Por: Gerardo Delgado Silva
Vive Colombia una de las épocas más
difíciles, porque la fibra indispensable, la de la moral, se aflojó, cuando no
desapareció, lo que se aprecia en todos los aspectos de la vida nacional, con
sus efectos deletéreos y responsable de nuestros males de hoy.
Ha sido un proceso largo de muchos años,
incrementado monstruosamente en el pasado gobierno, que infecto por igual a las
instituciones y a las personas. Su
denominador común es el desprecio por las sólidas convicciones cristianas que nos garantizan la superación de las
injusticias, de las inequidades, el respeto elemental por la dignidad humana,
el derecho ajeno, bases para una equitativa distribución de bienes y
oportunidades. Porque solo de brazo con
los principios éticos, viejos de siglos, milenarios mejor, se puede lograr una
sociedad prospera.
Navidad es un hermoso y saludable remanso,
útil para la salud moral de todos. Las
vibraciones de Navidad pueden ser pasajeras, apenas un remanso en el turbión de
los hechos, de las pasiones, de los conflictos, de los odios, de las guerras,
de las obcecaciones. Pero en todo caso
un freno a las corrientes vertiginosas de la irracionalidad.
La extensión universal de la fiesta de
navidad, así como su profundidad en los
sentimientos de las gentes, son de las muestras más eficaces del sentido
ecuménico del cristianismo. El
nacimiento del niño en el pesebre, como fuerza humana que desborda y desafía a las demás de todos los tiempos,
es una escena que identifica a las almas
sensibles, mas allá de cualesquiera otras consideraciones, inclusive las
religiosas. No es preciso ni siquiera
ser creyentes en alguna deidad, para comulgar en estas emociones. Es una fecha de exaltación del ser humano,
desde la modestia de las pajas de Belén hasta las proezas supremas de su
espíritu. Y con este motivo se concreta
al Ser Humano en el niño, en los niños.
Es por excelencia, la fiesta de los niños la de la Navidad, así pase con
frecuencia infortunadamente, sin dejar la huella de un serio propósito de obrar
bien frente a la infancia.
Nunca faltan tragedias en las historias
colectivas. Empero, el protervo
reclutamiento de niños por la guerrilla y los paramilitares, está signado por
un turbión ominoso de maldad.
En Colombia, por razones de vigoroso
arraigo, la Navidad es una fiesta nacional: más nacional, en el exacto sentido
de la palabra, que otras pertenecientes a los santorales laicos. La Navidad nos
identifica emocionalmente. La sentimos
en los retablos, en los villancicos, en la actitud humana general, que es más
pura y generosa y abierta que en el resto de los días. Vemos como las gentes sencillas hacen a un
lado su sufrimiento y pesares o por lo menos tratan de olvidar para unirse en
familia y recogerse en la espiritualidad de la fe.
En la conmemoración de la Navidad de Jesús
se capta como la alegría de la vida está hecha de lo simple, de lo sencillo, de
lo bello que hay en el corazón del ser humano, no importa lo duro y cruel que
pueda ser, y que ello es más evidente en el entorno familiar que debe ser el
centro de atención de estas fiestas navideñas que invitan a reflexionar en como
hemos sido a lo largo del tiempo con nuestros semejantes y nuestros seres
queridos.
Para muchos colombianos la Navidad que
acaba de celebrarse, ha sido una Navidad esencial, entrañable, indeleblemente
triste. Pues han sido víctimas del delito, en sus cada vez mas abundantes y
variadas manifestaciones.
A nadie pueden serle extrañas esas
tragedias. Y la Navidad tiene que ser,
entonces, una confluencia de dolores e intenciones relativos a ellas; un acto
vigoroso de solidaridad y de fortaleza moral, en torno a los motivos más
valiosos y enaltecedores de la especie, sintetizados en el espectáculo del
nacimiento del Niño Jesús, cada día más fuerte, en su debilidad, al través de
los siglos y siglos. Hemos celebrado
esta navidad en medio del dolor humano, de la recesión y del desempleo. Pero es en estos momentos en que los
colombianos tenemos que sacar a relucir esa grandeza, esa espiritualidad que
nos ha caracterizado.
No podemos doblegarnos ni perder la
esperanza, ni esa fe en nosotros mismos en el Dios en que creemos, en los que
nos rodean. Pero, sobre todo en el
momento de que, quienes nos hayamos en mejores condiciones anímicas y
económicas, sepamos ser solidarios y generosos.
Navidad es hermandad, es bondad, es la
palabra amable, la mano amiga, la oración.
Navidad es la visita al que sufre, el acto de desprendimiento y de
afecto.
Por eso mismo, que bueno sería que cada
colombiano, en esta época en que la sensibilidad esta pasando al cuarto de lo
inservible, hiciera no solo un acto de fe sino de desprendimiento para arrancar
una sonrisa al que sufre, para ofrecer consuelo al deprimido, para dar un
juguete por sencillo que sea, al niño que no lo ha recibido. Desde ahí es de donde se construye la paz y
se revive la fe y la esperanza. Con
estos actos no estamos perdidos. Jamás
lo estaremos.
Además, es la oportunidad para renovar el
espíritu, de insistir en la incansable búsqueda de la reconciliación.
Los fantasmas de la Navidad, de todas las
Navidades deberían presentárseles a tantos violentos, a guerrilleros y
paramilitares que al través de la barbarie y el crimen rompen las tradiciones
de recogimiento y alegría de miles de compatriotas desplazados como le ocurrió
al buen José y a María.
Dejemos en manos del buen Niño Dios el
hacerles entender que todos tenemos
derecho a disfrutar de nuestras vidas, de estas fechas de paz, con fe y
hermandad. Que acerquemos los corazones a Dios, con el ánimo ferviente de que
lo más esencial del espíritu cristiano nos trasmita la energía espiritual
indispensable para enfrentar las circunstancias.
Como vemos, ya estamos en pascua que
significa el paso de Dios junto al hombre y ese paso de Dios pretende hacernos
cambiar de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.
Escrito
para: Bersoahoy.com