Por
Gerardo Delgado Silva
Sin
adjetivos patéticos y sin tono declamatorio, la pedagogía aspira a cumplir la
misión de formar hombres y ciudadanos auténticos, para la libertad y la justicia, bajo cuyos signos
cumple la humanidad su destino por el camino de la democracia política y
social.
El
comportamiento de los profesores en el País, suspendiendo sus labores, va en
contra de los principios básicos de la civilización que aspira a que el
“derecho de huelga, salvo en los
servicios públicos esenciales, definidos por el Legislador”, se realice
dentro del marco del dialogo y la persuasión racional.
Evidentemente,
“Son derechos fundamentales de los niños: La vida…. El cuidado y amor, La educación y la cultura….Los Derechos
de los Niños prevalecen sobre los derechos de los demás”.
Es
una tragedia para los niños alumnos colombianos, que les marchita sus ilusiones
a la primera luz.
Al
parecer no ha alcanzado el país a medir las proporciones de este paro de
profesores – me abstengo de llamarlos maestros -. Ninguna reacción verdadera que pueda
considerarse como una reacción social colectiva. Parece que en la Patria no estuviera pasando nada. Y sigue en cambio el curso tortuoso de los
acontecimientos, que distorsionan la misión pedagógica con descarado cinismo,
que se suma a la insensibilidad de los
señores del paro.
Eso
es mucho más de lo que un país puede soportar, y llegar a entender.
Las
posibilidades de realización de una sociedad, están ligadas a su autonomía
cultural. Salta, pues, a la vista, la
importancia de la educación en una sociedad: ella puede servir, para impulsarla
dentro de su autenticidad, sea para liberarla cuando la haya perdido, o para
sumirla en la dependencia y la enajenación.
En
otras palabras, las posibilidades de realización de una sociedad están ligadas
a su autonomía cultural y sin imposiciones ajenas.
Es
temprano para saber a ciencia cierta que políticos de la oposición a la paz y
al gobierno, están detrás de esta conducta de los educadores, que contrarían el
camino recto y que parece que no
entendieran de modo cabal cuál es su elevadísima misión y en qué consisten sus
responsabilidades.
Toda
la patria, tiene sobrada y reconocida autoridad moral para fijar una posición
de franco rechazo a cuanto se viene urdiendo de tiempo atrás en el sector
político “Centro Democrático” del Señor Alvaro Uribe Vélez.
Se
hace indispensable la culminación de un gran movimiento patriótico que convoque
a todos los colombianos en defensa de su dignidad y su independencia como pueblo. Los partidos políticos, Las fuerzas armadas, El
Congreso de la República, El Poder Judicial, El Clero en su apostolado, Las
Universidades con sus profesores y estudiantes, deben formar la gran vanguardia
que llame a la unión sagrada del país, en
busca del mantenimiento de la integridad nacional – sin niños confundidos
tristes y olvidados por sus profesores – y los valores jurídicos y morales
que le sirven de soporte.
O
sea una forma de reconocer la intangibilidad y dignidad de la persona humana
como tal, y rechazar ese quebrantamiento de nuestras instituciones en punto tan
decisivo como la educación. El comportamiento de los señores educadores,
es la muestra más aberrante del desarraigo, la pérdida de identidad, y la
destrucción de los lazos sociales, formales e informales, que recubren y
protegen a los menores como miembros más vulnerables, nada menos que el futuro
de la Patria.
Considero
pertinente, en estos momentos, hacer alusión a mi queridísima madre Leonor
Silva de Delgado, una eximia maestra,
que llevo su devoción por la docencia a todos los campos de la vida, adornando
también la vida de la sociedad santandereana, con calidades y excelencias
ejemplares, con el ropaje y adorno de la hidalguía cristiana. Grande espectáculo de una fe firme,
tranquila, gigantesca, granítica, como las enormes montañas de nuestra tierra
santandereana que se doran al cielo.
Símbolo
de una civilización humanista que enalteció con su inteligencia y erudición, y
ennobleció con su virtud y dignidad, dedicada a hacer la luz a sus niños
alumnos.
Creo
yo que con su estatura de verdadera
maestra, egresada al principio del Siglo Pasado, de la Normal de Señoritas de San Gil.
El título más grande para el ser humano, es indubitablemente el de Maestro.
Al
evocar a mamá, surgen más límpidos que nunca los vínculos con los que fueron
sus alumnos, que han sido por muchos años verdaderas luminarias en diversas
profesiones, porque ella lo que formó fue patriotas y caballeros con altos
ideales, dándoles una dignidad trascendente a la vida.
Así
se lanzó por ejemplo a la conquista de la vida, Carlos Augusto Noriega, con el nombre de la patria en sus labios:
como Ministro en el Gobierno de ese gran hombre que fue Carlos Lleras
Restrepo, Embajador en España, Portugal
y la ONU, Parlamentario connotadísimo, con oraciones suntuosas, reflejo de las
recitaciones aprendidas de Mamá Leonor, así me lo expresó en una ocasión, como
un privilegio maravilloso.
En
una de sus obras intitulada: “Mis anti
memorias”, deja escrita su gratitud con Mamá: “… en tercer año la fortuna
me deparó una maestra, Leonor Silva de Delgado, a quien no puedo terminar de
agradecerle cuanto me entregó y me sirvió para mi formación. Vivió algo más de 102 años, cuidada por el amor solícito de su hijo
único, Gerardo Delgado Silva, profesional del Derecho que en Bucaramanga,
exhibe una brillante carrera y el desempeño pulcro de altas posiciones, a quien
me une estrecha amistad”.
“Mi
maestra de honor, además de los muchos conocimientos que nos impartió,
perfeccionó conmigo lo que las anteriores maestras venían ensayando,
convertirme en empecinado recitador. Por
las tardes, al terminar las clases, pasaba por su casa para aprender todo género
de poemas, exaltación a los sentimientos religiosos, a la patria y a sus
insignias, a los próceres, a hechos
históricos de resonancia para declamarlos en cuanta ceremonia, y eran
frecuentes, convocaba en la escuela a Padres de Familia y ciudadanía en general …”
Carlos
Augusto, fue un jurisconsulto trasladado al campo de la conciencia social.
Quiera
Dios, que en estos momentos aciagos de iniquidad para con los niños, se haga la
luz en el desorden que rodea al Magisterio.