Trafugario
Por: José Oscar Fajardo
Les aclaro de antemano que el
título de esta columna no es más que una metáfora. Pero lo que sí es cierto es
que desde muy pequeñito le he tenido un temor horroroso a Lucifer, y yo le echo
la culpa es a que por aquellos tiempos, los papás acostumbraban a decirle a uno
para doblegarlo, a usted se lo va a llevar el diablo por desobediente, o por mentiroso,
o por vagabundo, o por cualquiera otro pecado venial de niño de ese entonces, y
eso a mí me quedó clavado en medio del
Inconsciente para siempre. Yo no estoy haciendo alusión a nadie ni tengo ningún
referente luciferino, como dijera García Márquez. Lo que pasa es que siempre he
tenido demasiado en cuenta ese principio fundamental, pilar de las Relaciones
Humanas que dice, “No hay una segunda
oportunidad para dejar una primera impresión”, y yo del presidente Juan Manuel
Santos, desde un comienzo me formé una enorme y positiva impresión. En primer
lugar, lo veo un hombre inteligente, con todas las implicaciones que tiene ser
inteligente. Porque no es inteligente el que remata a putazos, a garrotazos, y
finalmente a balazos a las personas que no están de acuerdo con sus postulados
filosóficos y mucho menos políticos. A eso se le llama reacción por instintos
primarios y a tales personas hay que tenerlas lo más lejanamente posible.
Pongamos por ejemplo a Joseph Goebbels, jefe de Comunicación y Propaganda del
Tercer Reich, durante la segunda guerra mundial.
Entre otras cosas ese tal
Goebbels se hizo famoso con tantas “hazañas” tanto retóricas como lingüísticas
entre las que se encuentra esta preciosa frase expresada por él, en un momento
dado: “Cada vez que escucho la palabra Cultura, le echo mano a mi pistola”.
Plop. Por el contrario de Goebbels, yo al presidente Santos lo percibo como
un hombre sosegado, pensador, meditador,
con razonamientos lógicos como de matemático, cosa que me produce una honda
confianza porque siempre he tenido en cuenta que a los hombres inteligentes se
les puede tener confianza. Y entre todas esas cosas que yo le admiro al actual
presidente, que no son muchas pero sí varias y de mucho peso específico, es que
se haya ido de frente con la fuerza de los rinocerontes a conseguir la paz a
cualquier costo. Leyendo desde Los Miserables, de Víctor Hugo, pasando por El
Archipiélago de Gulag, de Soljenitzin, hasta llegar a las masacres de Trujillo,
Valle, en Colombia, me han enseñado y me han dado a entender que la guerra por
el dinero y el poder, donde se masacran desde niños en adelante, no son otra
cosa que el afloramiento de los más rastreros instintos primarios y del más
primitivo de todos los instintos que es el complejo reptiliano.
Yo al presidente Santos lo veo
como un hombre conspicuo y ecuánime. Batallador en el sentido intelectual de la
palabra y además, decente. Excelente lector y estudioso. Y esas personas con
dicho talante como es el presidente Santos, son capaces de comprender que a los
colombianos pobres y desvalidos, que son una vergonzosa mayoría, no les puede
seguir sucediendo lo de Gregorio Samsa en el relato de La Metamorfosis, de
Franz Kafka, que una mañana amanece convertido en un bicho horroroso. Los que
hemos leído la novela varias veces, comprendemos que fue la agresión física y
psíquica de su padre, un hombre taciturno, autoritario, despiadado y déspota,
lo que llevó al desgraciado Gregorio a tal metamorfosis tan espantosa. Yo estoy
seguro que el presidente Santos ha leído este relato y por eso no va a permitir
que un solo colombiano viva la escabrosa experiencia de Gregorio Samsa. Porque
una persona, sin salud, ni vivienda, ni educación, sin techo y aguantando
hambre, se convierte en Gregorio Samsa.