Por: JOSE OSCAR FAJARDO
Tengo que comentar que soy un
juanmanuelsantista confeso como soy un hincha del Barcelona, pero moderado. Es
decir, racionalista. De ninguna manera fanático porque el fanatismo es la
máxima expresión de la paranoia que suele ser una característica esencial para
todos los fundamentalismos, y fundamentalista es aquel que se cree dueño de la
verdad, e hijo único de dios. Por ejemplo cierto alto funcionario del Estado
colombiano de quien prefiero reservarme su nombre ya que no soy más que un
modesto periodista. Y dios me libre.
Pero fue que el doctor Santos
Calderón Juan Manuel, como le dicen a uno en las listas escolares para que no
quede ninguna duda de que uno es uno y no otro, expresó en los medios de
comunicación del país una frase lapidaria que ojalá haya quedado gravada en la
memoria a largo plazo (MLP) de todos los colombianos. “Y si por la paz del país
me cuesta la reelección, bienvenida sea”. No sé si estoy equivocado pero podría
jurar que eso fue lo que yo escuché. No obstante, estoy seguro, no soy dios y
mucho menos fundamentalista. Con esa expresión el presidente Santos está
demostrando expresamente y no de forma tácita, que la paz de Colombia y la
felicidad de los colombianos se ubica muy por encima de cualquier interés
político y/o personal.
Ojalá lo logre a toda costa
porque es que la nación Colombiana, no es propiedad privada del Presidente de
la República, ni del Congreso Nacional, ni de la guerrilla, ni del ejército, ni
de ningún brujo de este país. Esa no es la señora progenitora del cándido caprino. Esa no es
la máma del chivo, expresado menos aristocráticamente. Sencillamente y sin
tantos atavíos filosóficos, Colombia toda entera es de todos los colombianos
habitante por habitante y centímetro a centímetro. Es cierto que en aras del
tal objetivo se van a presentar baches como en efecto hasta el momento y
prematuramente ya se han dado, pero eso es tan natural como el porrazo de un
niño que está aprendiendo a caminar. Y lo expreso con incalculable sinceridad,
ojalá Dios ilumine el cerebro de los encargados de negociar, tanto por parte de
la guerrilla como por parte del Estado, para que con su inteligencia racional y
no instintiva, supere todos los baches.
De la misma manera ruego a Dios que no le dé
luz al cerebro de un montonero de trogloditas que están que rezan y piden por
todos los medios que fracasen las negociaciones. Viendo yo un tipo de esos,
abogado amigo mío, llegué a pensar y no con mente calenturienta ni con
imaginación de escritor de ficción, que tenía algún grado de consanguinidad con
Drácula, el príncipe de las tinieblas, cosa que deduje por esa su adicción
enfermiza a la sangre. Y hablaba de la guerra y del exterminio total como la
misma fruición que se habla de una fiesta de disfraces. Con la frescura de un
imbécil que no sabe distinguir entre una canción ranchera de arrabal y la
novena sinfonía de Bethoven. Que estulticia, pensaba yo. Como si la guerra
fuera lo más divertido del mundo. Y lo más cómico de todo, si a eso se le puede
calificar de cómico, hablaba como si él fuera el mariscal Erwin Rommel, el
zorro del desierto en el teatro del norte de Africa durante la Segunda Guerra
Mundial. Pero eso es lógico, natural y sencillo como decía la “loca” Joyinga,
porque sólo sabe de la guerra pero de la que ve en la televisión. Porque en la
vida real, le hacen un tiro con una pistola de agua a las patas y va a parar 15
días debajo de la cama escondiéndosele a su propia mujer. Cobarde como una
gallina saraviada. E ignorante de la triste realidad del habitante rural que es
el que tiene que mamarse la verdadera guerra en todas sus manifestaciones y en
todas sus magnitudes. Con explosiones, muertos, mutilados, minas quiebrapatas y
todos los demás aditamentos. Los ricos y
los poderosos cogen sus aviones privados y se van de vacaciones mientras aquí
se asesinan mutua y fraternalmente los que a la brava les toca quedarse.