Por Daniel Coronell
Fuente: Revista Semana.com
El elocuente aplauso que siguió al anuncio de inconstitucionalidad del referendo reeleccionista tuvo la virtud de retratar el ánimo nacional
Sábado 27 Febrero 2010
Sonó como un despertador en el oído de los colombianos. La decisión de la Corte Constitucional que le cerró el camino a la perpetuación personal en el poder es el primer paso hacia la madurez y la sensatez política de un país largamente extraviado. Perdido entre los entusiasmos del pacifismo sin condiciones y el guerrerismo arrasador del todo vale.
El elocuente aplauso que siguió al anuncio de inconstitucionalidad del referendo reeleccionista tuvo la virtud de retratar el ánimo nacional.
Muchos uribistas compartieron con sus contradictores el alivio por la recuperación de las normas. El aire providencial con que la popularidad va envolviendo a un líder no puede reemplazar el imperio de la ley. Por lo menos, no en una democracia.
Los que vaticinaban el desplome nacional por cuenta de la sensata decisión de la Corte Constitucional se han encontrado con una realidad bien distinta. Los colombianos recibieron con tranquilidad la decisión, tranquilidad marcada en unos casos por la resignación y en otros por el júbilo.
No hubo una sola manifestación de violencia. De la mano del reconocimiento de la ley, se ha empezado a recuperar también la tolerancia.
Colombia gana, y gana mucho, con la decisión de la Corte que devuelve la confianza en la democracia y en el contrapeso de los poderes institucionales.
Gana la justicia en su conjunto y en especial la Corte Constitucional. Los magistrados dieron un ejemplo enorme de serenidad y análisis juicioso de la fallida iniciativa a la luz de la Constitución.
Sin altisonancias, la Corte habló de los vicios de ese referendo que arrancó de una redacción confusa y pasó por una financiación tramposa (con DMG incluida) y aportes de contratistas de obras públicas a través de una fundación paralela.
La determinación deja claro también -y ojalá para siempre- que las mayorías parlamentarias no están por encima de las normas. Las aplanadoras políticas no pueden actuar más allá de los límites de la ley.
Gana también la prensa independiente. Fueron unos pocos reporteros -que no llegan a 10- quienes descubrieron la cadena de irregularidades que marcó la iniciativa. Hoy por fin tienen sentido, los días y las noches que ellos pasaron buscando la inconsistencia contable aquí y el aporte oculto allá.
Gana también un grupo de congresistas de oposición que se mantuvo firme ante los halagos del poder y defendió el interés de Colombia arriesgando, en algunos casos, su tranquilidad y su futuro.
Un reconocimiento especial merece el representante a la Cámara Germán Navas Talero, quien con la Constitución y los códigos en la mano anticipó, casi punto por punto, lo que finalmente pasaría en la Corte.
Ganan todos los candidatos, incluidos los uribistas. Solo ahora se puede hablar de una contienda equitativa y democrática.
Gana Juan Manuel Santos, aunque tuvo que tomarse varias horas para controlar la risa de satisfacción, antes de salir a reaccionar en público.
Pierden, en cambio, pocos.
Pierden el mesianismo, el miedo, la deshonestidad y la arrogancia.
Pierde el procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez, quien en medio de su sumisión al poder, presentó un concepto que se graduó con honores como rey de burlas del mundo jurídico. Su bendición a las trampas no prosperó, pero sí desnudó la capacidad que tiene para forzar el derecho hasta convertirlo en la expresión de sus conveniencias.
Pierde Rodrigo Rivera. Fue enemigo de la primera reelección y amigo de la segunda. Perdió en ambas.
Pierde Fabio Valencia Cossio. El hundimiento del referendo, tramitado a trancas y a mochas por él, es buen colofón de una larga vida política marcada por la marrullería y el clientelismo.
Pierde José Obdulio Gaviria, profeta de hecatombes que no llegaron porque este país es más inteligente de lo que él creyó, cuando quiso vendernos la necesidad de una dictadura chavista, cargada a la derecha.
Y pierde también Luis Guillermo Giraldo… Aunque quién sabe. Mejor esperar a que le hagan un arqueo.