CALDO DE PAPA EN COLOMBIA
Esta semana que pasó se estaban celebrando en Colombia las bodas de plata, o dicho de otro modo, los 25 años de la visita del Santo Padre Juan Pablo II al país del Sagrado Corazón. Entre otras cosas era la segunda visita papal porque la primera la había realizado su Santidad Paulo VI por allá en el año de 1966.
Juan Pablo II |
Pero yo no me quedo con las ganas de contar es que en ese entonces era estudiante de Comunicación Social, es decir ya había pasado por las tablas de la ingeniería en la Universidad Industrial de Santander donde no era rezandero y más bien izquierdoso, sobre todo en ésa época en que estaba de moda ser marxista-leninista, de la línea de Mao los moirosos, así les decíamos a los del Moir, y los mamertos de la línea Moscú. Pero yo estoy hablando es de la visita de Karol Wojtila alias Juan Pablo II, en 1986, porque tuve una bella experiencia y guardo gratos recuerdos de ella. Primero que todo debo contarles, y eso sí con harto orgullo, que fui delegado por la Universidad Autónoma de Bucaramanga, donde estudiaba, como auxiliar de prensa internacional. Lo mismo les ocurrió a Sonia Díaz Mantilla, a Carlos Alirio Ibarra Peñaloza, y a una pelada de ojos verdes, muy linda, quien por no ser contemporánea de nosotros académicamente, o sea del mismo semestre, no recuerdo su nombre. Con Carlos Ibarra, Choco, ese era su apodo por lo morado de su raza, apócope de chocolate, éramos bastante “llaverías” y muchas cosas las hacíamos en “socia” y por eso mismo nos pasaron tantas vainas. Pero estar al lado del Santo Padre no era cosa sencilla por la seguridad del tipo. Primero que todo nos reseñaron con las huellas de patas y manos como si fuéramos cuadrumanos, en el DAS, eso sí antes de las chuzadas, en la Policía Nacional y en la Quinta Brigada. Mejor dicho quedamos “pior” que “Chupeta”.
Para los efectos de sabernos comportar en presencia o cerca del Santo Padre, recibimos un entrenamiento juicioso y minucioso durante quince días en el Club del Comercio de Bucaramanga, y como el primer día fue con coctel, se nos iban pasando los tragos y terminamos con Choco y otros fue haciendo un análisis dialectico-materialista de la visita del papa. Por supuesto que los militares nos miraban que nos tragaban. Al comandante de la Quinta Brigada de esa época, no recuerdo su nombre y si lo recordara no lo decía, le pasó un chasco que el militar yo creo que todavía no lo ha olvidado. Resulta que el Papa tenía un anillo de seguridad, ya en el, digamos templete, localizado en el antiguo aeropuerto Gómez Niño. Lo más cerca al cura que podíamos estar los “reseñados”, los periodistas y los personajes de alto turmequé, era a unos cuatro metros aproximadamente, y el militar quiso pasar el cerco de golpe para ir a saludar al Santo. Pero un mastodonte como de dos metros de alto como por uno de ancho le metió un empujón que por poco queda enterrado de culo donde cayó. Después supimos que era un cinturón negro décimo dan, especializado en todo tipo de armas y defensa, jefe de seguridad del Santo Papa.
Nosotros con choco nos hicimos amigos de un cura holandés que medía como cuarenta metros de alto, que no chistaba ni siquiera una palabra en Español, y de un cura italiano que parecía una caneca de aseo con rodachines porque no media arriba de uno con cincuenta, y que en cambio sí tenía una circunferencia como de tres metros. Les dimos unas botellitas de Aguardiente Superior que donó la licorera para que lo probaran, y como a las cinco de la tarde estaban en un perrón que volaban, jartos como unas yeguas, y el cura holandés le vomitó la cabeza al cura italiano pero sin culpa por lo pequeñito. El cura italiano hablaba perfecto el Español y le “arrió” como cien millones de veces la madre al cura holandés que se quedó dormido en las escaleras del coliseo. Si les contara todo lo que pasó ese día.