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domingo, 17 de agosto de 2014

El circo que mata su payaso

                                       Trafugario 
Por: José Óscar Fajardo
Hace quince años, a las 8 y pico de la mañana de ése viernes yo estaba parado frente al edificio antiguo de EL TIEMPO en la carrera séptima con Jiménez. Sólo hasta ese momento, por el llanto desesperado de un lustrabotas y por sus palabras gruesas contra el Estado, pude darme cuenta que habían asesinado a Jaime Garzón. Instantes después me enteré que todo el mundo hablaba de lo mismo, sino que no me había percatado porque es que en semejante burro de ciudad tan grande, nadie le para bolas a nadie y menos en un punto neurálgico como ese. Pero quedé perplejo y tuve que haber puesto la cara de marciano que tenía todo el mundo. Sé que las que voy a decir son frases de cliché; no obstante casi todo transeúnte tenía los ojos empañados y rojizos porque, no tengo la menor duda, Jaime Garzón ha sido el muerto más llorado de Colombia. Por él regaron sus lágrimas liberales, conservadores, izquierdas y derechas y todos los sectores que, aunque con diferencias ideológicas profundas, siempre respetaron y han respetado a Colombia. En las pocas veces que pude hablar con él, era un tipo demasiado asequible, pude darme cuenta que, ante todo, tenía una memoria prodigiosa. Y unos conocimientos especiales con increíbles datos estadísticos de la destartalada Colombia de ese entonces, que no he vuelto a escuchar a un periodista con esa algebraica excelencia.
Jaime Garzón desmenuzaba a Colombia ministerio por ministerio, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, político por político y rata por rata, con tal densidad, irreverencia y humor, que así como Albert Einstein, pasarán muchos milenios para que la evolución de las especies produzca otro prototipo. No sé por qué me late que, incluso la indiamenta que asesinó a Jaime Garzón, lo odiaba pero en el fondo lo admiraban porque sabían que este verriondo estaba cerebral e intelectualmente por encima de ellos mismos cuyos cerebros no eran aptos para comprender las verdades que él era capaz de averiguar y de una manera tan singular como la suya, contar con sus dientes de león por fuera y envidiablemente muerto de la risa. Por eso fue que lo asesinaron. Y varias cosas recuerdo, como antorchas encendidas, de aquellos infelices momentos. Una. Que la pared larga y blanca del Colegio Mayor de Cundinamarca, frente al edificio donde vivía la Tuti, su novia, por la carrera quinta y por los lados de la plaza de toros La Santamaría, la gente hizo allí un réplica triste de los Jardines Colgantes de Babilonia con arreglos florales, con mensajes fúnebres y grafitis de todos los estilos, con sentidos versos y sonetos tan llenos de dolor que la gente tenía que pasar ligero para no ponerse a llorar. 
Dos. Como yo vivía por la carrera quinta, más allá de la estación de policía, pero dictaba clase en la universidad Incca que queda al otro lado de la 26, pues casi siempre pasaba por el restaurante El Patio, que era adonde él iba a almorzar y a botar corriente en medio de mucho amigos que lo veneraban, y a uno le parecía verlo ahí, después de muerto, como una esfinge imaginaria de la cual la gente se moría de la risa con el sólo hecho de mirarla. Tres. Nunca se me olvidó el poema que le escribí como homenaje póstumo a ese pingo de quién hubiera querido ser su amigo toda la vida. Dice así: “Desde un viernes al amanecer todas las flores están tristes. Pues madrugaba a cantar un ruiseñor pero su canto fue acallado con el trino de un fusil”. Son muchos más versos pero acá no hay donde meterlos. Desgraciada historia del circo que mata a su payaso que nos hacía reír de nuestras propias desgracias.

sábado, 3 de julio de 2010

TRAFUGARIO

----------------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO

QUE CAIGA LA JUSTICIA

El once de agosto próximo habrán trascurrido 11 años del asesinato de un hombre que fue capaz de hacer reír a todos los colombianos de todas las edades, de todas las clases sociales y de todas las vertientes políticas e ideológicas.

Van a ser 11 años que alguien mandó matar a Jaime Garzón, el mismo Heriberto de la Calle, el mismo Godofredo Cínico Caspa, y a ene personajes más que desde la televisión pasaron al consciente o al inconsciente de los colombianos que hoy tienen algo más de veinte años. El día de su aniversario próximo voy a contarles algunas cosas más detalladas porque tuve la suerte y el honor de haber tratado a Jaime y de haberle escuchado su perorata. Recuerdo como si fuera ayer, que almorzaba en el restaurante El Patio, ubicado detrás de la plaza de toros La Santamaría, y vivía en el cuarto piso del edificio Manizales frente al Colegio Mayor de Cundinamarca, por la carrera quinta en la ciudad capital de Colombia. Su novia era La Tati, como le decía Jaime y todos los amigos de él, y a ella le entregué una plegaria escrita por mí, que en su parte inicial dice así:

“Desde un viernes al amanecer todas las flores están tristes. /Pues madrugaba a cantar un ruiseñor/ pero su canto fue acallado con el canto de un fusil. /Frente a donde tal vez pasó los años de su niñez /y de su juventud, /un muro enorme y blanco como la nieve está /convertido hoy por su culpa /en un jardín colgante de claveles rojos con sus tallos largos /y sus pétalos susurrantes. /Tal vez es el ruido de sus lágrimas”.

Después de treinta y dos versos más, el poema o la plegaria o como ustedes quieran decirle al escrito, este termina así: /“Pues a la hora de la verdad ni ellos mismos saben (los asesinos) lo que hicieron: /Matar un ruiseñor”.

Todo esto lo estoy rememorando es porque en la prensa de cualquier día de la semana anterior, decía que habían dictado medida de aseguramiento del determinador de la muerte del inolvidable Jaime Garzón. Es un vulgar tipejo de cuyo nombre no quiero acordarme, o prefiero no acordarme, porque es mucho mejor para mí. Más me vale. Pero de lo que sí estoy seguro, es que en verdad ni los mismos asesinos a esta hora todavía saben lo que hicieron porque aún no han comprendido el daño tan grande que le infringieron a la democracia colombiana. Porque por Jorge Eliecer Gaitán lloraron los liberales y algunos otros sectores que lo idolatraban. Lo mismo ocurrió con Luis Carlos Galán, con Jaime Pardo Leal, con Alvaro Gómez Hurtado, con Bernardo Jaramillo y con muchos otros líderes más que se habían ganado el amor de los colombianos. Pero a Jaime Garzón lo lloraron todos los colombianos de todas las raigambres, como lo dije al iniciar este escrito.

 Recuerdo que en una entrevista que le hacía yo cuando era presentador del Canal TRO al actor de televisión Robinson Díaz, en una de tantas y ya no recuerdo por qué, le pregunté qué opinaba de la muerte de Jaime Garzón, y lean la perla que me contestó con visibles muestras de dolor: “Pues calcule usted qué puedo yo pensar del único circo del mundo que asesina a su payaso. A Aquel que los divierte y los hace reír de sus propias desgracias”. Y desde ese entonces yo he pensado lo mismo. ¿En dónde ubicar el asesinato de un humorista? De un mamador de gallo superior en humor a García Márquez y eso teniendo en cuenta que Gabo fue el creador del “mamagallismo” en la literatura colombiana. Por eso cuando leí la prensa de ese día no pude contener la emoción y el sentimiento de agrado cuando con mis propios ojos estaba leyendo tan fantástica noticia porque en Colombia eso es fantástico. Que por fin se haya “iniciado el principio de la introducción del prólogo de la justicia”. Porque esta parrafada de idioteces que acabo de escribir no es otra cosa que la realidad novelesca y a la vez satánica por la cual atraviesa dicho sustantivo en este país del Sagrado Corazón.

Lea: El mentiroso más elegante de este país. 311 209 81 46

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