Es
tanta la importancia de la justicia, que hasta la monarquía teocrática le rinde
homenaje y le paga tributo desde los más antiguos tiempos. “El rey que castigue a los inocentes y deje
impunes a los culpables – dice el código de Manú - , se cubre de la mayor
ignominia y va al infierno”. Y cuenta la
Biblia que Salomón cuando Dios le dijo: “Pide lo que quieres que yo te dé”,
contestó: “Da, pues, a tu siervo corazón dócil para juzgar a tu pueblo, para
entender entre lo bueno y lo malo”.
Heródoto refiere el caso de Deioces, que llegó a ser rey de los medos
por la rectitud de sus fallos.
Y
es que indubitablemente, la justicia consiste en aplicarla interpretando
fielmente su letra, con arreglo al sentido moral que constituye su
espíritu. Por eso toda la justicia
reposa en los principios éticos de carácter fundamental, que contiene la
Constitución, y que fijan al Derecho su verdadero sentido.
Es
que tenemos que tener fe en la justicia, en los Magistrados que la representan,
porque de no ser así, más próximo estaría el abismo insondable que nos amenaza
desde los vendavales injuriosos del anterior presidente contra la
Administración de Justicia.
Desde
esa época, surgió la ignominia del Señor Uribe Vélez, con sus furias propias
del haberno, vejando, y conspirando abiertamente contra la justicia, que fue
para los griegos un regalo inapreciable de los dioses.
Clasificada
por Radbruch, entre los valores absolutos, como el bien, la verdad, la belleza.
Escandalosas
y paranoicas manifestaciones de inconformidad del Señor Senador Uribe Vélez, en
contra de la Corte Suprema de Justicia, por las sentencias condenatorias contra
los Ex – ministros Sabas Pretelt y Diego Palacios, como también contra el ex –secretario Alberto Velázquez por los
delitos de cohecho que condujeron a su re- elección presidencial en el año
2006. Sentencias indubitablemente
proferidas con sujeción al Imperio inexcusable de nuestro orden jurídico. Fundadas esas sentencias en los preceptos
básicos, sobre los cuales se asientan los principios del bien, del derecho, y
de la justicia en nuestra patria, de
acuerdo con el sentido moral vigente, esto es, tal como los concibe la
conciencia social del pueblo y los expresa, con mandato el legislador. Cuando un ciudadano viola esos preceptos
legales, sobreviene la reacción del Estado, osea, la sanción.
Maggiori
nos dice que: “la lucha contra la delincuencia es lucha por el mantenimiento de
las condiciones de la vida civilizada y por la promoción de una moral más
alta”, “aquel súmmum bonum que es el fin
último de la convivencia humana”.
Ese
turbión ominoso contra la justicia, evoca la ignominia que viene desde su
gobierno y refleja con acusadora precisión el aquerenciamiento con tantos
delincuentes, - Jorge 40, quien conformó con sus numerosos paramilitares, lo
que denominó como comandos electorales
-, un suceso sin órbita. Ahí están los
genocidios, llamados eufemísticamente “falsos positivos”.
Estas
escandalosas y paranoicas manifestaciones del Senador Uribe, son un
febricitante vértigo de culpa, porque no entiende, ni quiere entender, ni puede
entender, el respeto que se debe al Estado Social de Derecho, cuya protección
pacífica corresponde a los jueces, la esencia misma de la Democracia. Una de las más tristes tragedias de la
Patria.
La
historia nos ha demostrado plenamente, que la peor desgracia que puede
acontecerle a un pueblo, es no respetar la administración de justicia, que
entre nosotros es impartida por los jueces en nombre de la República, y por
autoridad de la Ley. La más sublime de
todas las dignidades, que puede tener el ser humano.
Quiere
el Señor Uribe Vélez sacralizar las prácticas degradantes y repugnantes de
quienes fueron sus funcionarios evidentemente corruptos, declarándolos víctimas
inocentes de una conspiración de la justicia, y concretamente de la Corte
Suprema. Ha inaugurado el Señor Senador,
la nueva edad de la mentira. Cree
malintencionadamente que con afrentar a jueces, magistrados y fiscales,
soluciona el problema delictual de sus electores parapolíticos que ya están
sentenciados y de sus subalternos sin principios, que conmoverá a la Nación por
generaciones.
Es
fácil explicar esta clase de iniquidades contra nuestra administración de
justicia. Bien se advierte que al
ignorar el don de la justicia, sin controlar su ira y desmesura y porque no
está a su alcance jurídico, el Senador Uribe no podía, ni puede analizar el
acervo probatorio de los procesos en forma racional o discursiva, es decir, con
una actividad lógica y dialéctica, como lo haría un jurista, sino desviando su
significación como lo hacen los rábulas del derecho.
Episodio
como los otros, de desprecio por el país y la democracia. Imposible de concebir en otros tiempos. Aquellos de Uribe Uribe, Herrera, Eduardo
Santos, Darío Echandía, Alfonso López, Gaitán, los dos Lleras, que en medio de
la tempestad mostrando su hombría de bien y nutrieron con la savia ideológica
de su pensamiento el discurrir histórico de la nació. Fueron sin lugar a duda guardianes insomnes
de la moral pública y la justicia.
¿Es
una causa noble que inspira al Senador?, Jamás.
Una causa noble no puede por definición amparar comportamientos
indignos.
Como
se vé, en el gobierno del Señor Uribe se le dio cumplimiento a la sentencia de
los romanos: “ La corrupción es lo mejor
de lo peor”.
Ante la avilantez del Senador Uribe, el Doctor
Jaime Arrubla quien fuera brillantísimo Magistrado y Presidente de la Corte Suprema en el año 2010, expresó ante el acontecer de estos días, del Senador Uribe contra la Corte: “Es una infamia”.