Trafugario
Por: José Oscar Fajardo
El 10 de septiembre se cumple
un año más de la muerte de este gran escritor moniquireño nacido en mayo de
1941. Y como creador genial para las mentes tempranas de los niños de Colombia
y del mundo, al igual que Hans Cristian Andersen en la bella Dinamarca de
otrora, nadie ha podido reemplazarlos. Para celebrar este luctuoso pero
histórico acontecimiento, los coterráneos suyos que supieron valorarlo,
admirarlo y amarlo como el gran intelectual que fuera en su vida y para honor y
gloria de la ciudad y del país, crearon un grupo de trabajo al que le dieron el
nombre de Asociación la Cumbre, con objetivos realizables y claros y con
propósitos muy bien demarcados. Así se vistió de fiesta cultural que con
enormes réplicas de mariposas amarillas colgadas en las calles, parecían
merodear al paso errabundo de Mauricio Babilonia. Como ya terminó, puedo decir
que una fiesta de estas, pocas veces se ve porque fue un reinado majestuoso
donde las Bellas Artes se tomaron no solamente las calles, los teatros, los
auditorios y otros recintos, sino además los corazones de todas las gentes. Y
las Bellas Artes tienen el mágico poder de la lámpara de Aladino de hacer olvidar
los odios y auyentar las guerras y además, adornar con guirnaldas de colores
los campos de la Paz.
No puedo pasar por alto, entre
tantas otras cosas bellas, una exposición pictórica de un pintor oriundo de
Corozal en el Departamento de Sucre, que con la magia del colorido y de sus
pinceladas maestras, le dio vida a los sueños y a la historia de Colombia y de
América, porque la obra del maestro Alfredo Vivero, ese es su nombre de pila,
es un viaje constante a través de la historia indígena del continente entero. Son
hombres, mujeres, animales, mitos, leyendas y paisajes alucinantes que se
convierten en un poema indígena con trazos fuertes y colores mágicos. La
métrica pictórica que contiene su obra, cuenta la leyenda perdida u olvidada de
los pueblos sufridos. Que no se deben
dejar al garete en el pasado porque constituye nuestra historia, fantástica,
narrada en los lienzos, y que viaja en
una máquina del tiempo para, de esta manera, alucinar nuestras mentes. También
había exposición de cine y allí estaba mi amiga directora Carolina Muñoz con
sus dos cortos metrajes en ristre. Había poetas y escritores y por allí también
estaba yo con mi costal de escritos al hombro. Había declamadores y cantores y
música de todos los géneros. Todo fue bello en esa bella villa.
Pero yo estaba muy desolado y
a la vez sentía una envidia frustrante. Claro porque llevo más de quince años
tratando por todos los medios de hacer
un encuentro nacional de escritores como éste, y no he podido lograrlo. Siempre
me ponen cortapisas y me atraviesan un palo en la rueda. Por eso nunca he
podido montar en el caballo de Troya para generar cambios culturales que tanto
le hacen falta a El manicomio más grande del mundo, hoy conocida en los predios
internacionales como Crazy Port. Siempre me replican que, “para eso no hay
plata”, como si escribir literatura fuera delincuencia social y como si las
Bellas Artes fueran una sinvegüencería de vicio y corrupción de la que a toda
costa hay que proteger a los muchachos. Que horror. La última vez que me vi con
Fernando Soto Aparicio, con Jesús Stapper, con José Luis Díaz Granados y otros,
les dije que de este año no pasaba pero ahora me da “oso” con ellos porque sin
lugar a dudas, este año volví a irme en volqueta. Con el rabo entre las piernas
como si cultivar el Arte fuera corromper la gente y como si los escritores
olieran a aceite de bacalao. Eso es Paz.
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