Fuente: elespectador.com
Colomnista de elespectador
“HACE POCO, EL ETERNO SENADOR por el Magdalena denunció el intenso mercado de votos en el litoral y la inminente llegada de representantes de la mafia al Capitolio. Lo que aún no ha dicho es si llegaron o no, y si llegaron cuáles son…”.
La cita no es de la actual camada legislativa con 65 legisladores procesados por nexos con paramilitares. Ni se refiere al vaticinio de Mancuso, quien en 2002 dijo que las Auc tenían un tercio de las curules del Congreso. Y no es de mediados de los noventa, cuando el Proceso 8.000 llevó a poco menos de 30 congresistas a la picota por recibir generosas donaciones del cartel de los Rodríguez Orejuela.
La frase es de Klim, el gran humorista político que durante medio siglo atacó con sus inteligentes burlas los eternos males patrios, y fue publicada en El Espectador en 1979. Estaba escandalizado por la infiltración de dineros de los barones de la marihuana en las elecciones de 1978 que acababan de pasar.
Treinta y dos años y ocho elecciones parlamentarias después, la historia se repite, pero en progresión geométrica hacia el infierno. Hoy son más los involucrados y su descaro es mayor. ¿Hay algún político condenado que haya demostrado arrepentimiento porque su avaricia ha dejado a su pueblo en ruinas? Ninguno. Votebien.com acaba de publicar un vergonzoso cuadro de pobreza y corrupción: Chocó, 48% en indigencia; Sucre, 70% en pobreza; Caquetá, 62%; Huila, 60%; Santander con 78 puntos en el índice de corrupción de Transparencia, el más alto del país… ¿Hay alguna campaña que haya asumido la responsabilidad de semejante vergüenza? Nada.
Miren el caso del ex representante por Caquetá Luis Fernando Almario, campante aspirante a la Cámara por el PIN: salpicado hace 15 años por el 8.000 y señalado por paramilitares desmovilizados de haberse reunido con Macaco, está en juicio, acusado de complicidad con las Farc en la masacre de los Turbay Cote. No está condenado, es cierto, y por tanto se debe presumir su inocencia. Pero ante semejante trayectoria, y los gravísimos cargos que se le imputan, no debería estar libre y feliz haciendo campaña. Pero nadie se lo ha impedido, ni Corte Suprema, ni Consejo Nacional Electoral, ni el partido. Nadie.
Hay muchos otros casos igualmente sórdidos. Decenas de parapolíticos en cada departamento de Colombia buscan preservar el aparato que les permitió delinquir candidatizando ahora a parientes y amigos, pero las denuncias resbalan como gotas al mar.
Peor aún. Tanto destape hace que los ciudadanos independientes miremos la política con asco y prefiramos no participar. Y así les dejamos el espacio a los corruptos de siempre, los que se lucran de la miseria que han ayudado a construir. Para ellos, los votos son boletas baratas para una lotería muy lucrativa. “Cuestan apenas cien mil pesos por el combo Cámara-Senado en Cartagena”, denunció esta semana un candidato.
Romper este círculo vicioso exige taparse la nariz y escarbar entre la basura hasta escoger a un justo que nos represente bien. La matemática es simple: si votáramos los casi 30 millones que podemos hacerlo, y no sólo los 10 u 11 millones que participan, ganaríamos los libres. Pero la realidad es más complicada. Es más probable que entre la indecencia de los malos y la indiferencia de los buenos, este 14 marzo repitamos la historia y nos pasemos el siguiente cuatrienio preguntándonos, como Klim en 1979, cuántos representantes de las mafias llegaron al Capitolio.