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lunes, 21 de noviembre de 2016

AVIESO RETORNO DE HITLER

                             Por Gerardo Delgado Silva
Los hechos atestiguan que la personalidad de Hitler, fue la clave tanto del asombroso establecimiento como del colapso aún más asombroso de la efímera dominación por parte del TERCER REICH alemán sobre el resto de la península europea del continente asiático.  Esta esclavización temporal de Europa por Alemania fue obra personal de Hitler; y la rápida perdida de sus conquistas – que fue aún más extraordinaria que su rápida adquisición - se debió a la incapacidad personal de Hitler para recolectar en favor de Alemania una cosecha que había madurado.
De hecho, Hitler tenía una mente corriente, era un tipo vulgar, con las dotes estrechamente circunscritas del demagogo y del trapacero; y cuando esas dotes pusieron en sus manos un imperio, no le sirvieron para decirle que era lo que tenía que hacer con él.
Cuando el fascismo llegó al poder la mayoría de la gente se hallaba desprevenida tanto desde el punto de vista práctico como teórico.  Era incapaz de creer que el hombre llegara a mostrar tamaña propensión al mal, un apetito al poder, semejante desprecio por los derechos de los débiles o parecido anhelo de sumisión.
Tan solo unos pocos se habían percatado de ese sordo retumbar del volcán que precede a la erupción. Freud, nos enseñó a comprender las irracionalidades de la conducta humana. Descubrió que tales irracionalidades y del mismo modo toda la estructura del carácter de un individuo, constituían reacciones frente a las influencias ejercidas por el mundo exterior y, en modo especial, frente a las experimentadas durante la primera infancia.
El amor al poderoso y el odio al débil, tan típicos del carácter sadomasoquista, explican gran parte de la acción política de Hitler y sus adeptos.
En su definición del idealismo Hitler expresa con toda claridad: “Solamente el idealismo conduce a los hombres al reconocimiento voluntario del privilegio de la fuerza y el poder, transformándolos así en una partícula de aquel orden que constituye todo el universo y le da forma”.
El estado Nazi se organizó sobre la base de la existencia de un partido único.  Para pertenecer a él se requería ser ario puro, esto es, no tener ningún antepasado judío, y sus miembros debían obedecer ciegamente las órdenes del “fûlher” o conductor, que no tenía que dar cuenta de sus actos a nadie.  Dos organizaciones militarizadas de fuerzas de asalto – las S.S. y las S.A. – constituían su base efectiva, a la que complementaba eficazmente una policía política, la Gestapo, cuya misión era suprimir toda suerte de oposición.
Todas las actividades quedaron bajo la dirección del estado y se suprimió totalmente la libertad de palabra y de prensa.
La posibilidad de resistencia quedó anulada y la marcha hacia la unanimidad de la opinión pública fue acelerándose.  Los campos de concentración y las cárceles comenzaron a reunir a los que no querían convencerse rápidamente de la bondad del régimen.
En 1938 comenzó a demostrar que tenía aspiraciones territoriales en Europa: realizó la anexión de Austria y amenazó a Checoslovaquia, donde la minoría Alemana de los sudetes parecía justificar sus pretensiones.
La suerte estaba echada, y pocos días más tarde Europa se vería envuelta en una nueva conflagración mundial.
La elección en Estados Unidos del Señor Trump, es como si Hitler siguiera teniendo una aterradora actualidad.  Es un repugnante mensajero de ese régimen, que puede – Dios no lo permita – llevar a ese estado y al mundo entero a una catástrofe total.
Ha llegado el momento de combatir contra el terror “Nazi”, contra el dolor y la muerte, de que el mundo muestre su valor o cobardía, su dignidad o su vileza, su grandeza o su miseria.
Esta elección del Señor Trump, es más aterradora para el mundo, que el dramático calentamiento global.
Lo que caracteriza al Estado de Derecho – al que aspira toda organización política de tipo constitucional, y muy especialmente la republicano-democrática -, es la sujeción de toda actividad gubernativa al imperio inexcusable de un determinado orden jurídico. 
Toda facultad de carácter discrecional es, por su naturaleza, antisocial y antijurídica.  El ejercicio de cualquier autoridad debe mantenerse estrictamente dentro de un ámbito fijado de antemano por la Constitución y por la Ley.  Sólo la Ley puede obligar a las personas, a hacer determinadas cosas, o privarlas de hacer lo que ellas deseen.  El Señor Donald Trump, se considera – tal vez por el incontable dinero que posee – un amo irascible, que fuera de toda la Ley, quiere aplastar a los Latinos y hacer que caigan de rodillas. ¿No es éste el propósito del muro que pretende levantar, y aislarse de América Latina?
Marshall, el gran Presidente de la Suprema Corte de los Estados Unidos, decía en uno de sus famosos fallos: “El gobierno de los Estados Unidos es el de las leyes y no el de los hombres, y cesaría de merecer tal denominación si las leyes no establecen un remedio contra las violaciones de los derechos reconocidos”.
La declaración de independencia, hecha por el Congreso de Filadelfia, en 1776, fue precedida en algunos días por la declaración de Derechos del Hombre del estado de Virginia, cuyos principios fundamentales reitera.
Esto lo ignora el Señor Trump, quien desconoce también supinamente el derecho penal, cuando considera delincuentes a los latinos, que viven en Estados Unidos.  Siendo indispensable que exista un acto o conducta humana que puedan ser subsumidos bajo un tipo de delito expresamente previsto, con anterioridad a su realización en una norma penal.
El Señor Trump, se apresta a un gobierno de brutalidad burocrática organizada por el totalitarismo contemporáneo, para conseguir la alienación de las masas que no pueden si no perder su albedrío, anulando todo intento de libertad individual.  Nadie puede tener ideas propias. El poder será tenebroso, gigantesco, invencible.  Por manera pues, que conspira el Señor Trump abiertamente contra los latinos que viven en Estados Unidos, con la escandalosa manifestación de deportarlos.
Al hacerlo, presenta al mundo un espejo donde muchas contradicciones y aberraciones del hombre moderno se reflejan con acusadora precisión. Se hacen explícitos los lazos que lo unen con el totalitarismo contemporáneo.
El Doctor Hector Abad Faciolince, en columna intitulada “Democracia y demagogos”, del domingo 23 de octubre de 2016, cuando aún no había sido elegido el Señor Trump expresa: “Que un personaje repugnante como el haya sobrevivido a sus mentiras, al manoseo y abuso contra decenas de mujeres, a la evasión de impuestos, a las muestras abiertas de racismo, a su ego deforme de megalómano, demuestra que hay un gran malestar en la democracia más importante del mundo.
Por todo ello, el director de Human Rigths, que vela por el respeto a los derechos humanos, manifestó: “La elección de Donald Trump constituye una enorme tragedia…”.
                                                            Escrrito para sección edditorial de    http://www.bersoahoy.co

viernes, 11 de septiembre de 2015

La Ruindad de Trump

                        Por Gerardo Delgado Silva
Su ignorancia, hace que sintamos nostalgia por el hombre de Cro - magnon, que no tuvo pensamientos de segunda intención.  Escuchando a Trump, se siente nostalgia por los primates.  Dizque es diplomático, un oficio de vanidad, que le ha permitido fingir que ignora el mal y asume así la responsabilidad de él.
Él sabe, que para conseguir la alienación de las masas bastará con controlar sus necesidades y sus motivaciones, bastará con fomentar y controlar su conciencia consumidora.  Es la brutalidad burocráticos del Fascismo, un mundo masificado en el que la corrupción del lenguaje y la evidencia puede conseguirse por el terror.
Es imposible frente a este monstruo Trump, no recordar a George Washington, primer presidente de los Estados Unidos, que después de haberla liberado, dio a su nación las pautas democráticas por las que ésta se rigió entre las más poderosas del mundo.
Debemos evocar que, Inglaterra había dado el ejemplo y señalado el camino institucional de la libertad por medio de sus Declaraciones de Derechos.
Primero, la Carta Magna, concedida por el Rey ante la exigencia de los señores feudales (1215).  Después, la Petición de Derechos (1628), emanada del Parlamento, que era una ratificación de la anterior, conservando todavía las antiguas formas contractuales de “Carta Medieval”.  Luego, el Habeas Corpus  y el Bill de Derechos, (1869), ya con formas modernas de Ley, en las que el Parlamento afirma su carácter de poder legislativo; y por último, el Acta de Establecimiento(1701), en la que se consolida la soberanía parlamentaria, señala la trayectoria de la Evolución Constitucional  Inglesa en esa materia.
Los emigrantes ingleses llevaron consigo a América del Norte, el espíritu de estas instituciones y el impulso transformador y evolucionista, de tal manera que cuando ese impulso se detuvo en Europa, continuó desarrollándose en América. 
Ya los padres peregrinos, que llegaron a Nueva Inglaterra en 1620 en el Barco May Flower, empezaron por acordar, durante el viaje, algunos de los principios fundamentales de la dignidad y de la libertad individual.  Entonces se llevó a cabo, sin dificultad, la Declaración completa y definitiva de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en Virginia, en el año de 1776.
Francia que había aportado a esta evolución institucional sajona, el estímulo de sus inquietudes culturales y la audacia innovadora de sus pensadores políticos, filósofos y economistas, adoptó el sistema anglosajón, y mediante su célebre Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, dio universalidad y comunicó fervor revolucionario a los principios de la Declaración de Virginia.
La Declaración Francesa planteó al mundo el problema jurídico de la libertad de un modo definitivo.  Lo incorporó a la vida institucional de todos los países civilizados y  cultos, y pasando sobre todas las vicisitudes, lo impuso como el triunfo del espíritu contemporáneo.
Todas las constituciones  del Siglo XIX, están impregnadas de ese espíritu.  Es el saldo que deja la evolución de la cultura europea, encaminada desde los albores del Renacimiento, a exaltar la personalidad humana y asegurarle sus derechos.
Todo esto lo ignora el Señor Trump. 
Ahora bien, este Señor Trump, conspira abiertamente contra los latinoamericanos, con escandalosas manifestaciones que no entiende, ni quiere entender, ni tiene, tampoco, porque entender.
Aboga por instituciones drásticas, rápidas y rígidas para deportar latinoamericanos de Estados Unidos, dizque por traficantes, pretendiendo insensata y estólidamente que se puede juzgar a los hombres sin leyes.  Somos precisamente los latinoamericanos quienes hemos padecido la insolencia de algunos narcotraficantes, fundidos en abrazo fraterno con algunos norteamericanos.
Y en otra actitud pedestre, resolvió con infinita ruindad, ultrajar a América Latina, refiriéndose a los inmigrantes mexicanos como “criminales”, y “narcotraficantes”.  Sus frases en sí, envuelven la intención injuriosa y calumniosa, esto es, que vulneran o lesionan la integridad o el patrimonio moral de esas personas, y constituyen una aguda injusticia, que invita por el solo enunciado al más franco rechazo, un despertar del alma colectiva, un revelarnos contra la infamia.
Tenemos la sensación de que el Señor Trump, no conoce a Colombia, como tampoco a México y repitamos a América Latina, pues los primeros en advertir los peligros que vituperablemente nos amenazan, los abismos insondables que estamos orillando, somos indubitablemente nosotros.  Como dijo Maritain: “… Vale más cansarse por el bien, que ser abatido por el mal…”.
Para terminar, evidentemente, y no se necesita ser psiquiatra, no hay duda alguna de la psicopatía, ignorancia y brutalidad de Trump, pues ante la denuncia de su esposa, por acceso carnal violento, se limitó a decir: “… en el matrimonio no existe ese delito…”.

¿ Estados Unidos no ha advertido el abismo insondable en que caería el mundo y concretamente el pueblo latino con su gente de bien que es infinita mayoría, si el candidato Trump es elegido presidente?.  Para todos sus habitantes ha llegado el momento de combatir y la pusilanimidad de ese monstruoso candidato, de mostrar como pueblo norteamericano su valor o cobardía, su dignidad o su vileza, su grandeza o su miseria.

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