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domingo, 6 de julio de 2014

Fanatismo e imbecilidad

                               Trafugario 
                               Por: José Óscar Fajardo
Estoy seguro que el tema del fanatismo lo he tratado en este espacio en múltiples ocasiones y con el mismo rigor. Sobre todo cuando se tratan asuntos de religiones, de fútbol o de política. Por qué digo de fútbol solamente y no de todos los deportes. Porque precisamente es este deporte el encargado de remover los instintos más primitivos del ser humano para convertirlo en fanático. Reitero, el fanatismo es una condición o un estado mental en el cual la persona pierde gran parte de su racionalidad representada en la lógica que tienen las cosas correctas y por lo tanto, sólo ella tiene la razón. Para el alienado fanático en el mundo solamente hay una explicación para todo lo que existe y ocurre en la sociedad, en el mundo y en el universo, y es exactamente la de él. Empeoran las cosas si se tiene en cuenta que el único animal que tiene dos herencias es el ser humano. La herencia genética mediante la cual hereda todos los caracteres físicos como color de piel, de pelo, estatura y demás, con enfermedades o taras genéticas como son algunas condiciones mentales. Incluso hay científicos de la materia que se atreven a decir que algunos tipos de depresiones como la sicótica, tiene origen hereditario, es decir que el individuo viene con ella dentro de su mapa genético y por lo tanto no tiene posibilidad de curación.
Los fanatismos religiosos, deportivos, políticos y otros, además de las costumbres en general, son herencias culturales que también vienen impresas en el ADN sociocultural de los individuos que son la verraquera cuando son buenas o que de la misma manera son la verraquera cuando son malas. En nuestro medio los campesinos son, o tienden a ser alcohólicos porque en su dieta alimentaria, heredada culturalmente, figura una bebida espirituosa que es el guarapo el cual ingiere desde su más tierna edad. Por eso los colombianos llevamos la  “bacanidad” metida en la sangre. Un fanático político godo, cachiporro o de izquierda, es equiparable a un Hooligan del fútbol inglés, irlandés o argentino, e igualmente peligroso a un fundamentalista Shiíta, Sunní o Kurdo.  Entonces ustedes pueden calcular cuáles son los resultados de una mezcla de fanatismo futbolístico colombiano revuelta con guarapo, chirrinche y aguardiente mataburros y adicionándole a eso una libra de basuco y/o marihuana, per cápita. Y todos encaramados como chimpancés en motos, carromatos o en mazdas y chevrolets durante tres o cuatro días sin sacarle punta. Igual que una señora política, importante ella, diciendo por medios de comunicación masivos que “En el infierno espero que se encuentren García Márquez y Fidel Castro”. Que intelectualidad.
Pero lo que me parece más aberrante todavía, es que personas que se supone tienen excelentes conocimientos de sicología de masas, por qué no de sicoanálisis, de sicología de la publicidad, de teoría de medios de comunicación, de persuasión y alienación y muchas otras asignaturas profesionales que vemos los que hemos estudiado Comunicación Social, anden gritando y vociferando por poderosos medios de comunicación expresiones como, “Amigos fanáticos del fútbol, de usted depende el triunfo de nuestra selección”; “Amigos fanáticos del fútbol, no se queden en casa; vaya al estadio y apoye a su equipo que de ello depende…”. Eso equivale a decir: “Queridos amigos, no hay cosa que produzca más placer que beberse uno unas botellas de aguardiente y luego clavarse un cuchillo en la barriga”. Me estoy refiriendo, eso sí con mamadera de gallo fajardiana, no garcía-marquiana, a los comunicadores en cuyos mensajes emplean con vehemencia y desvergüenza la expresión “fanáticos del fútbol”, porque me parece una aberración linguística y periodística aparatosamente extendida  por todo el país, sin calcular las consecuencias que al lado de ella subyacen. Para mayor información consultar en “El candidato de los difuntos”  311 209 81 46.

viernes, 11 de junio de 2010

TRAFUGARIO

------------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO

-------------------CHAUVINISMO O… ¿IMBECILIDAD?

Como a veces escribo demasiado largo y por tal razón me mandan para donde Yadin botó el yogurt, entonces, para que ustedes me ayuden a evitar tan oneroso castigo, cojed vosotros mismos el diccionario de la Real Academia y mirad qué es Chauvinismo, y de paso entérense además qué es Jingoísmo y ahora más lueguito les digo para qué sirve dicha aclaración. Porque es que en este preciso momento, jueves 10 de junio, 2 y 45 de la tarde, hora en que estoy escribiendo la columna, en el mismo momento están transmitiendo a través de la televisión una fiesta bailable en directo desde Ciudad del Cabo en Sudáfrica, donde ya pronto comienza el diecinueve campeonato mundial de fútbol. Ustedes estarán diciendo, ¿y este para dónde va? Lo que pasó fue que me conmocionó sobremanera que el día anterior, en el noticiero radial de RCN de la mañana escuché una crítica de lo más acertado que he escuchado en los últimos tiempos. Se trata del proyecto de ley para cambiarle el nombre al aeropuerto El Dorado por el de Luis Carlos Galán Sarmiento. Y digo que es la crítica más acertada de los últimos tiempos porque yo también estaba que me descachimbaba de las ganas de hacer lo mismo, sino que no me había atrevido a hacerlo. Mis razones tendré. Aclaración: descachimbar es perder la cachimba.

Y es que quiero ser enfático en que uno de los nombres de institución, ente o empresa oficial o privada de Colombia, más bello, es el del aeropuerto El Dorado. Y una de las leyendas más vigorosas de este país, es exactamente la de El Dorado, que a la hora de la verdad no es tan leyenda sino la más novelesca realidad, y que constituye la aventura de los conquistadores con toda la arcabucería peninsular para invadir, trasculturar, despojar, diezmar y saquear las riquezas que le pertenecían legítimamente a los habitantes de ésa época y que eran sin duda los aborígenes. Aparte de eso, a mí me resulta lo más lírico y estético el citado nombre como para, por obra y magia de unos congresistas que con todo el respeto que me merecen, no poseen ocupación y no tienen más qué hacer que andarle poniendo el nombre del inmolado líder político a cuanta masa informe de ladrillos ven. ¿Y esto qué es? Luis Carlos Galán fue uno de los políticos más connotados de este país y merece todos los respetos y todos los recuerdos de todos los colombianos, pero no es para tanto don Antonio, le dijo un pastuso al general Nariño. Y es que en la observación que hacían Gossaín y su combo, con toda la razón, peroraban sobre eso. Un amigo de los que estudió ingeniería conmigo en la UIS andaba seriamente preocupado porque leyó en una enciclopedia que el Sol es un reactor nuclear que se apagará dentro de cinco mil millones de años. Cuando me contó yo apenas le dije: espere hombre, que todavía tenemos tiempo de tomar tinto. En un cuento de Gabo hay un individuo que está gravemente enfermo porque no lo deja dormir el ruido de las estrellas. Y así están nuestros honorables congresistas con el proyecto de cambiar el nombre a todos los santos en vista de que no hay más qué hacer.

Hombre, es que un país donde hay tanto problema álgido, tantas cosas importantes para dedicarle atención y tanto lío para resolver, por ejemplo el de la violencia callejera y la violencia intrafamiliar que genera la pobreza, la drogadicción, el alcoholismo y etcétera a la cuarta potencia, por sólo nombrar algunos, cómo es posible que algunos congresistas se pongan con semejante pendejada, que si de ella se llegara a enterar, el mismo Luis Carlos Galán se pondría verraco. Porque ya eso es demasiado afecto paranoico-fanático, cursi-imbecilista y hasta histórico-mediocre. ¿Por qué no ponerlo entonces aeropuerto Alvaro Gómez Hurtado, o Guillermo Cano, o Bernardo Jaramillo Ossa, o Carlos Pizarro León Gómez? Y eso que habrá mucha gente que quiera bautizarlo, aeropuerto Pablo Escobar.

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