Por Gerardo Delgado Silva
Los hechos atestiguan que la
personalidad de Hitler, fue la clave tanto del asombroso establecimiento como
del colapso aún más asombroso de la efímera dominación por parte del TERCER
REICH alemán sobre el resto de la península europea del continente
asiático. Esta esclavización temporal de
Europa por Alemania fue obra personal de Hitler; y la rápida perdida de sus
conquistas – que fue aún más extraordinaria que su rápida adquisición - se
debió a la incapacidad personal de Hitler para recolectar en favor de Alemania
una cosecha que había madurado.
De hecho, Hitler tenía una
mente corriente, era un tipo vulgar, con las dotes estrechamente circunscritas
del demagogo y del trapacero; y cuando esas dotes pusieron en sus manos un
imperio, no le sirvieron para decirle que era lo que tenía que hacer con él.
Cuando el fascismo llegó al
poder la mayoría de la gente se hallaba desprevenida tanto desde el punto de
vista práctico como teórico. Era incapaz
de creer que el hombre llegara a mostrar tamaña propensión al mal, un apetito
al poder, semejante desprecio por los derechos de los débiles o parecido anhelo
de sumisión.
Tan solo unos pocos se habían
percatado de ese sordo retumbar del volcán que precede a la erupción. Freud,
nos enseñó a comprender las irracionalidades de la conducta humana. Descubrió
que tales irracionalidades y del mismo modo toda la estructura del carácter de
un individuo, constituían reacciones frente a las influencias ejercidas por el
mundo exterior y, en modo especial, frente a las experimentadas durante la
primera infancia.
El amor al poderoso y el odio
al débil, tan típicos del carácter sadomasoquista, explican gran parte de la
acción política de Hitler y sus adeptos.
En su definición del idealismo
Hitler expresa con toda claridad: “Solamente el idealismo conduce a los hombres
al reconocimiento voluntario del privilegio de la fuerza y el poder,
transformándolos así en una partícula de aquel orden que constituye todo el
universo y le da forma”.
El estado Nazi se organizó
sobre la base de la existencia de un partido único. Para pertenecer a él se requería ser ario
puro, esto es, no tener ningún antepasado judío, y sus miembros debían obedecer
ciegamente las órdenes del “fûlher” o conductor, que no tenía que dar cuenta de
sus actos a nadie. Dos organizaciones
militarizadas de fuerzas de asalto – las S.S. y las S.A. – constituían su base
efectiva, a la que complementaba eficazmente una policía política, la Gestapo,
cuya misión era suprimir toda suerte de oposición.
Todas las actividades quedaron
bajo la dirección del estado y se suprimió totalmente la libertad de palabra y
de prensa.
La posibilidad de resistencia
quedó anulada y la marcha hacia la unanimidad de la opinión pública fue
acelerándose. Los campos de
concentración y las cárceles comenzaron a reunir a los que no querían
convencerse rápidamente de la bondad del régimen.
En 1938 comenzó a demostrar
que tenía aspiraciones territoriales en Europa: realizó la anexión de Austria y
amenazó a Checoslovaquia, donde la minoría Alemana de los sudetes parecía
justificar sus pretensiones.
La suerte estaba echada, y
pocos días más tarde Europa se vería envuelta en una nueva conflagración
mundial.
La elección en Estados Unidos
del Señor Trump, es como si Hitler siguiera teniendo una aterradora
actualidad. Es un repugnante mensajero
de ese régimen, que puede – Dios no lo permita – llevar a ese estado y al mundo
entero a una catástrofe total.
Ha llegado el momento de
combatir contra el terror “Nazi”, contra el dolor y la muerte, de que el mundo
muestre su valor o cobardía, su dignidad o su vileza, su grandeza o su miseria.
Esta elección del Señor Trump,
es más aterradora para el mundo, que el dramático calentamiento global.
Lo que caracteriza al Estado
de Derecho – al que aspira toda organización política de tipo constitucional, y
muy especialmente la republicano-democrática -, es la sujeción de toda
actividad gubernativa al imperio inexcusable de un determinado orden
jurídico.
Toda facultad de carácter
discrecional es, por su naturaleza, antisocial y antijurídica. El ejercicio de cualquier autoridad debe
mantenerse estrictamente dentro de un ámbito fijado de antemano por la
Constitución y por la Ley. Sólo la Ley
puede obligar a las personas, a hacer determinadas cosas, o privarlas de hacer
lo que ellas deseen. El Señor Donald
Trump, se considera – tal vez por el incontable dinero que posee – un amo
irascible, que fuera de toda la Ley, quiere aplastar a los Latinos y hacer que
caigan de rodillas. ¿No es éste el propósito del muro que pretende levantar, y
aislarse de América Latina?
Marshall, el gran Presidente
de la Suprema Corte de los Estados Unidos, decía en uno de sus famosos fallos:
“El gobierno de los Estados Unidos es el de las leyes y no el de los hombres, y
cesaría de merecer tal denominación si las leyes no establecen un remedio
contra las violaciones de los derechos reconocidos”.
La declaración de
independencia, hecha por el Congreso de Filadelfia, en 1776, fue precedida en
algunos días por la declaración de Derechos del Hombre del estado de Virginia,
cuyos principios fundamentales reitera.
Esto lo ignora el Señor Trump,
quien desconoce también supinamente el derecho penal, cuando considera
delincuentes a los latinos, que viven en Estados Unidos. Siendo indispensable que exista un acto o
conducta humana que puedan ser subsumidos bajo un tipo de delito expresamente
previsto, con anterioridad a su realización en una norma penal.
El Señor Trump, se apresta a
un gobierno de brutalidad burocrática organizada por el totalitarismo
contemporáneo, para conseguir la alienación de las masas que no pueden si no
perder su albedrío, anulando todo intento de libertad individual. Nadie puede tener ideas propias. El poder
será tenebroso, gigantesco, invencible.
Por manera pues, que conspira el Señor Trump abiertamente contra los
latinos que viven en Estados Unidos, con la escandalosa manifestación de
deportarlos.
Al hacerlo, presenta al mundo
un espejo donde muchas contradicciones y aberraciones del hombre moderno se
reflejan con acusadora precisión. Se hacen explícitos los lazos que lo unen con
el totalitarismo contemporáneo.
El Doctor Hector Abad
Faciolince, en columna intitulada “Democracia y demagogos”, del domingo 23 de
octubre de 2016, cuando aún no había sido elegido el Señor Trump expresa: “Que
un personaje repugnante como el haya sobrevivido a sus mentiras, al manoseo y
abuso contra decenas de mujeres, a la evasión de impuestos, a las muestras
abiertas de racismo, a su ego deforme de megalómano, demuestra que hay un gran
malestar en la democracia más importante del mundo.
Por todo ello, el director de
Human Rigths, que vela por el respeto a los derechos humanos, manifestó: “La
elección de Donald Trump constituye una enorme tragedia…”.
Escrrito para sección edditorial de http://www.bersoahoy.co