en los predios internacionales como Crazy Port. Siempre me replican que, “para eso no hay plata”, como si escribir literatura fuera delincuencia social y como si las Bellas Artes fueran una sinvegüencería de vicio y corrupción de la que a toda costa hay que proteger a los muchachos. Que horror. La última vez que me vi con Fernando Soto Aparicio, con Jesús Stapper, con José Luis Díaz Granados y otros, les dije que de este año no pasaba pero ahora me da “oso” con ellos porque sin lugar a dudas, este año volví a irme en volqueta. Con el rabo entre las piernas como si cultivar el Arte fuera corromper la gente y como si los escritores olieran a aceite de bacalao. Eso es Paz.

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