--------------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO
LOS LIMOSNEROS
Cualquiera se da cuenta que en el sobrevivir de cada día, el que no desarrolle estrategias así sean sencillas o complicadas, siempre se verá avocado al fracaso.
Y no sólo los vendedores profesionales lo hacen hoy y en todo momento y con todo género de mercancías, sino que vienen desde los tiempos de los mercaderes persas. Incluso lo hacía el gitano Melquíades, para este escrito no el alcalde Jorge Humberto Ardila a quien yo lo puse así por su similitud, sino al propio-imaginario gitano Melquíades en Cien años de soledad. Recuerden que entre otras tantas “chucherías”, llevó el imán y el hielo a Macondo. Pero los limosneros son casos especiales de extraordinaria imaginación o de incalculable desfachatez. Ahí voy. Un hombre con pinta destartalada se sube a un bus urbano en Bucaramanga después de haber pagado el respectivo pasaje. Como cualquier periodista de radio saluda de cualquier manera, no sin antes agradecerle al chofer del bus por la peripecia que acaba de permitirle en su vehículo. Luego prosigue: “gEstoy aquí en la grata compañía de ustedes muy feliz porque acabo de salir de la cárcel Modelo donde “modelé” durante 17 años pagando dos morracos que yo nunca maté. Porque yo sí estaba tomando trago con ellos esa noche pero yo nunca los maté. Ellos se pusieron a discutir por güevonadas del negocio de apartamenteros en que laboraban ambos, discutieron verracamente, recuerdo, y luego, bien verracos, se dieron de puñaladas y se mataron mutuamente. O mejor dicho uno mató al otro y el otro mató el uno (sic). Tal vez el error que yo sí cometí, y no lo niego porque ya los sabe dios, fue que cogí uno de los cuchillos o el cuchillo del primero que cayó para que no fuera a acabar de rematar al otro que ya se estaba muriendo en el suelo. Pero yo no lo chuce. Lo que sí hice y eso lo hubiera hecho cualquiera de ustedes, con todo el respeto, es que al verlos muertos a ambos, o sin sentido en el piso, pues los esculqué, me llevé un poco de joyas y como dos millones de pesos de un trabajo que ellos habían hecho. Pero yo no lo hice de mala intención sino para aprovechar la oportunidad porque el par de locos ya estaban muertos y un muerto para qué verracos quiere plata. ¿Si o no? En cambio, pensé yo, llega la policía y esos sí es que empelotan a los muertos y yo no soy tan güevón” (sic).
Yo creí que ahí terminaba tan romántica historia de amor, pero no. Esa era la obertura. Eso hace ya 17 años pasó, dijo el limosnero. Luego recomenzó el discurso. Yo lo que le pido a ustedes con todo respeto, es cualquier colaboración porque es que conmigo también salió de la cárcel “Cuchillada”; él se llama Irenarco pero todos cariñosamente le decimos cuchillada porque eso sí para qué negar, el man es un teso con la puñaleta. Como el man es por allá de Cali, entonces yo y otros manes bacanes queremos hacerle una despedida porque el man también es bacansísimo. Recibo plata pero las personas que a bien tengan o puedan donar unas botellitas de ron Caldas o de aguardiente Antioqueño que son una nota, entonces pueden hacerlo, dijo. Mi perplejidad arreciaba en vista de la frescura y naturalidad con que el tipo se dirigía a nosotros. Me atrevo a decir que un actor profesional no la habría hecho tan perfecto y humano. Segunda parte. En Barbosa, un individuo bien vestido, con chaqueta de gentleman, zapatos finos y parapetado con un cuello ortopédico, aducía haber tenido “un terrible accidente” y una vez discapacitado, se veía obligado a pedir plata y de diez mil pesos en adelante porque menos era”una chichipatada”, argumentaba. Cuando lo descubrieron, lo sacaron corriendo del pueblo porque en realidad se trataba de un estafador campeón. Volvió como tres años después. No obstante volvieron a detectarlo los que ya lo conocían de volandas.
Al recriminarlo les pidió “mucho respeto con él porque era que lo confundían frecuentemente con un hijueperra ladrón que siempre se disfrazaba con un cuello ortopédico”. ¿Ustedes tienen algo para agregar?