Trafugario
Por: José Oscar Fajardo
Empiezo por
afirmar que ser periodista en Colombia es tan peligroso como ser policía, juez,
sindicalista, o árbitro de fútbol. Lo que pasa es que los periodistas les
llevamos a los otros, en el índice de peligrosidad, unas arracachitas más: que
para una mayoría esta profesión es denigrante. No me pasó a mí pero es como si
me hubiera pasado a mí, y aunque resulta cómico, en el fondo es un una sutileza
humillante. Un amigo periodista egresado de una universidad de Bogotá me contó
muerto de la risa que estando en la sala de la casa de su novia esperándola
para iniciar su visita formal, un hermanito de su amada, de unos siete años a
lo sumo, entró al recinto con un hermoso gato angora en sus brazos. Cuando mi
amigo periodista le pidió que le permitiera acariciarlo, el niño dio un salto
hacia atrás y le gritó: no porque usted lo pela. Cómo así, le dijo mi amigo.
Sí, le contestó el muchachito. Porque mi mamá le vive diciendo a mi hermanita
que se “abra” de usted porque no es más que un pelagato. Claro que él me contó
en medio de risas pero yo en el fondo pude notar su desencanto.
Claro que
también comprendí que la señora, suegra de mi amigo, no estaba tan lejos de la
cruel realidad. Pues salvo de un combito no muy grande de “ilustres y afamados” periodistas, una abrumadora mayoría de
comunicadores sociales, con título universitario a no, ejerciendo el periodismo
con los brazos partidos, devengan su salario de otras profesiones, unos, otros,
del diálogo del rebusque de lo que se atraviese en el camino. Los peores no
devengan salario y se ven abocados a poner la totuma. Y dizque el periodismo es el cuarto poder. Me
muero de la risa. Y pensar que todo lo que ocurre en la ciudad, en la región,
en el mundo, se sabe casi que al instante y toda la humanidad se beneficia de
ello. Y el periodista, mamando. Los lectores sabrán perdonar mis escatológicos
términos pero la verdad duele como el ácido en la llaga. Ojalá en las reuniones
se trataran los temas de la vivienda de los periodistas, de la seguridad de los
periodistas, del salario de los periodistas, de la salud de los periodistas, de
la familia de los periodistas, de los dolores de los periodistas, de las
tristezas y de las noches negras de los periodistas y no por el peligro de su
profesión, sino por su paupérrima economía de desprotegidos estatales. Pues siendo uno de sus “aparatos
fundamentales”, al Estado le importa un carajo la situación económica de los
periodistas. Salvo unos privilegiados,
repito, que meriendan en vasijas de porcelana china. Y en más de una ocasión,
al periodista se le cancela su trabajo con su propio asesinato. Y pensar que
Graham Greene, García Márquez, Truman Capote, por sólo nombrar unos, siempre
afirmaron que el periodismo es el oficio más bello del mundo. Y uno se pone a
analizar y en el fondo se da cuenta que, en verdad, el periodismo, si no es la
más bella, es una de las más bellas profesiones del mundo. Y una de las que más
se sirve la humanidad entera.
¿Qué ocurre con
la profesión? Pues en la física olleta, salvo en algunos casos, repito. ¿Quién
es el culpable, el Estado o los periodistas? Yo propongo a Sherlock Holmes para
que lo investigue. Lo cierto es que desde que dieron de baja las tarjetas
profesionales “en virtud de la Constitución Nacional”, en Colombia es
periodista hasta un loro veleño, a lo mejor Parasicólogo-mentalista que dice
hablar inglés, arameo y alemán.