Por Gerardo Delgado Silva
De acuerdo con el elevadísimo
criterio de Norberto Bobbio, la
conquista más importante del Siglo XX, fue el reconocimiento universal de los
Derechos Humanos, como Derechos del individuo.
Inglaterra había dado el
ejemplo y señalado el camino institucional de la libertad por medio de sus
declaraciones de derechos.
Francia, que había aportado a
esta evolución sajona el estímulo de sus inquietudes culturales y la audacia
innovadora de sus pensadores políticos, filósofos y economistas, adoptó el
sistema anglosajón, y mediante su célebre “Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano”, en 1789, dio universalidad y comunicó fervor
revolucionario a los principios de la Declaración de Virginia.
La Declaración Francesa
planteó al mundo el problema jurídico de la libertad de un modo
definitivo. Lo incorporó a la vida
institucional de todos los países civilizados y cultos, y pasando por sobre
todas las vicisitudes, lo impuso como el triunfo del espíritu contemporáneo.
Todas las Constituciones del
Siglo XX, están impregnadas de ese espíritu.
Es el salto que deja la
evolución de la cultura europea, encaminada desde los albores del Renacimiento
a exaltar la personalidad humana y asegurarle sus derechos. Es la exaltación de las instituciones
democráticas.
Fue esa declaración, más que
la Revolución Francesa, lo que contribuyó a propagar y afianzar en el mundo el
ideal del Liberalismo, entendido el término en su acepción amplia y universal,
como la toma de conciencia por parte del individuo de sus derechos frente al
Estado, y, sobretodo, de su derecho a la libertad.
Por ello no cabe duda de que
la Declaración Francesa de 1789, constituye la más trascendental Declaración de
Derechos y libertades públicas de cuantas se hayan proclamado en la historia, y
de que a ella habrá de remitirse forzosamente cualquier catálogo de libertades
fundamentales, como fuente de inspiración.
Así las cosas, el ataque
terrorista islámico, de la semana pasada, contra ciudadanos indefensos en
Francia, símbolo de la cultura occidental, es sin lugar a duda una colosal
tragedia, que además constituye un deplorable ejemplo de la peligrosa
disparidad entre el progreso de esa cultura y el envilecimiento de los valores
humanos, que marcan a los islamistas bárbaros.
Los terroristas de esta secta el año pasado, atacaron también en Francia
la sede de la Revista Charlie Hebdó queriendo con ese genocidio, acabar con el
arte occidental.
Mahoma usó su poder material
con el fin de imponer la conformidad con la religión que había fundado- El
Islamismo- , antes de su retiro de la Meca a Medina. Pero jamás los subsumió en el terror.
Siempre ha tenido el Islam,
esa impresión de fanatismo vesánico, más dogmático y cruel , en una mezcla
insidiosa por intencionada y malévola.
Es paradojal, pero se infiere
lógicamente que los sujetos islamistas co-autores de los genocidios
horripilantes, en diversos sitios de París, ignoran que la palabra Islam,
significa conformidad, tolerancia, y paciencia en las adversidades. El acto fundamental de la Fe Musulmana, por
lo cual afirmaba Mahoma, la predestinación del hombre.
La doctrina de Mahoma,
reposaba sobre la creencia en un solo Dios.
El Corán decía: “La Tierra es
de Dios, quien concede su gobierno a los musulmanes”.
Los árabes se sintieron
movidos por las palabras de Mahoma, a
luchar contra sus vecinos infieles. La
lucha además, no era difícil, porque los Estados que rodeaban al mundo árabe -
El Imperio Bizantino y El Imperio Persa - no parecían por entonces capaces de
ofrecer gran resistencia a unos guerreros consumados y malévolos.
A esta caterva de desalmados,
pertenecen dos corrientes: los sumnitas y los chiitas, inmersos en la siniestra
conducta de masacrar gente inocente, en contra de los principios básicos de la
civilización e incluso contra los más elementales de toda convivencia que
merezca llamarse humana.
Las características
particulares de los atentados en París, no son desconocidas. Además de esa herencia psicopática, se trata
de una manifestación de terrorismo urbano, deliberadamente concebido para
producir víctimas inocentes y generar por lo tanto pánico colectivo.
Quienes fomentan un clima de
terror en cualquier parte del mundo, deben saber que por ese camino no van a
obtener sus propósitos, ni a torcer el destino de la libertad, y la democracia.
Quiera Dios, conducir a éstos
anti-sociales, de extrema derecha, enemigos de la paz, como los de nuestra
Patria, a una conducta civilizada, como quería Mahoma temperamentalmente místico, cuya doctrina reposaba en la
creencia de un solo Dios.
En palabras de Albert Camus:
“El terrorista renuncia a la complejidad del hombre y se introduce en el
territorio de lo inhumano”. Porque las
tendencias aniquiladoras como los islamistas en París, llevarían al mundo al
borde de una catástrofe total.