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domingo, 31 de marzo de 2013

Una fortaleza perdida en la Costa Atlántica

      Santa Marta: La muerte de otro fuerte
                                               Por: Alejandro Arias 
 alejandroarias@dialnet.net.co
Reseñó el historiador samario Alvaro Ospina Valiente al citar el libro “Piratas en Santa Marta”, del también historiador samario Arturo Bermúdez, que mientras las otras ciudades de la región prosperaban, Santa Marta veía cómo las flotas de galeones se alejaban de su puerto debido a que los ataques de los piratas se repetían con frecuencia y su población disminuía.
Que en el año de 1543 Santa Marta fue atacada por el pirata francés Roberto Ball y las tomas continuaron en los años sucesivos de suerte que en 37 años, entre 1655 y 1692, la ciudad fue atacada y quemada en diecinueve ocasiones por los piratas lo que obligó a las autoridades españolas a construir, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, seis fuertes y dos veladeros para resguardar la ciudad.
Fueron éstos los fuertes de San Juan y San Vicente en Santa Bárbara, Nuestra Señora de la Caridad en Punta Betín, San Antonio y Punta de Lipe en San Fernando y El Morro, además de los veladeros de San José y cerro de la Pedrera.
San Fernando
Por su parte, la obra de investigación de Jimena Montaña Cuéllar, publicado por la Biblioteca Luis Ángel Arango, nos enseña que Santa Marta desde su fundación se convirtió en el punto de partida de las expediciones hacia el interior remontando el Gran Río de la Magdalena. Fue también sede militar y de allí salían los ejércitos encargados de la ´pacificación de los aborígenes´. La amistad con los indígenas duró bastante poco y se desencadenó la matanza y destrucción de las ciudades originales.
Lo que obligó al gobernador Juan Beltrán de Caicedo, según Montaña Cuellar, en las primeras décadas del siglo XVIII, a pesar de una aparente paz, a construir una fortaleza en las estribaciones del cerro sur que bautizó San Fernando, en honor al futuro Rey Fernando VI. En principio fue una plataforma con parapeto (voladizo para proteger el pecho de los soldados) y cuatro cañones que disparaban a ras. Con esto se lograba un cierre inconcluso del sur de la bahía y se taponaba el ingreso en caso de desembarco.
Jimena continúa enseñándonos que en 1743 el gobernador Don Juan de Aristegui encontró las fortalezas de la ciudad imposibilitadas para detener realmente cualquier ataque y solicitó ayuda al virrey de Cartagena. Éste, por orden del Rey Felipe V, envió al ingeniero militar Antonio de Arévalo quien recomendó, luego de hacer un sondeo y plano de la bahía, reforzar las construcciones que ya había y mejorar San Fernando, atronerando el sector oeste y emplazando siete cañones. Además de construir una vigía en la cima del monte con una pequeña batería, que fue revelada luego por el siguiente ingeniero militar, Miguel Hernández.
Publicaciones éstas hicieron que las visitas al Fuerte de San Fernando fueran emocionantes máxime cuando la magia de su arquitectura, cerca al mar, generaba un embrujo especial. Fuerte que hace cinco años se veía así:  Ampliación

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