QUE CAIGA LA JUSTICIA
El once de agosto próximo habrán trascurrido 11 años del asesinato de un hombre que fue capaz de hacer reír a todos los colombianos de todas las edades, de todas las clases sociales y de todas las vertientes políticas e ideológicas.
Van a ser 11 años que alguien mandó matar a Jaime Garzón, el mismo Heriberto de la Calle, el mismo Godofredo Cínico Caspa, y a ene personajes más que desde la televisión pasaron al consciente o al inconsciente de los colombianos que hoy tienen algo más de veinte años. El día de su aniversario próximo voy a contarles algunas cosas más detalladas porque tuve la suerte y el honor de haber tratado a Jaime y de haberle escuchado su perorata. Recuerdo como si fuera ayer, que almorzaba en el restaurante El Patio, ubicado detrás de la plaza de toros La Santamaría, y vivía en el cuarto piso del edificio Manizales frente al Colegio Mayor de Cundinamarca, por la carrera quinta en la ciudad capital de Colombia. Su novia era La Tati, como le decía Jaime y todos los amigos de él, y a ella le entregué una plegaria escrita por mí, que en su parte inicial dice así:
“Desde un viernes al amanecer todas las flores están tristes. /Pues madrugaba a cantar un ruiseñor/ pero su canto fue acallado con el canto de un fusil. /Frente a donde tal vez pasó los años de su niñez /y de su juventud, /un muro enorme y blanco como la nieve está /convertido hoy por su culpa /en un jardín colgante de claveles rojos con sus tallos largos /y sus pétalos susurrantes. /Tal vez es el ruido de sus lágrimas”.
Después de treinta y dos versos más, el poema o la plegaria o como ustedes quieran decirle al escrito, este termina así: /“Pues a la hora de la verdad ni ellos mismos saben (los asesinos) lo que hicieron: /Matar un ruiseñor”.
Todo esto lo estoy rememorando es porque en la prensa de cualquier día de la semana anterior, decía que habían dictado medida de aseguramiento del determinador de la muerte del inolvidable Jaime Garzón. Es un vulgar tipejo de cuyo nombre no quiero acordarme, o prefiero no acordarme, porque es mucho mejor para mí. Más me vale. Pero de lo que sí estoy seguro, es que en verdad ni los mismos asesinos a esta hora todavía saben lo que hicieron porque aún no han comprendido el daño tan grande que le infringieron a la democracia colombiana. Porque por Jorge Eliecer Gaitán lloraron los liberales y algunos otros sectores que lo idolatraban. Lo mismo ocurrió con Luis Carlos Galán, con Jaime Pardo Leal, con Alvaro Gómez Hurtado, con Bernardo Jaramillo y con muchos otros líderes más que se habían ganado el amor de los colombianos. Pero a Jaime Garzón lo lloraron todos los colombianos de todas las raigambres, como lo dije al iniciar este escrito.
Recuerdo que en una entrevista que le hacía yo cuando era presentador del Canal TRO al actor de televisión Robinson Díaz, en una de tantas y ya no recuerdo por qué, le pregunté qué opinaba de la muerte de Jaime Garzón, y lean la perla que me contestó con visibles muestras de dolor: “Pues calcule usted qué puedo yo pensar del único circo del mundo que asesina a su payaso. A Aquel que los divierte y los hace reír de sus propias desgracias”. Y desde ese entonces yo he pensado lo mismo. ¿En dónde ubicar el asesinato de un humorista? De un mamador de gallo superior en humor a García Márquez y eso teniendo en cuenta que Gabo fue el creador del “mamagallismo” en la literatura colombiana. Por eso cuando leí la prensa de ese día no pude contener la emoción y el sentimiento de agrado cuando con mis propios ojos estaba leyendo tan fantástica noticia porque en Colombia eso es fantástico. Que por fin se haya “iniciado el principio de la introducción del prólogo de la justicia”. Porque esta parrafada de idioteces que acabo de escribir no es otra cosa que la realidad novelesca y a la vez satánica por la cual atraviesa dicho sustantivo en este país del Sagrado Corazón.
Lea: El mentiroso más elegante de este país. 311 209 81 46